Discúlpenme si insisto en mi desconfianza hacia las explicaciones, ya sean solicitadas o no. Suelo ilustrarla apelando, a modo de ejemplo, a esos poetas que antes de leer tal o cual pieza la presentan con una breve introducción aclaratoria, como si le hiciesen al público alguna clase de favor al que los lectores privados no tuviesen derecho. Explicar un poema, además de ser tan innecesario como disculparse por llevar paraguas en Magaz de Abajo, implica dos riesgos, a cual peor: que la explicación resulte superior al poema o que el poema sea exactamente lo que la explicación había anticipado. Tanto me ocurre con las explicaciones de quien ha cometido una falta o ha roto un jarrón chino, o se ha equivocado de voto: la disculpa, la excusa, el disimulo ni reparan ni borran. Solo la aceptación de lo que sea (una imprudencia, un mal poema, un agravio) y de las consecuencias de lo que sea, garantiza que en el futuro no se confiará a posteriores versiones el alcance de nuestros actos.
En la vida, naturalmente, se puede a este respecto ser todo lo liberal que se quiera. Allá cada cual. Pero en política un acuerdo ha de convertirse en lo acordado; porque eso es la política. Cuando un pacto se incumple la política se rompe, porque la política es pacto.
Un señor se ha equivocado al emitir su voto y quiere rectificar.
— ¿Te refieres a Alberto Casero?
— No. Me refiero a Blas Sanmengano, natural de Magaz de Abajo, que en las últimas municipales votó bajo los efectos del alcohol a una candidatura contraria a su natural salvajismo.
— Se siente.
No es lo mismo, ya lo sé. Nada es lo mismo que el asunto que se ande discutiendo; es lo malo de los ejemplos, más perjudiciales a veces que las explicaciones. Pero además todo se vuelve muy raro cuando vemos a partidos de izquierdas cuestionar a los sindicatos y a partidos de derechas cuestionar a la patronal en un asunto en el que, por una vez, patronal y sindicatos se habían mostrado de acuerdo. ¿Habrá algo más? ¿Se nos estará escapando algo?
Lo que queda claro es que si un señor puede cambiar su voto porque (dizque) se ha equivocado al emitirlo, dos señores no pueden, contra un pacto previamente cerrado, cambiar el suyo en el último momento (sea en defensa de su conciencia o de su cartera) porque todo vale. La política, precisamente, es que no vale todo. Los partidos tendrán que aprender a evitar tentaciones. Y ya.
La tentación de achacar toda la pantomima a una maniobra contra Susana Díaz es grande, pero posiblemente errónea, por demasiado sutil para una casta política (valga el pleonasmo) que nos acaba de ofrecer en un sólo día una antología completa y penosa de su inveterada alevosía, de sus cartones pintados, de sus carencias democráticas, de su falta de deportividad y de ética, de su cerrazón rampante, de su arribismo soez (ni siquiera social), de su demagogia y de su falta de respeto al soberano pueblo que les hizo el encargo de conducirlo lo más suavemente posible (a través de pasos, de hecho, tan exiguos como el que nos ocupa) a un futuro no más poético, ni mejor cimentado, pero menos mediocre que ellos, más parecido que ellos a lo que se merece.
Naturalmente no vamos a reflexionar sobre esto, no vamos a aprender nada de esto, naturalmente, no vaya a ser que nos haga parecer pausados, racionales, abiertos, y nos debilite. Vamos, eso sí, a dar un montón de explicaciones que, como las de los poetas, ni mejorarán ni justificarán nada.