Populista

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Miren los lectores si no es del todo injusto que deba servidor, a sus años y con sus achaques, encontrarse en las páginas de internet acusado de populista, ni más ni menos que de populista, por la anónima pluma de algún cronista político empeñado en salvar a Ponferrada de la catástrofe o sombras de catástrofe que, a su entender, la amenazan semanalmente.

No es servidor muy ducho en el trato humano, y es sabido que a veces se entretiene en expresarse con tal afán de estilo que acaba por provocar un altercado donde quería atemperar el ambiente, o jugando a las cartas con un jubilado de Burgos al que no conoce de nada cuando lo que necesitaba era dar con el ambulatorio. Tampoco es que a servidor no le hayan llamado ya de todo, desde poetastro ilegible a ignorante trilero, pasando por antipático, pobre, engreído, pedante, advenedizo, político o extranjero. Y en cada caso, servidor podría justificar a sus acusadores admitiendo como Quevedo:

mal bueno y buen malo he sido.

Hasta sapo le llamó una vez una niña desde un columpio sin que servidor la hubiese en absoluto provocado, y algo sapo sintiose servidor viéndola desternillarse en el aire. ¿Pero populista?

Naturalmente servidor ha impreso la página de marras, ha resaltado la línea con rotulador amarillo de ese que usan los subalternos para que la gente importante no gaste tiempo, y la ha depositado en el revistero correspondiente a ver si pasa la prueba del excusado.

No todas las noticias pasan la prueba del excusado.

A cuatrocientos kilómetros de España, que es donde queda, más o menos, Magaz de Abajo, las cosas no son del todo como opinan los curiosos, pontifican los tertulianos o lucubran los intelectuales; y no porque no tengamos aquí curiosos, tertulianos o intelectuales, que los tenemos y de muy buena hechura, sino porque, aún sin desatenderlos, tendemos a fiarnos más del hecho en sí, que leemos y escuchamos con veneración por saberlo, por suerte o por desgracia, mucho mejor informado. Servidor se cerciora de ello cuando va al excusado. Allí tiene por costumbre releer la prensa mientras la naturaleza hace su trabajo y es muy raro el día que no acaba por encontrarle a alguna página otra utilidad más realista.

Es cada vez más habitual que lo que dice la prensa no pase de ser un intento de agitar las aguas o de pescar en ellas, o incluso de hacer simultáneamente ambas cosas sobrepasando todos los límites de la realidad, de la opinión y hasta del mínimo decoro que al ejercicio de la escritura pública se le suponía cuando la independencia era una virtud. Hagan ustedes la prueba del excusado y verán por qué en Venezuela se puede vivir muy dignamente sin papel higiénico; servidor, a sólo cuatrocientos kilómetros de España, ya lo hace.

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