Cuando servidor nació no había en el mundo tanta gente. Servidor debió hacer, calculando por encima, el número dos mil ochocientos cincuenta millones. Ahora ya son más de siete mil los millones de seres humanos que se preguntan por el sentido de su existencia, la gran mayoría pobres. Así que como señalara, muy acertadamente, William Olaf Stapledon en su novela El hacerdor de estrellas, no necesitamos un universo enigmático e infinito sobre nuestras cabezas para sentirnos ridículos e insignificantes.
Pero es curioso observar cómo los grandes capitales no pueden evitar verse adversamente afectados por el entorno mientras los pobres no dejan de aumentar en número contra viento y marea. Y quizás alcancemos un día a comprender el motivo último de la bromita esta y hasta del universo que la propicia, curemos el cáncer y alcancemos la vida eterna, pero por qué los pobres tienen mucho más éxito evolutivamente hablando que los ricos es una incógnita que, a buen seguro, seguiremos sin haber despejado cuando se acabe el mundo.
A ver: servidor, naturalmente, ya sabe cómo se las han apañado los pobres para llegar a ser tantos (que no es tonto), lo que le extraña es que, haciendo lo mismo, los ricos sigan siendo una minoría tan frágil y tan alterada por la crisis que ha terminado por convencer a la casta política, siempre atenta a mirar por los menos favorecidos, de que sólo a través de la solidaridad de los más humildes van a poder salir de esta. Pero qué sabe uno.
Ya le parece a servidor estar oyendo a los de siempre acusarle de pretender equilibrar el sacrosanto desequilibrio del sistema con declaraciones frívolas y demagógicas; e informándole, por enésima vez, de que lo que en realidad ocurre es que nos negamos obcecadamente a entender que para salvar el empleo, la sanidad, la educación, las pensiones, la vivienda o los servicios públicos es necesario sacrificar el empleo, la sanidad, la educación, las pensiones, la vivienda y los servicios públicos. Y es que los escritores somos muy brutos, seguramente por nada prácticos y ensimismados siempre en sus cursis problemas de forma y de ficción, pero también (sobre todo) por no haber aprovechado la igualdad de oportunidades que, como es sabido, el sistema nos ha estado ofreciendo desde hace décadas, para estudiar ciencias y aprender lo elemental sobre un ergotismo económico manifiestamente iluminado.
En resumen, que como no desea servidor contribular a nadie, y menos a unos caballeros pisanieves tan poco amigos de pleitos como nuestros sensibilísimos políticos, ha decidido, tras contemplar con estupor las lágrimas de la ministra Elsa Fornero, pasarse al bando mayoritario y repartir su inmensa fortuna entre los desgraciados bancos y las no menos desgraciadas sociedades financieras. A servidor le repugnaría acabar siendo tachado de insolidario con una minoría en horas tan bajas, pero también de oportunista, así que tampoco pedirá a cambio compensación alguna. Bueno, a lo mejor una flor natural.