Curiosidad

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Entre las primeras estructuras del universo y los repollos, el humilde grillo topo y un extraterrestre de película, no hay, salvo por su tamaño, grandes diferencias. Lo existente (real o irreal) observa unas normas a las que su morfología, paradójicamente, obedece como el prisionero a la bayoneta que lo conduce. La morfología es, en consecuencia, expresión de un destino.

La paradoja es que la bayoneta es la curiosidad, salvo en el caso de algunos poetas que sólo se leen a sí mismos y de muchísimos charlatanes que solo se escuchan a sí mismos.

Es el problema del yo, que se resiste a admitir que es empujado, y no seguido hacia su «excepcionalidad» por esas violentas volutas verdes. Sólo es libre en el interior de su jaula.

Fue el yo quien se dio cuenta, no las volutas; es el yo quien comprueba la semejanza; probablemente porque sólo sabe pensar así, comparando, hilvanando y deshilvanando, enumerando, haciendo listas y estableciendo categorías. Sin embargo el yo se resiste a ser categorizado, se pregunta constantemente por qué debería de ser el resultado de lo que averigua y no su causa.

Gran soberbia del yo que apelan a la libertad y a la inspiración para enmascarar su falta de honestidad, su inconsecuencia.

Quizás, sencillamente, los mamíferos estamos condenados a un pensamiento pareidólico; o sea: que somos incapaces de imaginar, pensar o anticipar nada si no lo construimos con fragmentos del mundo que conocemos. Si queremos pensar un cefadrófito (hápax legómenon), mezclaremos en nuestra mente medusas, pulpos, plantas, moscas, cangrejos y lagartos hasta dar con el monstruo perfecto, o aumentaremos el tamaño de algún aburrido ácaro hasta que iguale al del rinoceronte. A los mamíferos inteligentes, nos muestran un segundo en cuatro dimensiones y vemos una lechuga, nos muestran nuestro origen y vemos una lechuga.

¿Y si nos muestran una lechuga?

Las matemáticas, la religión, el multiverso, parecen buenos intentos de lograr la objetividad, la sabiduría libre de prejuicios, la poesía también. Pero el objeto de la ciencia no es la objetividad, sino la eficacia. La ciencia es la base de la tecnología, no la del pensamiento (que es la lógica) ni la del conocimiento (que es la filosofía) ni la de la belleza (que es el equilibrio). El mundo avanza arrastrando su propio peso y también a una rémora de poetas empeñados en celebrarse a sí mismos.

La poesía interroga al lenguaje.

Véase: es poético hasta merecer el calificativo de milagroso que Fermat se pregunte si la luz sabe a dónde va cuando cambia de camino al cambiar de medio, para tomar el más rápido. ¿Es, literalmente, advertida por su objetivo? ¿Es esta proposición más científica que poética? ¿Se sustenta más en la realidad observada que en la singularidad por la traducción de la intuición a lenguaje?

Tendrá el lector que molestarse en verificar y juzgar lo afirmado en el párrafo anterior: esto no es un ensayo científico y su intención no es cultivar, sino cosechar.

— ¿Cosechar qué?, ¿enemigos?

Quizás sea una nueva clase de panfleto a punto de terminar esto que te preguntas, paciente lectora, a qué viene y a dónde te conduce e incluso si sabía su escurridizo autor, antes de empezarlo, cómo terminaría. Yo, el autor en persona, no puedo responder a eso; aunque sí decirte que la escritura verdadera no te invitará nunca a otro ejercicio que el de la curiosidad.

El autor, cualquier autor, desea bailar con su lector una danza difícil y buena que sólo será posible si el lector lo desea. Sabe que hay libros a los que se llega inevitablemente, libros a los que se llega por invitación y libros (los mejores) a los que se llega por curiosidad, como al deseo.

Si pudiese provocar curiosidad (intelectual, científica) esta bagatela merecería el tiempo de su lectura. Fomentar el saber, la creación, es fomentar la curiosidad; la curiosidad nos hace libres.

Para no dejar sin un mal sabor de boca a los improbables visitantes de esta propuesta más valiente que realista, ahí va un consejo:

Si eres conservador, crea sorpresa; si eres vanguardista, crea mundos; pero bajo ninguna etiqueta crees más monstruos, ya sean de vanidad o de sentimentalismo.

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