Allen Ginsberg: Poemas 1993-1997

El Rey de Mayo


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– Edición bilingüe. Traducción de Ana Becciu
Prefacio de Robert Creeley y postfacio de Bob Rosenthal
Editorial Lumen. Barcelona, 2000. 286 páginas

Hijo de una emigrada rusa (esquizofrénica) y de un maestro de escuela (poeta), Allen Ginsberg (1926 – 1997) escribió a lo largo de su vida algunos de los textos más representativos del siglo XX. Así pues, éstos traducidos por Ana Becciu son los últimos poemas de un mito.

En su día Ginsberg conoció en Nueva York a Jack Kerouac, William S. Burroughs, Herbert H. Huncke y Neal Cassady. En San Francisco a Gregory Corso, Peter Orlovsky, Michael McClure, Philip Lamantia, Gary Zinder, Philip Walen… La generación beat casi en pleno. Pero Ginsberg no es (no era en el momento de su muerte) el último beat, sino que fue el último beat, el último hippie y (me temo) también el último postmoderno desde la aparición de su primer texto. En 1956 publicó lo que aún hoy es un verdadero himno de subversión, Aullidos, que le costó, por cierto, un juicio por obscenidad. En el 61 aparecen Kaddish y Empty Mirror. Dos años más tarde Reality Sandwiches y, en colaboración con Burroughs, The Yage Letters. En 1965, en Praga, cien mil estudiantes le proclaman Rey de Mayo y en el 67 está cantando mantras en el primer Human Be-in de San Francisco para protestar contra la guerra del Vietnam. En 1968 publica Ankor Wat y Airplane Dreams y en el 73 The Fall of America. Entre 1985 y 1994 aparecen Collected Poems, 1947-1980, White Shroud, 1980-1985 y Cosmopolitan Greetings, 1986-1992. En 1994 se edita una caja con los compacts Holy Soul Jelly Roll, poems and songs, 1949-1993. Muere en abril del 97, en Nueva York, de cáncer.

He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura,
hambrientas histéricas desnudas, arrastrándose de madrugada por las calles de los [negros buscando el pico rabioso,
ángeles rebeldes quemando por la vieja conexión celestial hacia la dinamo estrellada [en la maquinaria de la noche…

Es raro que cualquiera mayor de cincuenta años no recuerde estos versos, que lo son –ya lo he dicho– de un verdadero mito de la poesía moderna. De la poesía y de la resistencia civil de principios sencillos: («Págale al médico sólo si te encuentras bien»). De hecho este libro comienza con una letanía (en realidad un completo programa político, viable o no: la viabilidad es una cuestión de voluntad, como cualquier político sabe antes de llegar al poder) que muy bien podría ser una oración por el futuro. Oración de advertencia. Profecía y deseo que son palabras que también sirven para cerrar estos poemas-testamento. Del postfacio de Bob Rosenthal entresaco el final de la carta que Ginsberg bien hubiese podido dirigir al presidente de los Estados Unidos: «Allen entró en el coma de la muerte antes de que pudiese firmar esta carta. Es una carta sencilla y, sin embargo, la forma en que se muestra zalamero con el presidente y trata con picardía de atarle las manos es notable y conforme a sus décadas de entrenamiento político-espiritual […] Con Muerte y Fama sabemos que el círculo seguirá intacto”. Sí, pero lo magnífico de Ginsberg es que no hace que su tono, su fraseo, su sentido del ritmo, su melodía (y a todas estas palabras puede, sin merma de su valor, anteponérseles el prefijo «anti») dependan en absoluto de su mensaje. El lector percibe la individualidad real de esa falsa dualidad. Ginsberg (Becciu, la traductora, lo sabe) es música en un mundo donde la música es compromiso, provocación y protesta. Sus preguntas son simples, aunque su fondo requiera la cultura que tuvo: “¿De quién son estas casas?” Es curioso: el poema es, obviamente, más largo; la pregunta tiene la liberalidad, la justicia y la fuerza de una de esas preguntas envenenadas de aquel Jesús de Nazaret que no se escandalizaba sino de la conducta de aquellos de escándalo fácil.

No olvida la ironía. Véase ese poema (espléndida trampa) hilarante que se titula: “¡Adelante, cerdos de la civilización occidental, comed más grasas!” Se muestra (esa voz) como la voz del que sabe que debe, finalmente, mostrarse agradecido siempre, irónicamente agradecido (siempre, siempre) por tener la posibilidad impagable de poder llegar a viejo cagándose en los pantalones, y en un lugar donde además le dejan, liberalmente, imaginar el año 2025 como una gran ciudad de calles que se llaman Kerouac o Alcatraz es la Isla del Tesoro.

La pregunta del padre de la contracultura es bien simple, también: “¿De dónde sacaron contracultural?, ¿es contracultural Einstein?”

Un mito que a estas alturas nadie puede dejar de sentir, pues su fraseo es la música diaria desde hace décadas, y lo que queda: pues deja abierto el círculo de los resistentes al borde mismo la tiza que cada uno puede usar para ampliarlo, o repintarlo… Su lucidez (que es compasión, que sabe que si no es compasión sólo podrá ser egoísmo) forma parte de cosas que nos influyen por más que su significado suene en beneficio de otros. Nada podrá librarse de él por más hogueras que se alcen en los aplanadores patios de las Universidades, ni por más ejemplares que escupan las aplanadoras máquinas de la gran industria del inconformismo.

Incluye este libro (sus últimos poemas, “inéditos”; los publicados aquí y allá mientras iba muriendo a sabiendas) un texto llamado a ser (si hubiese sido) un libro exento: Frases al pastel (selección). Se trata, como Dylan (Thomas, presumo, pero también el otro), “del individuo en contra de toda la creación”; y de Beethoven (“puño de un hombre en las nubes”); y (como el mundo, en suma) de invasiones, biocidio, genocidio, guerra, hambre, alta tecnología… ¿Y de qué trato yo? De escepticismo. Léase la “Balada de los esqueletos”:

Dijo el esqueleto Gnóstico
La forma humana es divina
Dijo el esqueleto Mayoría Moral
No, no lo es, es mía.

Dicho de otra manera: no seas tonto, “si te queda un gramo de fuerza úsalo para mirar adentro” (de “Canción de los intestinos”), o “¿quieres que te arrastre el viento y ser un titular de periódico?”
No se le escapa a Ginsberg ni la contradicción entre su éxito y su obra ni la inutilidad de un discurso cuya única posibilidad de vencer se atisba tan difícil como cualquiera de las dos o tres verdaderas revoluciones (y la soviética no es ya una de ellas) que ha conocido el hombre: “Estas palabras no llevan a ninguna parte estos chistes no tendrán gracia cuando todos pasemos por la séptima puerta”: Ni las películas de James Bond, ni los discursos de (quienquiera que sea) el último presidente del Gobierno. La muerte debería exigir una moral sin contexto, sin normativas ajenas al hecho en sí. Una moral del ahora y aquí que no ignore de un modo diferente a Grozni, a Siria o a Guatemala.

Y por lo mismo, hace su propio repaso y se pregunta (Allen Ginsberg, que es la voz poética –como se dice ahora– de Allen Ginsberg) cuándo perdonará, ¿hasta cuándo este enojo? Al mundo le preocupa que estemos enojados, y eso no es bueno para nosotros mismos. No perdonar a aquella chica que nos dejó en lo mejor de nuestro amor o no perdonar la bomba atómica son (para el mundo-psicoanalista) ¿el mismo problema? El mundo que se ocupa de que no fumemos, ¿ignora que defiende así un mejor rendimiento de industrias cuyos residuos tóxicos “sobrevivirán a un dios de otro mundo”? Como diría Ginsberg: “No seas tonto”.

No es sencillo (lo parece leyéndole) delatar durante toda una vida la fantasmagoría de un capitalismo hedonista, humanamente inútil; muchos siguieron esa vía y perdieron (que es un destino, después de todo) “hasta que el ruido de las ruedas y de los niños les hizo bajar con los dientes podridos temblando y la mente hecha polvo y seca de inteligencia en la triste luz del Zoo…”