Andan tan ocupados retándose, insultándose, los duelistas, levantando montañas de granos de café, alborotando gallineros propios y ajenos para dejar cualquier litigio lejos de casa, porfiando que la gota del gato es pie y creyendo que la improvisación es ingenio, que cualquier día de estos van a descubrir que se les ha pasado por alto alguna de esas cosas verdaderamente importantes (el bebé dentro del coche o cerrar el gas). No sé.
Quizás desconfiemos, con razón, de quien nos pide disculpas.
— Perdón. No lo volveré a hacer.
O de quien calla.
— …
Quizás pedir disculpas, modificar una postura, plegarse a una evidencia, recapacitar… o simplemente callar cuando no hay nada que decir sean signos de hipocresía post realista y yo, de pueblo al fin y al cabo, no acabo de enterarme.
Tampoco encuentro a los duelistas particularmente interesantes; aunque sí convencidos, equivocadamente, de que la gracia, suya, vale como argumento si es lo bastante insultante. La verdad es que donde ellos ven una oportunidad yo veo personajes condenados a decir palabrotas para salir en los medios o a improvisar apotegmas para no perder el equilibrio.
Se trata, me parece, de dar una respuesta sea cual sea la pregunta y olvidan que en la respuesta de una persona inteligente se nota, enseguida, que ya había pensado en la cuestión que se plantea. No me parece que los duelistas piensen en otra cosa que en su respectivo opositor, lo cual, metafísicamente hablando, significa que piensan en ellos mismos más de lo que su ocupación aconseja, mucho más, muchísimo más, obsesivamente, diría.
Pero hete aquí que en su abismamiento los duelistas conectan con el pueblo y, así, saben de buena fe no ya lo que saben los españoles o lo que traman los rusos, sino lo que desean los bercianos, ya sea, esto último, ser gallegos, leoneses o asturianos, y ello a pesar de que es sabido que lo que realmente quieren ser los bercianos es tan felices, despreocupados y responsables como cualquiera.
El caso es que tenemos ahora que decidir si el Bierzo prefiere ser el basurero de León, el de Castilla, el de Galicia, el de Asturias o, más generosamente, el de España. Nos lo explican muy bien los duelistas (que a pesar de su nombre son legión) porque conocen el «sentimiento» que guardamos en un almario cuya llave, por suerte, no se comió esa historia que puede usted reescribir como le plazca, pero que no será nunca más que eso: Historia.
La Historia no es un argumento y, siento decirlo, el sentimiento tampoco lo es. El sentimiento no va a quitárselo a usted nunca su adscripción geopolítica, política o paleolítica; si acaso se lo quitará la Historia a base de disgustos. Hablar de la Historia como si supusiese autoridad alguna es ignorar lo injusta que puede llegar a ser, y hablar de sentimientos para unificar criterios en una dirección conveniente es, simplemente, torticero además de cursi.
Podemos tolerar todo tipo de tendencias e ideas, pero cuando un colectivo presiona (y presiona) para imponernos las suyas, conviene que nos preguntemos por qué quiere lo que quiere, qué quiere exactamente, por qué queremos lo que queremos, qué queremos exactamente y cuánto nos va a costar (¡ojo!) que lo consigan o conseguirlo. No vaya a ser que nos estén utilizando, y terminemos igual de pobres que antes de dejarle negociar al duelista Lo poquísimo que, se ponga como se ponga la postverdad, nos pertenece.
Que no. Que no es usted berciano porque le rece a los saúcos o se sienta leonés o porque hable gallego o porque use chaleco o compre en Portugal, yo hago todo eso y moriré en Magaz de Abajo sintiéndome igual de extranjero que me he sentido siempre, en todas partes. Es usted berciano si atiende a la conservación productiva (no a la explotación abusiva) de un entorno real, necesitado de su participación como de una economía coherente con sus debilidades y fortalezas y de una política autónoma y volcada en un desarrollo comparativamente justo dentro de la circunscripción que sea, la que sea. Resumo: es usted berciano si sabe lo que le conviene y no deja que «ser berciano» le ciegue, si no: da igual de dónde sea usted. Asegúrense de haber cerrado el gas antes de empezar a repartir guantazos.