Vox

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Estaba servidor preparándose una tortilla Arnold Bennet, cuyos ingredientes importan menos que comerla acompañada de un vaso de agua del grifo, cuando el gato Pangur irrumpió en la cocina bufando como un candidato.

— Vox. Andalucía.

Dos palabras que a penas hora y media después parecían una sola como habían parecido una sola PSOE y Andalicía un par de hora antes. Naturalmente, los analistas comenzaron de inmediato a preguntarse cómo era posible que la ultra derecha irrumpiese en la política española, y precisamente en Andalucía, con doce diputados como doce cascabeles y a responderse (los analistas se preguntan y se responden sin necesidad de interlocutor) que a lo mejor la cuestión realmente importante era averiguar por qué el PSOE había perdido trece como trece rosas.

Existen dos agendas en la política española. Una es la de los políticos (operativa), generalmente dictada por el partido que toque pero siempre (incluso cuando le toca al suyo) tachada por la derecha, y otra (definitiva) es la de los poderes económicos. Así es porque lo hemos permitido.

Recordemos que PP y C´s se habían negado poco antes a condenar el franquismo, o, si lo prefieren, habían declinado hacerlo. El motivo, según ellos, es que debería de condenarse también el comunismo (y el populismo). Que en España no hayamos tenido nunca una dictadura comunista (o populista) cuyos crímenes pudiésemos ahora condenar no les importa lo más mínimo. La coherencia categorial, de hecho, no es un requisito que se tomen muy en serio en sus argumentaciones; prefieren tachar a pensar. Recordemos que la pretensión de cortarle las alas al feminismo, la defensa de la tauromaquia o de la caza, la disparatada pretensión de que un inmigrante debe tener menos derechos que un nativo, la prohibición del matrimonio homosexual, o del aborto, la frustración por que los tanques no se hubiesen paseado por Barcelona el 1-O o la falsificación de la historia, siendo el corazón del programa de Vox, son también sentimientos inseparables del alma de Ciudadanos o del PP. Vox no es más que una excrecencia de lo que la vieja derecha y la nueva derecha ya eran. Vox, en suma, no es más que el fracaso del un disfraz, el de la derecha española, incapaz de modernizarse, incapaz de desligarse de un lastre muy poco ejemplar y que (si pensar fuese una opción) debería de ver como un estorbo, incapaz de adaptarse. No se culpa a la izquierda de la emulsión de Vox, cúlpese a la derecha y a su pertinaz abrazo a un bacalao que huele a muerto desde hace más de cuarenta años. Ni a Ciudadanos ni al PP se le van a atragantar ninguna de las pretensiones de Vox a la hora de llegar a acuerdos.

Dicho lo cual, y asumiendo que el PSOE seguirá siendo una rosa hueca, el refugio de desclasados que siempre ha sido, servidor se ve en la obligación de recordar a la izquierda que aquellos tientos de José Menese

(Señor que vas a caballo
y no das los buenos días
si el caballo cojeara
otro gallo cantaría)

contiene todavía una verdad que ha sido incapaz de gestionar con la solidaridad que exige una representación que se quiera, realmente, popular. La verdad es que ese caballo, por muchos cascabeles que tenga, todavía cojea, y cojea mucho.

Pero la única forma de hacer ver al señor la debilidad de su enseñoramiento es que pueda imaginarse derribado no en un territorio poblado por una infinidad de tribus en pugna (¡ay, esas primarias sin pena ni gloria!, ¡ay, esas exclusiones tactistas, esas apelaciones a una unidad cortoplacista y monetaria!, ¡ay, esos avisos de peligro sin contenido concreto!) sino en los predios de la gente a la que ha estado explotando, engañando y timando desde que el mundo es mundo. La fórmula pasa por trascender el concepto político de «izquierda» y formular un frente común de participación ciudadana. Los de «a caballo» son los de arriba, los de a pie «los de abajo». Nada que no supiésemos hace ya cuatro años, cuando no había raya en la arena y la cojera del caballo era casi (parecía) mortal de necesidad. Es el silencio de de los de abajo lo que debería de preocuparnos, no Vox, y más después de que la otra agenda, la de los que mandan, nos recordase mediante el tribunal supremo quiénes son los vencidos y quiénes los vencedores: que la ley es asunto de caballeros, que la cojera es ley.

La agenda política (WhatsApp) es ya es el peor enemigo del futuro hasta donde a servidor le alcanza su mala memoria, y Vox va a ocupar una gran cantidad de sus anotaciones de ahora en adelante. ¿Quieren apostar a que la próxima campaña electoral estará tan llena de sentimientos de pertenencia, patriotismo e idiosincrasia como vacía de propuestas reales, de democracia real?

Dice Errejón que no hay 400.000 fascistas en Andalucía. Se equivoca. La cuestión es la de siempre: ¿cuánto pesan 400.000 fascistas? Y la respuesta es la de siempre: depende de la fuerza que se les oponga.

Si tuviésemos a la gente de nuestra parte seríamos tolerantes con los intolerantes. Si tuviésemos a la gente de nuestra parte podríamos convivir con Vox o con el pato Donald. ¿Por qué no tenemos a la gente de nuestra parte? A lo mejor es que no somos lo que la gente quiere. Pero ¿si no somos lo que la gente quiere, somos de izquierdas? ¿Hay izquierda fuera del populismo?

Pangur mira asombrado a servidor beberse su vaso de agua del grifo como quien aún confía en la providencia. Servidor mira a su gato agradecido por que ningún salvapatrias lo haya clavado a la puerta. Todo se andará.

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