La verdad es que esas dos españas a las que no se deja de recurrir últimamente desde algunos sectores cabrían en un campo de fútbol. A cambio, las demás españas (que son muchísimas) parecen condenadas a pagar en silencio y a ciegas las facturas del riego y de la luz, las nóminas de los jugadores, el entrenador, el médico y el utilero, los uniformes, el balón reglamentario y hasta las multas por llegar tarde a los entrenamientos.
Ningún partido político representa a esas dos españas. Quede claro: no soy de los que justifican la existencia de Vox como contrapeso de una extrema izquierda a la que no veo representada en el panel de opciones de nuestra democracia. No me confundo con eso, no confundo criterio con equidistancia. Vox utiliza una estrategia basada en llegar al poder a hombros de las mentes simples. La izquierda invisible aparecerá si Vox llega al poder: entonces, para desgracia de todos, sí habrá dos españas.
Si eso ocurriera, significará que el sistema, como tal, no soporta una verdadera democracia; lo cual, de suyo, implica la necesidad que ningún partido de los llamados de extrema izquierda por los derechistas había planteado aún.
Servidor, para su desgracia, estará entonces en la otra, la del colmillo retorcido, que seguirá defendiendo que no hay legitimidad ni honor en la pretensión de llegar al poder mediante el ejercicio de la violencia o de la mentira (que es una forma de violencia verbal) y del fomento del odio a un enemigo inocente y de la nostalgia de un orden que sólo existe en los infantiles relatos de los franquistas. A tal bajeza sólo se le puede oponer «la cosa en sí»: la verdad.
La democracia entendida no sólo como un sistema de toma de decisiones por votación, sino como uno que preserve nuestros derechos fundamentales de los azares de cualquier votación y, en particular, el derecho a la verdad (los hechos) de la manipulación informativa.
La razón de la democracia es simple: evita que los poderosos utilicen su influencia para arrinconar a los más débiles y forzarles a entregar su voluntad y su esfuerzo. Pero también es perdidiza y para mantenerla centrada y alerta hay que engrasar un carro y salir tras ella de cuando en cuando, salir al mundo. Lo cual no es tan fácil como decirlo.
En la vida real este proceso es muchísimo más lento, enojosamente lento. lentísimo.
Al contaminador, al arribista, al mentiroso, si llega al poder, le basta con dejar morir a una generación para que la siguiente tenga que comenzar desde cero el mismo camino.
— ¿El mismo?
Aquel cambio de eje, aquella propuesta de modificar el punto de vista de clase para enfocar conceptos como arriba y abajo o dentro y fuera u honesto y corrupto, no era ninguna manifestación de la «otra» España, sino una lectura de los defectos de nuestra(s) democracia(s) que invitaba (no sé si aún invita) a la participación de muchas españas en un su reparación.
Hace muchos años los poetas quisieron señalarse bajo la forma dos tendencias: la poesía de la experiencia y la de la diferencia, lo cual no progresaba más allá de que los unos estaban «normalizados» (en exceso, para mi gusto) y los otros o bien no lo estaban o lo estaban bajo otros presupuestos; o sea que los otros eran eso: otros. Aquello no fue reparado, y como aquello lo demás, pensamiento incluido.
Lo primero que debe ser reparado, tras la derrota sufrida en Madrid por la inteligencia, el lenguaje y la información es esa puerta de atrás por la que se cuelan sus enemigos con demasiada facilidad. No hay ninguna alternativa a esa victoria que no sea la desaparición total, incondicional e inmediata de las causas que la hayan favorecido.
La «otra» España se compone de muchas españas, decía, tantas como españoles y españolas si me apuran ustedes y de al menos una docena si no lo hacen. ¿Van a verse disueltas en un colectivo singular frente al bloque homogéneo de quienes ni buscan ni han buscado nunca otra cosa que robarnos la cartera?
— Y el alma.
— No, la cartera.
Si todas las españas que no son ninguna de las dos españas quieren ver crecer a su descendencia en una tierra suficiente y justa, deberían de entender que no estamos juntos para que a alguien al que le va muy bien le vaya aún mejor, sino para mantenernos vivos, activos y esperanzados en una naturaleza común. Cortar de raíz un enfrentamiento que es puramente instrumental, inventado para idiotas y absolutamente ajeno a nuestras preocupaciones e intereses reales comienza a ser un primer paso acuciante. Esto no es un partido de fútbol ni un debate de Tele5, es política secuestrada a la que urge devolver al territorio de la realidad verdadera, contrastada y expuesta: un territorio difícil que precisa de los mejores cartógrafos, no de charlatanes de feria.
¿De verdad, mientras alguien firma un tratado que permite a una compañía (la que sea, siempre que sea muy grande) apropiarse de su espacio (de usted, el que sea, siempre que no sea muy grande) para expandir un imperio (grandísimo) que no invierte en usted ni un duro, a usted lo que le preocupa es que un imbécil ha decidido que el camino más fácil y rápido para sacarlo a usted de la ecuación es apelar a la libertad para llamar idiota a un tonto en un acto absurdo? La verdad, tan pequeña, tan frágil, solo puede sobrevivir a esos abusos si se vuelve difícil.
No creo que tardemos en ver a Isabel Díaz Ayuso vistiendo una camiseta del Ché Guevara, a cuya izquierda, como terroristas antidemócratas de pensamiento y obra, estaríamos todos, y a cuya derecha Vox representaría a los simpáticos conservadores minoritarios.
— Pero, Suñén, eso no va a pasar nunca.
— Eso ha pasado ya, colega.