Tomás Salvador González

La materia de las materias


– Siempre es de noche en los bolsillos
– Papelesmínimos ediciones. Madrid 2014.

Tomás Salvador González (Zamora, 1952) es uno de esos poetas a los que nos gustaría haber visto más en los papeles. Eso significaría que la literatura no está perdida del todo. Aunque quizás no lo esté y, como hace ahora con este Siempre es de noche en los bolsillos, como esas pinturas que sirven de aliciente a su escritura, esa conjuración de lo real, esa voz pausadamente enumerativa que sostiene cada uno de sus poemas, sencillamente emerja cada cierto tiempo para recordarnos que, después de todo, la emoción es nuestro único asidero, la materia de las materias.

Tomás Salvador emerge, una vez más, regresa, autorizadamente, incontestable dueño de ese secreto de solidaridad (y soledad) que, desde sus primeros libros (de poemas, sí, pero ¿cómo olvidar aquella novela, El territorio del mastín -Editorial Juventud. Barcelona, 1995- que tanto disfrutamos unos pocos?) posee su mirada y que crece con este y se consolida en su penetración hasta situarlo entre los mejores autores de eso que ya nunca será nuestro panorama poético nacional.

Va a ser seguramente el libro de este año. No contiene provocación, ni reclama para sí experiencias que el propio autor no haya transitado ya en sus anteriores entregas. Sencillamente es un libro sabio, exacto, bello y, en el mejor sentido de la palabra, elegante.

La contemplación necesaria, la imagen verdadera que viene de la vida. El muchacho que “crece como un árbol y deja que aniden los pájaros en su cabeza” ante nuestros ojos, y que es a un tiempo él y nosotros, que está a la vez allí y aquí. Ese es el punto de partida de un relato (y digo bien) pausado, felizmente parco en comparaciones pero rico en imágenes, que nos conduce a la memoria pura, al esclarecimiento de un pasado que habíamos perdido sin necesidad, por mecánico afán de ser en otra parte, fuera de nosotros mismos.

La memoria despliega su lenguaje, que no es evocación, sino contemplación, y con él se revive el movimiento de una conciencia -entre los objetos naturales y los cuentos, entre las fantasías reales y los fantasmas reales- indistinguible del tiempo.

Porque ese es uno de los logros de este libro: su atemporalidad a pesar de situarse en un paisaje de mundo antiguo, pequeño en su horizontalidad casi metafísica, su capacidad de hacerse a sí mismo sólido como una caja y ligero como un pájaro: no ficción; pues “si esto es posible, todo es posible y verdad”.

Juan Carlos Suñén
El Cuaderno, 2014