Quería contarles como mi cuñado abrió una botella de champán en casa de cierta desagradable anciana a la que visitamos alguna vez y, dizque inadvertidamente, la dejó caer. Un momento después la casa parecía haber sido bautiza a la marinera, pero por dentro. La anciana desagradable dijo: «Y encima se ríen». Lo que provocó una tensa situación que la pequeña Martina, mientras Lucas aprovechaba para servirse un calimocho de Lambrusco, despachó de una tacada:
– ¡Todo esto… qué asco!
Al final lo pasamos tan bien, tan bien (gracias entre otros actores a la estelar presencia de Martina) que ya ni sé cómo llegué a la cama. Da lo mismo, no puedo contárselo porque la línea no funciona desde hace días y es prioritario arreglarla. Una cosa es amar el campo, y otra muy distinta sobrevivir sin Internet en Magaz de Abajo.
Llamo al 1002 y tras responder mecánicamente a algunas preguntas de dudosa pertinencia una voz humana me pide que me identifique. En vez de eso le explico que mi problema es que no me funciona la línea y que si debo marcar otro número prefiero que me lo diga y ya me identificaré allí. Sorprendentemente me da la razón, y otro número. Llamo. El protocolo es similar, y una vez cumplido se pone E. y me pregunta de qué color es mi router: le respondo con la con la filiación completa (marca, modelo y año de fabricación) pero quiere saber de qué color es.
– Es blanco.
– ¿Lucecitas?
– ¿Qué?
– Que cuántas tiene.
– Ocho… y una antenita.
Ahora quiere que le meta una horquilla al aparato por un agujerito que tiene detrás y que espere. No puedo evitar acordarme de la última visita de Pangur al veterinario. No hubo forma humana de tomarle la temperatura a la manera tradicional y, al fina, vencido y magullado, el buen hombre decidió a ojo que el gato estaba en perfecta forma.
– Un poco gordo, añadió, por pura venganza.
También me he acordado porque, precisamente ese día, Pangur se comió la antenita del router hasta la mitad. Pero eso no se lo he dicho a E. que se niega a aceptar que el problema no se vaya a arreglar sí.
– También le he dado un golpe con el zapato. Y nada.
– Con el modelo blanco no sirve.
Insisto en que el problema tiene pinta de ser del exterior; pero no escucha, así que meto la horquilla y espero: nada. Entonces me pide un teléfono para que el técnico pueda ponerse en contacto conmigo y venir a arreglarlo. Se lo doy y me dice que que no parece que funcione y que de ser así debería hablar con mi Centro de Atención Regional.
– Claro que no funciona, por eso he llamado.
– Llame al 1004
Llamo al 1004 y me aconsejan que llame al 1002 con tono de «hay que ser gañán para llamar al 1004». Lo hago y finalmente hablo con S. que quiere un número. Le doy el que no funciona. «¿Me dice su nombre para que sepa cómo dirigirme a usted?». «Llámeme Señor» (casi llega a impresionarme cómo encaja esta respuesta). «¿Y a qué hora le podemos llamar, señor?», me pregunta. «A cualquiera, no hay línea». «¿No tiene usted otro teléfono?». «No». «¿Y desde dónde me llama, señor?» «Desde el móvil de un desconocido que se encuentra francamente mal». Sigue impertérrito, y mantiene su línea de guión:
– Muy bien, señor, haremos lo que podamos para arreglar su avería, pero usted debe decirme si acepta el hecho incuestionable de que si está dentro de su domicilio debe pagar una cantidad adicional.
– Lo haré encantado siempre que usted admita que he sido coaccionado para hurgar con una horquilla en el interior del router.
– Yo no admito nada, señor.
– Entonces no me deja más remedio que cambiar de compañía y suicidarme.
– ¿Por ese mismo orden?
El tal S. es hábil, definitivamente. Se le nota avezado en el arte de salir airoso. Tentado estoy de preguntarle si vive en Chueca.
– Está bien, usted gana.
– Pues buenas tardes.
– Igualmente.
Y así hasta hoy, que ha venido el técnico y ha cambiado la caja del poste del camino. Me entrega una nota mientras intenta matar una araña que le trepa por el mono, a la altura del pecho, sin dejar de sostener un montón de piezas, piececitas, cables e interruptores.
– ¡Todo esto… qué asco!
En fin, que del vino que he encargado ni les hablo. Ahora estoy exhausto.