José María Guelbenzu

JCS: Oye, y el amor se presenta como cumplimiento, como construcción de un destino, casi como una decisión intelectual…
JMG: No creo que sea una decisión intelectual, sino una decisión personal, en la novela. Pero es el sentido de la responsabilidad lo que prima. Es decir, si tú te juntas con alguien para vivir con esa persona, es para vivir con ella y, si no, te dedicas a follar (con perdón) hasta que el asunto se agote; pero son dos cosas distintas.
JCS: Lo que dice la novela, si lo he de reducir a una sola frase es: el amor no es un objeto a disfrutar sino la construcción de un objeto a disfrutar.
JMG: Exactamente. Hay un momento en el cual, Clara dice que “la felicidad consiste en merecérsela”. Es decir, la felicidad no es un estado, como mucho es la suma de los momentos felices que hemos tenido, pero sobre todo existe por el merecimiento. Porque te has buscado merecértelo. En ese sentido se movería la idea del amor.
JCS: “Estar en disposición de recibir”, es una de las frases que se utilizan textualmente y que ya es una frase que utilizaba la mística para hablar sobre la experiencia de lo trascendente.
JMG: Pues sí…
JCS: El ritual, en ese sentido el anillo que aparece al principio del libro y que permanece presente y semioculto todo el tiempo, parece servir a una especie de representación dirigida a fijar lo consciente en lo inconsciente, lo contingente en lo esencial.
JMG: Lo has dicho con toda exactitud. Esa es la función del ritual.
JCS: Es un ritual que queda fuera de normas, es decir, no es un ritual que la novela compare a la ceremonia cristiana del matrimonio, ni siquiera a la civil, sino que lo preserva en ese tiempo mítico, en ese juego propio de la disparatada mente de Cadavia-Merlín…
JMG: Mezclándose con el sentido de la responsabilidad por el acto en el que uno se aventura.
JCS: Voy a hacer una comparación un poco barroca pero me parece que se va a entender. Si me preguntan por cuestiones como la rima o el ritmo, yo respondo que el domador debe de aprender a manejar el látigo y la silla para domesticar al tigre; pero que he conocido a verdaderos artistas del látigo y la silla que ni siquiera han pisado jamás la jaula y que nunca lo harán porque fascinados por su habilidad, ignoran que látigo y silla son sólo elementos intermediarios…
JMG: De hecho hay un momento en el libro, cuando se está hablando del conjuro del anillo, en el que se dice que el conjuro está acabado, que ha desaparecido: se lo han llevado por delante los hechos, y a otra cosa.
JCS: Tenía fuerza sólo para poder dejar de tenerla.
JMG: Una vez que realmente se ha producido el hecho de que estas dos personas se reúnen y establezcan una relación amorosa (en este caso muy duradera aunque podría haberlo sido menos, da igual) el conjuro ya no tiene poder. El hechizo ya no los va a seguir teniendo atados ni podría seguir teniéndolos atados. Lo están.

(Se hace un silencio muy breve)

JCS: Obligas al lector a preguntarse qué haría él.
JMG: Es que ahora las cosas son así. Ahora se narra así. La vida tal como funciona te obliga a narrar así. Si dices lo de “y entonces actuó como cualquier hombre lo hubiera hecho…” estás forzando una especie de complicidad que posiblemente tenga que ver con segundas intenciones del autor. Pero, si realmente lo que estás contando es cómo están pasando las cosas, a gente que es como tú, le tienes que plantear el ¿tú qué harías?
JCS: ¿Tú cómo lo haces?
JMG: Vamos a ver… Tenemos una escritura que se pregunta –y resuelve– cómo utiliza la realidad una novela. Hoy en día una novela utiliza la realidad para hablar de otra cosa. La realidad concreta de lo que te están contando, no es en puridad aquello de lo que te están hablando; pero se está utilizando, la realidad, como si fuera un lenguaje, tan lenguaje como el lenguaje código, para hablarte de otra cosa; en este caso de que, en el fondo, la construcción del amor es una aventura. La novela utiliza la realidad para representar una idea, no para hacer retratos: eso sería costumbrismo. Y a lo mejor, la del amor, es incluso de las pocas aventuras que quedan en un mundo en el cual ya, salvo que empecemos a explorar Marte, no hay mucha exploración exterior. Estamos en la zona de la aventura interior, evidentemente, pero no en la aventura interior de una persona que busca algo, sino de dos personas que buscan algo y son distintas entre sí.
JCS: ¿No te resulta una idea, absolutamente poética, que la verdadera épica sea la lírica?
JMG: Muy posiblemente…
JCS: De hecho la racionalidad de la novela, en el último “tranco” del libro la ejerce un poeta.
JMG: Totalmente. Recuerdo un texto de Eugenio Trías sobre El río de la luna [J. M. Guelbenzu 1981, Premio de la Crítica] en que decía que la verdadera potencia del texto estaba en que operaba sobre una idea poética y a partir de ahí construía la novela. Bueno, yo eso siempre lo he creído y siempre en mi manera de concebir una novela anda una idea poética detrás.
JCS: Tú eres un lector de poesía, un degustador de poesía, ¿no?
JMG: Así es. Quizás como persona envidiosa de no saber escribir poesía, incluso mitificando (quiero decir, excesivamente) la escritura de poesía.
JCS: Oye, todo es ponerse…
JMG: No, no todo es ponerse, eso es lo que yo creía y es mentira. Pero volviendo al tema, esa zona final, que tú llamas del poeta, con Andrés viendo dormir a Clara, mirándola dormir por citar a Homero, esa es una zona que pensé que me iba a resultar muy difícil, que no iba a poder con ella, que quedaría blanda, quizá cursi; hasta que empecé a escribirla, porque entonces me di cuenta de que -–claro– tenía un sentido: ¡tenía todo el resto de la novela detrás! Así, en sí misma, la escena sería una concesión, casi un recurso fácil, pero no lo es; y aunque parezca una exaltación del amor, sin embargo sigue manteniendo el tono agridulce porque es el resto de la novela el que está pesando sobre el discurso.
JCS: En esta novela, los novelistas quedan mal; pero aún quedan peor los políticos. [José María asiente] Éstos últimos parecen haber perdido toda fe, parecen huérfanos desde el punto de vista ético; pero el personaje del novelista Mateo Perdiz también. De hecho su función en la novela –la de unos y otro- está reducida a lo que en narratología se llama función “actante”: provocan una situación que luego transcurre sin ellos, pero no poseen mayor autoridad.
JMG: Es que todos los personajes sufren una pérdida sobre sus expectativas iniciales y quizás ahí funciona como contraste. Quien sufre menos pérdida es la pareja porque han buscado una solución personal e individual frente a una situación colectiva que de nuevo les desplaza. Mientras que los otros, participantes o desplazados de la situación colectiva, siguen estando obligados a pensar lo que piensan los demás. O a defenderse de lo que piensan los demás. No son personajes especialmente relevantes, pero son este tipo de personajes que de alguna manera se constituyen a sí mismos, mal que bien, y además cogidos de la mano.
JCS: Los celos de Andrés, que en algún momento de la novela pueden parecer enfermizos, acaban casi por declararse como defensa de continuidad. Lo que finalmente salva a esta pareja de los avatares que han hecho cambiar a otros, a su círculo de amistades más próximo, no solamente de fortuna, incluso de carácter o de moral, es el hecho de que por encima de los acontecimientos es la continuidad de su historia la que han defendido.
JMG: Claro, están construyendo una historia, una solidez.
JCS: ¿El amor aparecería como lo único duradero en cuanto que es lo único privado frente a la agitación de lo público?
JMG: Es el refugio -en un sentido no peyorativo de la palabra- en la solución personal. Puesto que seguimos siendo unos desplazados, finalmente, nuestra única salida es este lazo. Y en cuanto a los celos excesivos de Andrés frente su amigo Cuchi, se producen porque en el fondo hay un punto de envidia hacia éste. En el fondo los celos no tienen que ver con una infidelidad o una deslealtad, porque no puede considerar deslealtad lo de su amigo, porque sabe muy bien quien es Cuchi, y no puede considerar infidelidad lo de su mujer, salvo que lo considere como una grieta en esa solución personal que han buscado y que se han propuesto, sólo una grieta. Pero ahí surge el macho herido en su orgullo. Es inevitable. Lo evitable es el desastre, la desunión, y él lo evita.
JCS: Cuando se plantea esta diferencia entre infidelidad y deslealtad, se plantea una frontera de época…
JMG: En la situación en la que se encuentran ya no cabe infidelidad; él puede pensar en deslealtad, aunque por debajo de esa hipotética deslealtad lo que hay es, como te digo, un punto de coraje, de enfado porque implique justamente a ese amigo al que oscuramente envidia. Posiblemente, si el implicado hubiese sido otro, ni siquiera le hubiese importado.