José María Guelbenzu

JCS: Hablemos de la construcción musical del texto. Lo primero que hace tu narrador, Asmodeo, es una exhibición, un solo musical absolutamente impresionante hasta la escena de la playa, tras la que empieza el relato de Clara. Parece que nos advirtiese “tengo una historia que contar, y no mantendré este tono, pero sabe que si quiero puedo llegar hasta aquí, estas son mis armas”. (Por cierto, que la voz femenina, Clara, aparece cuando el lector la reclama, ni antes ni después. Justo cuando el lector dice: me gustaría oír a la otra parte; ahí está.) Luego el concertino, por llamarlo así, sus voces, deben medirse con los acontecimientos, y con la orquesta, para salir matizados por el enfrentamiento. Ese es el esquema de una sonata…
JMG: Ahora que lo dices… No ha sido deliberado, pero sí.
JCS: Salió, sin más…
JMG: Será por toda la cantidad de sonatas que he escuchado a lo largo de mi vida. [Se ríe] Pero es intuitivo. No es que haya dicho “voy a seguir esta fórmula”. No es lo que hace Alejo Carpentier [1904 – 1980] en El acoso [1956]…
JCS: O en Concierto barroco [1974]… Ahí es descarado. Pero volvamos un momento a los personajes… Están esos que pasan de una novela a otra y que parecen advertirnos que cada una de ellas es como el capítulo siguiente hacia un corpus mayor. Como si hubiese una gran novela hecha de novelas y que quisieras cerrar… ¿Tienes esa sensación?
JMG: La sensación de haberla cerrado, seguro. Pero es escribiendo esto, más o menos hacia la mitad, cuando me doy cuenta de que estoy escribiendo El mercurio [1968] a los sesenta y cinco años. Entonces me doy cuenta de que esto es el cierre, hasta el extremo de que deliberadamente quedan introducidos personajes de otras novelas en el curso universitario de Andrés Delcampo.
Pero no me había dado cuenta de que no estaba escribiendo otra novela más, aunque esta vez más centrada en atacar grandes temas (pensando en que Un peso en el mundo es una novela, en principio, sobre el deseo de ser mejor, o en que Esta pared de hielo es una novela sobre la muerte), concretamente el amor. Esta es una escritura hecha con la conciencia de que, a partir del momento en que tienes una memoria larga, tienes también una capacidad de recapacitación fuerte, te atreves con esos temas. Y estaba creyendo simplemente que era una más de estas novelas. Pero, de pronto, me doy cuenta de que estoy escribiendo El mercurio desde otra perspectiva, desde otra mirada, desde otra edad y desde otro “todo”. Entonces comprendo que es un cierre también.
JCS: Esa es una reflexión que funciona en tu cabeza, un crítico tendría que hilar muy fino…
JMG: Directamente para uso personal.
JCS: La novela no tiene tramas paralelas…
JMG: No. No las tiene. Está todo muy concentrado, muy dirigido a donde va. Es más, a esta novela, sobre el original que presenté, le han desaparecido cincuenta páginas. Pensé que así quedaba en la situación perfecta. Para no cansar y al mismo tiempo para llevar dentro lo que tenía que llevar.
JCS: La novela está salpicada de guiños, citas o alusiones a grandes poetas y escritores, que parecen enfocados a un determinado lector, casi a una generación concreta, ¿no?
JMG: Sí, los hay –al final acabas haciendo eso– pero no tratan de ser especialmente importantes. Como la relación con la literatura o con el arte en general que puede tener la pareja protagonista, se procura que esten en el punto justo para que no disuenen.
JCS: Para terminar: ¿por qué decides termina la novela como si fueras a ponerte a escribir Moby Dick?
JMG: ¿A parte de que es un homenaje irresistible a Herman Melville [1819 –1891] que es uno de mis ídolos…?
JCS: A parte de eso, sí, ¿no podrías haber dejado al lector a dos velas?
JMG: No. No se puede dejar esa voz sin identificar. Cualquiera me podría haber hecho un reproche sobre la identificación de una voz que ha tenido tanto peso en la novela, que hasta se permite opinar y cachondearse.
JCS: Llega a tratar al lector de caballerete
JMG: Había que darle una salida y era muy difícil dársela, porque, ¿quién es ese narrador omnisciente, y cómo conoce la historia? Debería pertenecer al mundo de los protagonistas, salvo que fuera el diablo cojuelo… Y en ese momento, lo que tengo que hacer es identificarlo.
JCS: Pero en ese momento, lo que haces es firmar y no sólo firmas la novela sino que firmas la obra. ¿De eso eras consciente?
JMG: Soy totalmente consciente. En cierto modo es un gesto de arrogancia y también de sumisión.
JCS: Pues hasta aquí hemos llegado, si te parece. Otro día hablamos de las ventas.
JMG: Cuando quieras.

Termina así la disección de una novela. A mi alrededor la gente ya cena, y es que, tras dos horas de conversación, los interlocutores se han bebido la tarde y se han ido a pasear la noche sobre los tejados de la ciudad bajo los que sucede y continúa la vida. Ordenando mis notas no puedo evitar recordar otra frase de El amor verdadero:
«en el ejercicio de la vida, cada uno está solo consigo mismo».

Daniel Martín Sáez de Parayuelo
Madrid, 2010