Las voces de unos y otros, políticos de aquí y de allá, banqueros, vendedores e incluso periodistas, llegan a nosotros inevitablemente coloreadas: casi siempre comentadas, a menudo interpretadas, acotadas y, más veces de lo que la salud informativa aconseja, manipuladas. No hablemos ya del discurso publicitario. ¿Qué fue del viejo negro sobre blanco? Sin ir más lejos, servidor leía esta mañana en una página de venta de eBooks la siguiente frase al parecer suficiente para convencernos de las comodidades del formato electrónico:
Servidor, que ha leído de todo en el autobús, no entiende el problema. Servidor cree que el autor de dicha frase debería de avergonzarse por creer que El Quijote tiene doce mil páginas y pesa treinta kilos. Los editores «de papel» podrían contraatacar preguntando si alguna vez nos dejarán usar nuestro ligero y flamante iLiber en un avión. O si alguien ha pensado en dejar sus sólo 9 mm de grosor y sus 190 gramos de peso sobre la mesa de un café mientras va al servicio, o bajo la toalla durante su relajado chapuzón en la piscina pública, o sobre la fina arena de alguna playa caribeña y paradisíaca y con una humedad cercana a 98 por ciento y una temperatura de…
— Pero uno se puede ir el fin de semana al pueblo y llevarse 8.000 libros.
— Tú eres tonto.
Lo cierto es que, seguramente, el futuro del libro pasa por su informatización, pero no creo que el eBook sea la amenaza final del editor de siempre. También la máquina de afeitar eléctrica iba a terminar con el negocio de las cuchillas de acero. No fue así. También hace unos pocos años nuestra preocupación era cómo gestionaríamos la inevitable sociedad del ocio que se nos prometía como consecuencia inevitable de una abundancia que duraría siempre. Pues ya ven. Servidor sospecha que eBooks y maquinillas eléctricas son un producto de nuestra ancestral superstición, siempre tan decidida a llevar las leyes causa efecto a límites irracionales.
¿Y qué le dicen a servidor de los perros? Hace no mucho que los perros mordían a las personas y, por lo que se ve, dejaron de hacerlo cuando los hombres empezaron a matar a las mujeres. A lo mejor, ojalá, los hombres dejen de matar a las mujeres ahora que Internet dirige la prensa aireando los papeles secretos de las embajadas norteamericanas y haciendo desaparecer al Polisario del horizonte de sucesos para tranquilidad de alguna que otra mala conciencia.
Del contenido de dichos papeles (cuya aparición, no lo neguemos, ha sido sumamente estimulante) se deduce sin dificultad que Estados Unidos no domina el mundo. La mayor parte de lo que allí se lee son cosas que, con toda seguridad, nuestros embajadores escriben refiriéndose a terceros países todos los días. Chismes que, sobredimensionados por comentaristas, malentendidos por tendenciosos y torcidos por los mismos que piensan que la C.I.A. modifica el clima a su antojo y tiene un OVNI (de esas cosas ni rastro en los papeles, ya ven), se convierten en actual escándalo. Como si el problema de seguridad lo tuviésemos nosotros. Como si los colores que la filtración saca a la luz fuesen los nuestros. ¿Y si servidor se pone a pensar que la sospecha de una actitud servil del gobierno español hacia el norteamericano, convenientemente interpretada desde intereses tan enfermizos como parciales, podría hacer descender nuestros problemas bursátiles?
— Tú sí que eres tonto.
— Vale, Pangur, ya estaba esperando que me la devolvieses.
Sea como sea el aire nos llega respirado y vuelto a respirar, es ya un aire casi cuaternario y habría que reflexionar sobre ello. La composición de lugar deberán de hacérsela, sobre todo, los políticos y los periodistas. Unos y otros deberían estar más atentos a los verdaderos focos de generación de la realidad, los verdaderos, que no son ni Internet, ni las embajadas imperiales (ahora en entredicho), y sí la fragilidad del sistema ante los especuladores de deuda (como antes frente a los especuladores de maíz) y las oficinas de paro. Por lo menos a nuestros políticos no les han ofrecido sobornos. Es decir: no consta. Está bien, siempre que ahora no empecemos a pensar que lo que no aparece en los telegramas de Wikileaks (de momento en paradero desconocido) no existe. Y, por cierto, ¿por qué no nos cuentan las cosas enteras?, ¿por qué tenemos que quedarnos siempre a medias?
— Es que no hay cosas enteras.
— Es verdad.
¿Cambiará realmente algo Wikileaks? Mientras servidor escribía esto ha estado pasando una cosa preciosa. La mañana se levantó mostrando una naturaleza borrada, como si un gigantesco y arbitrario pintor hubiese decidido cubrir su acabado lienzo de blanco con intención de reutilizarlo; pero el cielo se ha despejado en un alarde inusual de visibilidad, el aire se ha lavado la cara y el sol, laborioso, ha comenzado a retirar ese velo monocromo y a mostrar, tímidamente primero, con más decisión después, las primeras sombras y los antiguos colores. ¿O es una nueva pintura, una versión distinta de la anterior que el sol pinta despacio sobre la antigua? De momento no lo parece; aunque le sorprende a servidor la ausencia de trazas de condensación (esas nubes en forma de tirabuzón que deja en el cielo el paso de los aviones). Es como si el mundo, deseoso de recuperar cierto orden, más allá del juego de siempre, hubiese decidido que borrar es más inteligente que seguir matizando hasta la saciedad lo sabido. Por si acaso, servidor no va a quitarle ojo.