José María Guelbenzu

JCS: ¿Y Luis Bonafé? Me gustaría oír su opinión sobre esta época nuestra. Tengo la sensación de que culpabilizaría de la crisis económica a la caída del muro de Berlín; que vería en ella, pero sobre todo tras ella, al capitalismo reclamando la parte del león.
JMG: Bonafé sería muy honesto explicando el sentido que tendría para él la caída del muro.
A veces (con todos sus defectos, aún estando en desacuerdo con él) el muro era una línea fronteriza funcional entre dos concepciones y Bonafé, yo ceo, es consciente de ese equilibrio. Cuando realmente el muro cae, cae algo más que un símbolo de represión. Yo creo que lo intuye.
JCS: Es que delante de esa línea se había creado un estado del bienestar que era pura fachada…
JMG: Totalmente. Ese Berlín oeste era la falsedad más lujosa que se había montado en toda Europa, exclusivamente para dar envidia. Bonafé, efectivamente, atribuiría a la caída del muro los abusos del capitalismo. Lo que quizás no se esperase es que el capitalismo nos metiese en los líos en los que nos ha acabado metiendo, que pudiera llegar a superar al Estado…
JCS: La novela abarca tres generaciones que han supuesto un salto enorme en la vida de un país. Tenemos a los vencidos y a los vencedores, tenemos transformadores activos o pasivos, y tenemos a los receptores, a los herederos más o menos conscientes… ¿Cómo se juzgar entre sí? ¿Qué se perdonan o se reprochan entre sí esas generaciones?
JMG: No se perdonan nada en la primera parte de la novela, cuando se hace esa lista de los males de España, y sin embargo posteriormente hay, no tanto una rendición, como una conmiseración hacia la situación de todos. Es decir: al final todos hemos acabado no saliendo bien de esta, por decirlo así, o saliendo sin más, mejorando sin más nuestro nivel de vida. Pero al final ¿para qué se va uno a cabrear con su padre? Andrés se da cuenta de que su padre le ha enseñado algo muy importante que es la rectitud, aunque no estuviera de acuerdo con él; Clara se da cuenta de que su padre está viejo y ya no le dan ganas de reprocharle nada. ¿Para qué le vas a atizar, no? Lo que le interesa a ella es mostrar su solidaridad y pedir perdón en nombre de sí misma y de quien no va a pedirlo nunca. En cuanto a las madres de ambos, se han montado su propia historia sabiendo que hay que sobrevivir. Piensan: “a ver si nos divertimos en el tiempo que nos queda”. Y ellos, la pareja, están metidos en medio de todo el conflicto. Está esa capacidad para asumir la contingencia: ya no somos los que íbamos a ser, simplemente somos los que somos. Desde ese punto de vista no es que se perdonen o se reprochen más o menos cosas, es que se pierde acidez en la crítica.
JCS: Pero la pregunta, ¿por qué el futuro no es como lo recordábamos?, y perdóname la licencia poética, se la hace la generación de Andrés, no se la ha hizo la anterior y probablemente no se la va a hacer la siguiente.
JMG: No, no se la va a hacer. Es porque ellos, los que tenían treinta años en 1975, han estado en el centro exacto del cáliz.
JCS: Sin embargo, tengo la sensación de que es una pregunta que volverá.
JMG: ¿Tú crees que los hijos la repetirán?
JCS: Yo creo que la tuya es una novela generacional en sentido amplio, no sólo una crónica de época. A lo mejor, calidad a parte, a mi hijo no le interesará leer esta novela, ahora, más que desde un punto de vista local, pero probablemente a mi nieto le fascine lo que tiene de universal. ¿Me explico?
JMG: Perfectamente.
JCS: Digo que al final trata de la esencia del ser humano. Empezamos a perseguir algo que en algún momento nos va a estallar en la cara, nos va a defraudar, y sin embargo quemamos la vida en ello.
JMG: Y finalmente tratando de sacar lo más positivo de todo, que es lo que nos ha quedado. La razón de la contingencia se afinca ahí. No ha salido lo que queríamos; pero o tenemos lo que tenemos o nos suicidamos. A mí me recuerda a un verso de Wystan Hugh Auden [1907 – 1973], que es posterior como sabes a T. S. Eliot [1888 – 1965], que (como respondiendo a Eliot cuando éste cuenta el desastre que ha arruinado a Europa) más o menos viene a decir: señores, si hay que morir muramos; pero si no, empecemos a vivir. Es una visión magnífica. Ahí se acaba La tierra baldía y llega una nueva manera de entender el mundo moderno.
JCS: ¿Están más interesados los hijos en recordar el pasado que los padres?
JMG: No se les da la opción, porque lo que se sabe de ellos es que se han ido a hacer su vida. Lo que sí es verdad es que se han ido a hacer una vida que es muy distinta de la que se propusieron hacer sus padres. Porque estos últimos han seguido muy ligados al mundo de los suyos, y a su clima, y al clima que se vivía en España, mientras que los hijos están ya en una suerte de lejanía incluso geográfica. Siempre se ha pensado que la vida consistía en que tú formabas tu familia, seguías viendo a tus padres, luego tenías unos hijos que seguirían viéndote a ti como tú a tu padre, trayéndote a los nietos… Y en estos momentos lo que se está viviendo, en este país, es que los hijos de mucha gente que ha pertenecido a la generación de Andrés y de Clara, tienen un novio ruso o una novia finlandesa y se van a vivir a Estados Unidos. Mientras que Andrés Delcampo ha seguido aquí, instalado en España, y seguirá en España, sus hijas es posible que terminen en Méjico, por ejemplo. Eso era impensable para su generación, que era una generación que quería seguir aquí, porque quería cambiar esto y porque vivía encerrada también.
JCS: Ajustando más, página 284: “Un pasado sin afrontar es como un pasado a la espalda lleno de oscuros silencios, un peso muerto que cada vez pesa más: a cada nuevo paso que se da, la inestabilidad aumenta, el portador se tambalea. El olvido no es ligereza, sino esclavitud, cadenas”. Esto vale para Clara cuando quiere pedir explicaciones sobre de dónde viene esa escena que le persigue desde la infancia, en las afueras de la finca de sus padres durante la guerra: el ángel. Pero ¿puede leerse también como una reivindicación política… de recuperación del pasado…?
JMG: Creo que, en el universo temporal de la novela, habrá interés por recuperar ese pasado cuando se viva como una carencia. Pero a mí me da la sensación de que de momento, los personajes se están abriendo, ya que viven en un país que ha dejado de ser un país cerrado para ser un país abierto y eso significa estar conectado con el mundo. La salida al mundo era una de las cosas que buscaba esta generación. Sin embargo, a su vez, sus hijos van más allá y se lo toman como una posibilidad real de irse fuera. En ese sentido, hasta que no regresen (de hecho o mentalmente) no les va a interesar nada. Es posible que a los nietos sí les interese, pero a ellos no, porque están metidos en un mundo mucho más abierto. Un mundo más cosmopolita (en el mejor sentido de la palabra, vamos, no en el más pijo).
JCS: Oye, y el hecho cierto de que la experiencia es intransmisible ¿lo viene a paliar la novela?
JMG: Aquí se produce una cosa muy curiosa. Yo creo que la experiencia es intransmisible por la sencilla razón de que es personal. Y como eso se lo construye uno pues no hay nada que hacer. Cuanto más se distancie del núcleo familiar más atención se pone fuera. Cuando alguien del núcleo familiar te viene a decir que debes hacer esto o aquello, no lo recibes. Curiosamente, sin embargo, a través de una novela, esta experiencia la puedes recibir absolutamente. En una novela te puedes abrir a experiencias que no te pueden transmitir tus personas allegadas, porque a ellas no se las aceptas pero a la novela sí.
JCS: De hecho admitimos la experiencia de Don Quijote como propia sin grandes dificultades.
JMG: Exacto. Eso a mí me recuerda cuando, en el siglo XVIII, leían, fundamentalmente, las mujeres y los jóvenes: porque eran los que estaban fuera de la vida, digamos del lío de la vida en el que andaban metidos los maridos y los hombres hechos y derechos. Era su manera de conocer lo que se cocía del otro lado, leer novelas.
JCS: Se dará la tentación, por cercanía con los hechos, sobre todo en el lector que esté en ciertos ambientes, de hacer una lectura en clave, y esto no funciona, sin embargo. No parece haber un personaje que se corresponda con otro real. Hay rasgos de carácter, hay frases que podía haber firmado algún conocido, pero no hay una correspondencia con la realidad en ese aspecto. ¿El que lea así se equivocará de novela?
JMG: Sí, evidentemente, sí. Sin embargo, en esta novela, de la que siempre me preguntan si es autobiográfica, y que no lo es para nada, el mundo que se cuenta está muy cerca de lo que fue la realidad. No está pegado a ella, no “es” la realidad, pero está bastante cerca. Siempre existe un punto de distancia pero nunca he escrito una novela en que los lugares, los espacios y los ambientes estuvieran tan cerca de la vivencia personal como lo están en esta.

A estas alturas de la conversación, el timbre del teléfono móvil de José María sirve para colocar un punto y seguido y cambiar las copas vacías por otras llenas. La conversación se afloja y se pasea por el lugar donde tiene lugar la cita, que llama gratamente la atención del novelista y le lleva a recordar cuando él mismo propiciaba esta suerte de encuentros literarios en los bares de los hoteles con autores como Carlos Barral [1928 – 1989] o Jaime Gil de Biedma [1929 – 1990], por nombrar sólo un par de ellos. Al estrenar nueva copa, durante un momento, ambos se entretienen recordando cuánto cambió Chicote, y otros bares donde se quedaba, como el del Hotel Tirol en el que, como apunta Suñén con sonrisa maliciosa, paseándose por sus habitaciones -al modo de Don Cleofás Leandro Pérez Zambullo y su espíritu cojuelo- uno podría escribir el “Quién con quién” de la literatura española; pero como eso sería otra novela y aquí se ha venido a hablar de amor verdadero, lo dejan para otro rato…