Alfred Kubin: La otra parte

Los sueños de la razón


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– Traducción Juan José del Solar
Ediciones Siruela. Madrid, 1989. 371 páginas.

En la primera exposición que el grupo Der blaue Reiter (El caballo azul), fundado en 1911 en torno a Kandinsky, realizara en Munich en enero de 1912, figuraron cuadros de éste y además de Franz Mark, August Macke, Gabriele Münter y Alfred Kubin (en la segunda se les uniría Paul Klee). Alfred Kubin, pintor nacido en Leitmeritz (hoy República Checa y entonces provincia austriaca) en 1877, nunca dio a la pintura, a pesar de su admiración por Goya, el Bosco, Brueghel, Ensor y Odilon Redon, obras de verdadera importancia. Fue, sin embargo, un más que notable grabador y un excelente ilustrador, como es patente en sus trabajos tanto sobre la Biblia como sobre la obra de Hoffmann, Nerval, Dostoievski y Poe. Y fue muy admirado por un compatriota suyo: el novelista Franz Kafka.

Pero la literatura le debe (y a una prolongada crisis creativa y emocional, agravada por la muerte de su padre, que le empujó a la escritura) esta novela que, aparecida en 1909, ha conseguido ocupar un lugar privilegiado dentro de la literatura onírica (digamos simbólica) y de ficción. En efecto se trata de una obra inquietante, repleta de imágenes y alucinaciones que no dan tregua al lector y cuyo final nos hace pensar en pesadillas como la del final de El hombre que era jueves de Chesterton o la más moderna (salvadas las distancias) La rueda celeste de Ursula K. Le Guin. Un cierto sabor kafkiano recorre, además, toda la obra. Las ilustraciones del autor (reproducidas aquí en su totalidad, lo que confiere a esta edición una sustancial ventaja sobre la que, en 1974, editara Labor en su colección Maldoror, también en traducción de Juan José del Solar) contribuyen no poco a atraparnos en su particular universo, propio hasta cierto punto de aquella segunda ola expresionista que propugno la búsqueda de un “arte de necesidad interna”.

La otra parte se escribió en seis semanas, y ello se advierte en su tono febril, como se advierte que la pluma se quiere volver pincel entre los dedos de Kubin. Para algunos, esta historia, que narra la caída de un imperio utópico, un mundo de los sueños, llamado Perla y de su espeluznante dictador durmiente, Klaus Patera, se adelanta en nueve años a El castillo de Kafka. Y ahí están en efecto la arbitrariedad del poder absoluto, la alienación y los horrores provocados por una maquinaria que puede destruir con la sola fuerza de lo cotidiano. La diferencia estriba en que Kubin avanza sobre una progresión donde la fantasía va robando terreno a la realidad hasta límites desmesurados; mientras en Kubin los símbolos se pasean por este terreno, en Kafka el territorio simbólico existe ya antes de comenzar la narración. Kubin deforma la realidad donde Kafka, sencillamente, la impone. Pero esto es un defecto sólo si uno se toma demasiado en serio el paralelismo. Kubin, después de todo, no puede resistir la comparación, pero puede proporcionar al lector un par de jornadas de intensa y deslumbrante lectura.

En cualquier caso tres son los atractivos de la novela, el ya apuntado de su anticipación kafkiana, el que le confiere el hecho de ser una novela de pintor (y las hay en número suficiente como para componer por sí mismas una bonita colección, desde Chirico a Solana) y el de ser además una de esas muestras de novela utópica que, sin apelar a trucos seudocientíficos, sabe dar rienda suelta a sus fantasmas.

Alfred Kubin fue autor de otros dos relatos, Dämoen und Nachtgeschichte (1926) y Phantasien im Böhmenwald (1951). Murió en Zwickledt, Austria, en 1959.

Juan Carlos Suñén