Gottfried Benn

Adiós a las musas


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– Edición y versión de Enrique Ocaña.
Pre-Textos. Valencia, 1999. 206 paginas.

La singular obra de Gottfried Benn (1886-1956), a pesar de la influencia innegable que ejerce –a partir, sobre todo, de su muerte– en la poesía y la crítica poética occidentales, sigue aún debatiéndose bajo la sombra de un autor convencido de que –ante el desmoronamiento de la sociedad burguesa– el arte podía imitar a una política, decidida a «purificar» el cuerpo social. Optó por la «cría selectiva» y se volvió muy pronto, tras responder airadamente a la invitación de Klauss Mann de abandonar Alemania, en el vocero de un nacional-socialismo que ni confundía con otra cosa, ni le engañó de ningún modo. No habrá que recordar que no fue el único, y que algunos igualmente comprometidos se han ido de rositas en nombre de una intrínseca imbecilidad práctica que teóricamente eximiría a los artistas del baremo aplicable a altos funcionarios o a militares. Benn, en cualquier caso, no se limitó como otros a epatar a un público facilón bajo la protección de un mando incuestionable. Profirió verdaderas monstruosidades en forma de intervenciones radiofónicas. Un ejemplo: aniquilar a los subnormales y disminuidos en aras de la selección de la raza.

Fue un gran poeta, lo que hoy molestará todavía a algunos como en su día molestó a todos, y es inquietante (hasta enigmático) que la sensibilidad y la inteligencia puedan convivir en el espíritu de nadie con el desprecio irracional a lo considerado impuro o, simplemente, inferior. Lo irónico es que fueron los propios nazis los que inopinadamente comenzaron a tachar el arte de Benn de típicamente «degenerado y judío» y que, al terminar la guerra, el desterrado por el nazismo fue desterrado también por los aliados. No debió de ser la suya, entonces, una soledad envidiable, pero seguramente era la institucionalización de una soledad en la que siempre había habitado y a la que Benn, simplemente, considera un error de los otros. Como fuere, es difícil no advertir su importancia en la inteligencia impresionante de estos ensayos, más allá de su radical conocimiento del medio al que se refieren.

Pero hablando de lo que ahora importa, que es la lectura de estos ensayos, de su necesidad, hay que decir enseguida que resultan, al menos unos pocos de ellos y especialmente el último, el titulado Problemas de la lírica (y no deje el lector de compararlo con el titulado Problemática de la poesía, veinte años anterior), que nos procuran una visión crítica de la que sería sencillamente absurdo prescindir. Y no hablo solamente de buenas definiciones teóricas o de un buen uso de esbozos ajenos (que los hace), sino de su meridiana claridad para aislar y combatir los lugares comunes que, a partir de eso que llamamos modernidad, un poeta debe aprender a descubrir y sortear.

Sólo desde cierta desafección hacia el hombre como animal político se asume la contradicción de que una gran parte de eso que consideramos belleza se ha construido sobre huesos de esclavos, que la construcción de la belleza no es ajena a los modelos de producción vigentes en cada época. Como sólo desde una soledad más reflexiva se advierte lo absurdo que resulta hoy en día una metáfora entendida como tópico social, casi adivinanza, a menudo simple excitación, donde la inteligencia burguesa encuentra la ambigua gratificación que reclama una y otra vez del artista.

Desde su soledad claudica. Nos dice que la poesía se escribe para la Musa, que la Musa es eso que está ahí para encubrir que la poesía no se escribe en realidad para nadie. Así, ¿cómo haber llegado a pensar en estéticas redentoras, en poemas compañeros de otro compromiso que no sea el de salvar su autonomía de las zozobras de la coherencia? Por fin se asemejan, se parecen el poeta y su obra, como verdaderamente afectados por esa ceremonia de comunión que es la escritura. Su mutuo conocimiento se vuelve una cosa certera, definida, de la que ahora podemos aprender. El libro (sus ensayos, la poesía puede encontrarse con dificultad aunque no es imposible de leer en castellano y seguramente aún se encuentra la edición de sus Poemas estáticos en Libertarias/Produfi, del año 1993*) nos muestra entre otras cosas ese movimiento de la inteligencia entre su consideración de llamarada y su destino de ceniza, entre su soledad nihilista y su soledad existencial. Tiene algo de viaje (del siglo XIX al siglo XXI, en realidad), no a ninguna parte, sino a ese otro lugar ninguno en el que las palabras descubren el discurso del lenguaje, encuentran en sí mismas su verdadero poder. Tiene razón, además, Enrique Ocaña, responsable de la edición y de la versión de estos textos: no es muy distinto (no es menos difícil) el lenguaje poético de Benn que su lenguaje ensayístico. También en ese aspecto es una lección: de exactitud y dicción, de adecuación y medida. Lo otro, la biografía, no es ni intrascendente ni invisible, pero es asunto para los jueces de hombres, nosotros lo somos de letras.

* En 2006 Calima publicaba en Palma de Mallorca los tres volúmenes de las “Obras completas” de Ben, en traducción de José Luis Reina Palazón.