Emparejando calcetines

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Se lo leo a ustedes en voz alta: ¿Acabarán algún día las guerras y el sufrimiento? ¿Qué nos sucede al morir? ¿Hay alguna esperanza para los muertos? ¿Cómo tenemos que orar para que Dios nos escuche? ¿Encontraremos la felicidad? Son preguntas que he encontrado en un panfleto que alguien, posiblemente un joven manipulado por sus cofrades de más edad, ha dejado en nuestro buzón de Magaz de Abajo. Como ahora soy pobre me sobra el tiempo, así que lo dedico a cepillar al gato, hacerle más caso a Raquel, atender los sabios consejos de mi hijo Lucas, vestirme a la oriental, leer panfletos absurdos (incluido el periódico) y sacar conclusiones. La parte más difícil es sacar conclusiones, porque con las conclusiones pasa lo mismo que con la meditación trascendental:

– Estoy meditando.
– ¿En qué?
– Ya me has distraído.

Las conclusiones deben salir de alguna parte, a ser posible de una meditación no trascendental y, desde luego, deben exhibir cierta intención de servicio público. Servidor, sin ir más lejos, llegó el otro día a la conclusión de que lo que le ha ocurrido al capitalismo neo liberal es que se ha muerto.

Saqué mi conclusión emparejando calcetines. Emparejar calcetines es una de esas actividades que deberían ser obligatorias en las carreras universitarias, incluso en los másteres esos que los jóvenes no entienden. Se pone uno a emparejar calcetines y descubre inmediatamente que las cosas no están tan mal como parecían en un principio. Servidor, miren ustedes por donde, ha resultado ser poseedor de una cantidad de pares de calcetines que, en un principio, duda mucho que pudiesen igualar los vestidores de los líderes de los principales partidos políticos del país, incluido el gobernante. Y los de los banqueros menos todavía.

Me preguntaba, emparejando calcetines, por qué me he dedicado a la poesía en lugar de ser, por ejemplo, cucharero, o belga por citar dos profesiones que, al haber estado en crisis desde el siglo doce, no han advertido el penoso momento que atraviesan nuestros gestores. Nuestros gestores están en crisis, nosotros no. Nosotros tenemos calcetines para toda la semana.

El caso es que me siento estupendamente sabiendo que gracias al tiempo libre que me proporciona la pobreza no volveré a salir a la calle con calcetines de distinta altura, o mal zurcidos.

– Suñén.
– ¿Qué?
– ¿Has bebido?

Es indignante escuchar ciertas cosas de un ser que, por su propia naturaleza, es incapaz de valorar la importancia de disponer de calcetines, así que ignoro el comentario de Pangur (que, por cierto, lleva dos días intentando aprender a caminar sobre la nieve), me sirvo otra copa del aguardiente de siempre y me digo a mí mismo: «Suñén, deja de hablar con felinos y recuerda lo que te dijo tu padre: El buen estratega nunca se quita los zapatos».

A ustedes les parecerá una tontería, pero mi padre era un poquito zen. Y además: vivimos rodeados de tonterías. Mire donde mire, no veo más que tonterías.

– Ya.

En la televisión, que se ha convertido inexplicablemente en un referente (porque la gente no empareja calcetines, sino que se queda mirándola y luego no puede salir a la calle sin hacer el ridículo) dicen que una niña musulmana tiene derecho a hacer gimnasia con velo.

Sí. Y servidor tiene derecho a hacer el amor totalmente vestido de buzo, y a ir al cielo si reza como Dios manda (lo dice el panfleto). Los derechos son así. Pero ya antes de emparejar calcetines servidor se preguntaba: ¿Es el velo impedimenta cultural o impedimento personal? ¿Las musulmanas se duchan con velo? ¿Debo ducharme con calcetines? ¿Peco si hago gimnasia sin la medallita de la comunión para no correr el riesgo de estrangularme con ella o, lo que sería aún peor, tragármela? ¿Soy chino por parte de padre? ¿Hay esperanza para los muertos?, ¿y para los vivos? Antes de arruinarme y emparejar calcetines me hacía, sí, a menudo este tipo de preguntas, pero desde que juego al ajedrez sin fichas, por imperativo económico, me ha entrado una apertura siciliana y sé que la respuesta a todas ellas es la misma: no. Y es que ciertas cosas son, como diría mi madre, de cajón: la libertad individual, la colectiva, el derecho a no ser un héroe, el derecho a no ser acusado de esforzarse más de lo necesario, las lentejas, la suerte de cuestionarse todo y seguir casado, la naturaleza, el frío, los animales de compañía, el aguardiente de orujo, los hijos, la duración, la muerte y los calcetines, por ejemplo.

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