Rachel Ingalls tiene en la actualidad [1988] 48 años, pero sólo han transcurrido dos desde el día en que, al levantarse por la mañana, descubrió que era famosa. Y es que el sexto libro de esta londinense nacida en América había sido seleccionado por el Britis Book Marketing Council entre las 20 mejores novelas americanas de postguerra. Ese libro no es otro que este del que ahora nos ocupamos gracias a la bien ajustada traducción que Angela Pérez ha realizado para la editorial Edhasa. Mrs. Caliban se publicó por primera vez en 1982, y no recibió más atención que la que le prestara John Updike, quien se refirió a ella como a una «parábola admirable» y «maravillosamente escrita», lo cual supuso para su autora un motivo de satisfacción, sin duda, pero no la sacó de pobre.
Una característica común a todas las narraciones de Ingalls es su escasa longitud o, mejor dicho, su longitud intermedia y, por tanto, incómoda para los editores. Tal vez por ello se acompañan aquí dos relatos más: San Jorge y el club nocturno y El hombre al que dejaron atrás, ambas, junto a Something to Write Home About, incluidas en un volumen publicado por Faber en 1974 con el título de The man who was left behind end other stories y que fue, precisamente, el primer libro de Rachel Ingalls.
La inclusión, sin embargo, de estas dos historias es acertada por motivos que tal vez no fueran los de los editores, pero que juegan a favor del lector al alejarle de la tentación de considerar a la autora de La señora Caliban como a una escritora de simple ficción científica, o de literatura fantástica más o menos seria, y permitirle una valoración más amplia de su universo narrativo. Y es que no es lo fantástico (como, equivocadamente, pensaron los críticos de The Sun o de People) lo que Ingalls obliga a convivir en sus relatos con una realidad construida a base, casi exclusivamente, de convenciones sociales y sucesos cotidianos, sino lo imprevisto. La pregunta es: ¿Qué sucede cuando lo inesperado se interpone, se inmiscuye en lo previsto? Cuando eso ocurre, y ocurre a menudo aunque no siempre lo haga en la forma de un enternecedor (y sumamente peligroso) monstruo verde que entra por la puerta de la cocina, nos vemos obligados a replantearnos toda la realidad, porque toda la realidad se transforma. Así, la señora Caliban deberá replantearse, no sólo la relación con su esposo, o la naturaleza de su deseo, sino la misma naturaleza del deseo y, por supuesto su relación con la totalidad del mundo. Caliban, es seducida por un monstruo, sí, pero que, en última instancia, no es muy diferente del monstruo que seduce a su esposo: una jovencita de dieciséis años. Ambos, monstruo y jovencita, son, seguramente, una creación de la soledad, una última posibilidad de aferrarse a la vida. Lori Miller señalaba en la Book Review que los prototipos de esta historia debían buscarse en el cine: el monstruo de Frankenstein, Drácula, la criatura del lago, etc… La apreciación es bastante inexacta o, mejor dicho, sólo es cierta superficialmente. Aquí no hay reelaboraciones del mito de Prometeo, proyecciones del miedo del hombre hacia sus propias potencias oscuras ni metáforas del mal.
En San Jorge y el club nocturno nos encontramos ante una situación menos efectista, pero en cierto sentido más fascinante aún. Un acontecimiento sin importancia, la adquisición de una miniatura de San Jorge, llevará a una pareja con problemas matrimoniales a conocer, sin proponérselo, a unos recién casados en viaje de novios. Las interpretaciones que cada uno de los miembros de la primera pareja hacen del problema de los recién casados (que no han conseguido consumar su matrimonio, y aquí aparece de nuevo el tema de la naturaleza del deseo) nos convence de lo arbitrario de la racionalidad: cada uno ve las cosas según sus intereses. Finalmente, lo imprevisto visitará a ambas parejas, y, aunque las dos superarán la visita de distinto modo, las dos conseguirán librarse de sus respectivos dragones de soledad.
En El hombre al que dejaron atrás, lo imprevisto, irrumpe brutalmente en la vida del protagonista el día en que pierde a toda su familia en un incendio del que él se ha librado por casualidad. A partir de entonces comenzará, abrumado por la imposibilidad de comprender lo ocurrido, un rápido proceso de abandono y degradación que sólo terminará con la asunción de una soledad absoluta. Un viaje que conduce a la muerte a través del deseo de ser otro.
Como verá el lector, las propuestas de Ingalls son conscientemente metafóricas, y atractivas, e implican siempre un grado de interés por la fragilidad del ser humano que rentabiliza con creces su lectura, por lo demás, sumamente sencilla. Su estilo es muy americano, directo y sin adornos inútiles. Aunque, eso sí, la pretensión del British Book Marketing Council pueda hoy parecernos, cuanto menos, revisable.
El País, 1988