Primo Levi: Relatos

La máquina moralista


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– Traducción de Carmen Martín Gaite
Alianza Tres. 1988. 200 y 252 págs. respectivamente.

La relación entre estas Historias naturales y aquellas contenidas en El sistema periódico, posteriores, que sirvieron, junto al soberbio Si esto es un hombre, para que el lector español conociera la obra del turinés Primo Levi (1919-1987) tan sólo unos meses después de su suicidio, se establece tanto desde la educación científica de Levi, presente en ambos libros, como desde la preocupación por el hombre, la cuestión ética que marca toda la obra del autor. Ambas obras comparten, además, ese peculiar tono irónico, ese sentido del absurdo que es uno de los rasgos más característicos del estilo de Levi.

Es precisamente su formación científica y su posterior ejercicio profesional como químico lo que nos inclina a pensar que no es en la literatura dónde deben buscarse las claves de interpretación de estos quince opúsculos sobre ciencia y tecnología, sino en la propia historia reciente de estas materias. Firmada con el seudónimo de Damiano Malabaila, la primera edición de Historias naturales, fechada en 1966, vio la luz en la editorial Einaudi cuando Si esto es un hombre llevaba ya 11 ediciones. Dos años antes aparecía Minds and Machines, una colección de artículos filosófico-científicos recopilados por Alan Ross Anderson que, en España, publicaría Tusquets en 1984 con el título de Controversia sobre mentes y máquinas. La discusión sobre la posibilidad de que una forma de conciencia pudiera albergarse en los sistemas mecánicos data pues de esta época. Como datan de esta época los primeros intentos de escribir poesía con ordenador (ver «El versificador») o los primeros experimentos para accionar mecanismos mediante electrodos conectados a las terminaciones nerviosas (proceso que se invierte en «Tratamiento para jubilados», seguramente una de las mejores piezas del libro). También la biogenética comienza entonces a despertar una inquietud ética que acabaría (recientemente) poniendo de manifiesto la necesidad de unas leyes específicas capaces de regular los nuevos poderes del hombre (ver «Mariposa angelical», sobre los «experimentos» médicos del nazismo, y «El orden a buen precio», sobre las posibilidades de la moderna tecnología, basta para advertir qué sutiles pueden llegar a ser algunas fronteras).

Cierto que entre estas «trampas morales» encontramos algunas algo ingenuas y otras que poco (o nada) tienen que ver con lo apuntado hasta ahora. Pero es en la parábola científico-moral donde Levi llega más lejos, donde su crítica de las prevenciones burguesas (pero también de los peligros reales y, a veces, inadvertidos) alcanza la resistencia al tiempo que nos permite leerlas hoy como si acabaran de salir del horno. Salvando las distancias, el autor posee, a ratos, la misma capacidad de jugar con el conocimiento especializado que permite a un Asimov (por ejemplo) convencernos de que una gallina puede poner huevos de oro. Y, siguiendo, por ahí, digamos también que su imaginativo humor no le va a la zaga a (es otro ejemplo) el mismísimo Frederik Brown. Véase el magistral «El amigo del hombre», tiernísimo relato sobre nuestras relaciones con ciertos organismos tenidos por deleznables y donde la “trampa moral” es sin duda de las más evidentes, por más que no aparezca en ella el entrañable Señor Simpson (representante de NACTA, la compañía que fabrica todos los disparatados ingenios ideados por Levi).

Cuestiones como la relación del hombre con el electrodoméstico (otra discusión permanentemente moderna), junto a reflexiones sobre el ejercicio de la censura, el poder evocador de los olores (y la consiguiente posibilidad de embotellarlos para crear un banco de memoria), o la hibernación (entre otros) aseguran el buen funcionamiento de esta festiva, poética e ingeniosa máquina moralista cuya eficacia fue premiada, en 1967, con el premio Bagutta (de Milán).

El sistema periódico (1975), es también una obra donde la literatura y la ciencia se dan la mano. Sin llegar a ser una novela en el sentido estricto (como Levi no fue nunca un escritor “en el sentido estricto”), ni tampoco una biografía, el libro avanza por los caminos de la memoria personal (la “memoria personal” de Levi es inevitablemente la memoria histórica del hombre moderno) y de la reflexión moral (que en Levi tiene siempre algo de conciencia colectiva). Pero no se deje el lector confundir por las afirmaciones precedentes. El resultado es un libro delicioso en el que Levi deja que cada uno de los elementos elegidos le sugiera, a modo de fetiche proustiano, alguna anécdota, situación o personaje, haciéndolos funcionar ya por sus cualidades, ya por su protagonismo real, como metáforas unas veces, como verdaderos desencadenantes de una experiencia concreta otras. Así, desde la evocación de sus antepasados, hasta su encuentro con un antiguo carcelero de Auschwitz, pasando por pequeños relatos tan enternecedores como «Titanio», tan emotivos (y dramáticos) como «Hierro», o tan decididamente narrativos como el casi policiaco «Plata», Levi nos habla sobre la vida y la muerte, el amor y el trabajo, la verdad y la ficción.

En El sistema periódico la química cumple una doble función: por un lado da sentido al relato ofreciéndole una verdadera metáfora del mundo, la del espíritu en lucha por dominar a la materia; por otro, procurará al lector momentos de verdadero “suspense”, en forma de “casos” (la solidificación prematura de determinado barniz o la aparición de manchas en cierta marca de papel fotográfico) que el químico se aplicará a resolver con afán detectivesco y el escritor a narrarnos con los mejores recursos de su oficio. Al final, será toda una vida la que ha desfilado ante nuestros ojos.

Dos libros por lo tanto excelentes, cada uno a su manera, y afortunadamente bien traducidos (por Carmen Martín Gaite, casi nada). Dos libros que, en cierto modo, se complementan, a la vez que nos ofrecen lo mejor de su autor: una prosa ágil, sobria y temperada, sin concesiones a otra idea de la literatura que no sea la de “comunicar”, una inteligencia aguda y reflexiva, y una generosa sensibilidad.