La espera

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Ya barruntaba servidor que nuestro elevado espíritu de grupo estaba hecho de premisas brutales, pero que una de esas premisas, la ambición, pudiera llegar a dominarlo… Eso, servidor, no lo esperaba. Y quizás servidor no haya hecho sino esperarse cualquier cosa a lo largo de toda su vida; si confesarlo da más crédito a su estupor.

¿Realmente la espera (la trascendencia no) ha sido su motivo más fuerte (más que la vanidad, más que el amor, que el juego…)? Servidor debería de preguntárselo a esa parte de sí que, a salvo de grandes interferencias, duerme enroscada sobre el sofá mientras se supone que debería de estar encarnando el punto de vista de un servidor. ¿Por qué seguimos esperando?

– Desde nuestro punto de vista, responde Pangur saliendo repentinamente de la inmovilidad de la siesta, – sólo podemos ser autoreferentes, Suñén, pero supongamos que nos hemos autoagregado con sólo tres dimensiones en el interior de un universo de cuatro…
– No se puede hablar contigo, gato. No busco una teoría del universo, pido sentido común.
– Pues no vas muy bien. Vas muy mal.

Servidor espera porque eso es lo que hace el valor, esperar. Lo decía don José Bergamin, un intelectual al que cabe defender casi en cualquier circunstancia. Y añadía: «el miedo va a buscar».

Que el miedo va a buscar es cierto sin ninguna duda, pero también que cuando viene da miedo. Hay que temerle al miedo aunque se sea valiente. Servidor lleva unos días soñando con gaviotas de izquierdas y con la sota de bastos y la reina de corazones. Son sueños clásicos de quienes tienen miedo, aunque sean de los que esperan.

Servidor espera y medita en las oscuridades del ser humano, ese animal que se amenaza permanentemente a sí mismo, y acaba sintiendo lástima. Bien sabe que podría no ser más que una manifestación benigna de su misantropía, pero a servidor le parece verdadera. Una verdadera lástima que no llegará, sin embargo, a convertirse en una lástima histórica.

No importa cómo se cuente la historia: si uno de los bandos está compuesto por gallinas carnívoras (es un ejemplo) ganará siempre el otro. La historia nunca le da la razón a cosas como submarinos con alas, expansiones intestinas o gallinas devoradoras de gente. Con esta última reflexión (resumible en que la Historia es sutil, pero no permite que las gallinas se coman a la gente) servidor pasa de la lástima a recordar que aún tiene que hacer algunas compras.

Pangur ha estado toda la tarde pareciendo noruego, como siempre que llueve, y servidor ha comenzado a leer «Esperando al rey», una novela de José María Pérez (Peridis) que le apetecía, pero para la que no terminaba de encontrar sosiego.

El destino está escrito; pero sólo por una cara, por la otra servidor ha hecho una pequeña lista de cosas muy simples, objetos como deseos para el año próximo. Servidor la deja en cualquier parte y se va profundamente a la cama, como su gato.

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