José María Guelbenzu

Charlando sobre el amor verdadero


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– Siruela. Madrid, 2010. 584 páginas.

El año 2010, me reuní, en un céntrico hotel madrileño, con José María Guelbenzu para hablar sobre su última novela, El amor verdadero. Daniel Martín Sáez de Parayuelo hizo de relator del encuentro. Esto es lo que transcribió:

Cuando un poeta como Juan Carlos Suñén (Madrid, 1956), que en lo que a narrativa se refiere se considera un lector de novelas que no está por la labor de escribirlas, conversa con un novelista de la talla de José María Guelbenzu (Madrid, 1944), un lector de poesía que no está por la labor de escribirla, al hilo de la publicación de la última novela de este, El amor verdadero (editorial Siruela Nuevos tiempos), uno tiene la sensación de hallarse frente a una puesta en abismo en la que el encuentro entre dos escritores pasa a convertirse en todo un artefacto literario.

Ante tanta cana de las letras junta, resulta difícil encontrar una postura cómoda en los asientos del café terraza del Hotel Ada Palace, ubicado a las puertas de la ya centenaria calle Gran Vía de Madrid. Mientras que José María, recostado contra el respaldo de su sillón, cambia a la camarera una copa de vino por una de cava y Suñén prefiere dejar coja a una ginebra de su tónica, uno no sabe cómo sentarse bien para disimular, del mejor modo posible, su adolescencia literaria y, como corresponde al buen relator, bebe un agua mineral gasificada.

«La vida demuestra que la experiencia personal es intransmisible.»

Cuando una novela de casi seiscientas páginas comienza con una frase como ésta, se percibe, como con Walt Whitman en su momento, que lo que tiene entre las manos no es un libro sino una persona que habla, te habla, desde otro lugar. Si a esta declaración, y casi a renglón seguido, se le suma la afirmación de que en el ocaso de una vida … queda lo que en verdad acompaña a los más afortunados, a aquellos que han conocido, por sentimiento, por inteligencia y esfuerzo, el amor verdadero, se puede asegurar que el autor ha cometido un acto de generosidad extrema. Y es que, al cerrar por última vez las tapas de la novela de José María Guelbenzu, se tiene la sensación de que, desde sus páginas, todo nos ha sido dado, casi revelado: experiencia, amor y conocimiento. Definitivamente sabiduría que, en esta sofocante tarde de finales del mes de mayo, poeta y novelista se han propuesto compartir y repartir sin escatimo. Y es que una cosa queda clara; efectivamente, sabe más el diablo por viejo que por diablo…

Juan Carlos Suñén: ¿Asmodeo por parte de Vélez de Guevara, de Larra, de ambos?
José María Guelbenzu: Si vas al Diccionario Infernal del demonólogo Collin de Plancy [1793 -1887], Asmodeo son muchos…
JCS: Hombre, hay uno que es famoso por estropear los matrimonios. El demonio del Zohar, que llega a estropear hasta siete…
JMG: También es el superintendente de las casas de juego en el Infierno. En este caso, yo estaba pensando en el voyeur chismoso y pícaro que va levantando los tejados de la ciudad. O sea, en El diablo cojuelo de Luis Vélez de Guevara [1579 – 1644], que de repente, me pareció que como narrador omnisciente era estupendo.
JCS: ¿Sabías que se rumorea, entre los ocultistas más avisados, que Asmodeo era el padre de Merlín?
JMG: Eso no lo sabía.
JCS: Pues no te viene nada mal…
JMG: No, no, me viene de cine, es más. Y no puedo caer en la falacia de decir que ya lo sabía porque no es verdad y no cuento mentiras; pero encaja a la perfección…
JCS: El diablo Asmodeo confiesa su autoría, pero, reservándose la más burlona, comparte su voz con otras entre discursos, monólogos y escenas…
JMG: Bueno, hay una serie de escenas en presente puro y duro, sin adornos, a cargo de un narrador no identificado, una voz sin intención… Es un fedatario, de hecho. Una voz fedataria. La del diablejo es la omnisciente y las demás son las de la pareja, en posiciones temporales distintas dentro de la novela.
JCS: El libro está cronológicamente ordenado. El relato empieza y termina siguiendo una flecha temporal tradicional, pero paralelamente hace el viaje a la inversa y adquiere forma de anillo…
JMG: Sí, sí.
JCS: … y eso implica algunas elecciones. Desde el principio sabemos que no seguimos el desenlace de una historia de amor, si sale bien o mal: ya comenzamos a leer informados de ello. Pero dejándonos ver lo real de cuanto nos reserva, la historia nos facilita suspender nuestra incredulidad en algunos pasajes. Es como si advirtieras, “¡ojo! esto no es sólo una novela de amor por mucha historia de amor que tenga, ni otra cosa que sólo ficción por muy verdad que parezca”.
JMG: Confieso que estaba bastante preocupado con el tratamiento del realismo… Mira, es imposible deshacerse del realismo en este país. Y puesto que es imposible, lo que queda es hacer realismo de otra manera. Ese realismo “de otra manera” es el que yo he intentado en Un peso en el mundo [1999] en Esta pared de hielo [2005] y aquí. Concretamente en ésta novela pretendía atacar lo establecido con una serie de distancias impuestas a partir de una historia razonablemente inverosímil, como es que una pareja no ya dure toda una vida, sino que además esté atada a un conjuro, lo cual actúa como en los cuentos populares; por ejemplo: “una mujer se casa con un príncipe y tiene un hijo de él, pero se le prohíbe entrar por la noche en su aposento para verlo. Una noche, devorada por la curiosidad abre el aposento y se encuentra con que su esposo es… un lagarto escamoso. En ese momento, recibe la maldición del príncipe que le dice que no la volverá a ver nunca más si no se calza unos zapatos de hierro y camina con ellos hasta que la suela se desgaste”. Claro, nadie calza zapatos de hierro, pero el cuento popular tiene un valor ejemplar. Gastar unas suelas de hierro significa tener una tenacidad, un tesón y una capacidad de esfuerzo enormes. Pues, desde ese punto de vista, la historia de una pareja que dura cincuenta años, y además gracias a un conjuro, no tiene otro fin que poner en valor la fuerza de la voluntad dentro del amor, es realista. También son, por ejemplo, elementos distanciadores los momentos mágicos en que pasean por los tejados, la presencia enigmática que se verá en su momento del narrador omnisciente e incluso los nombres de los personajes que son razonablemente grotescos.
JCS: Algunos vienen de otras de tus novelas.
JMG: Los personajes que vienen de otras novelas son literariamente reales pero los que se llaman por ejemplo: Ronaldo Singapur o Arturo Maduro o Mateo Perdiz o Julieta Romeo, son evidentemente nombres imposibles en la historia que se está contando. Ahí el intento es estar constantemente recordando al lector, “está usted leyendo una ficción y una vez que tenga esto claro, créasela”. No olvidemos la cita final del libro, bien clara al respecto.
JCS: Funciona como un ritual: provoca un compromiso real a partir de una vinculación mágica…
JMG: Provoca, pone una distancia y, al mismo tiempo, fuerza una situación para, partiendo de ciertas circunstancias inverosímiles, llegar a la verosimilitud. Realmente.
JCS: Es una crónica.
JMG: Sí, claro, pero no sólo…

(Suñén da un trago a su ginebra y revisa sus notas. Guelbenzu se inclina sobre el platito de los frutos secos.)