Parece que a los trabajadores del nuevo centro de Gas Natural en Barcelona les han empezado a salir agujeros en los muslos. No es broma. Un ambiente seco, ropa ceñida y un alto índice de radiación electromagnética provoca «lipoatrofia semicircular». Los médicos dicen que no es grave, y que es una faena eso de acabar con agujeros en los muslos en vez de con muslos alrededor de los agujeros por culpa de tener un buen curre. El caso es que los de Gas Natural se encuentran ahora con un edificio vacío que no quieren ni los okupas. Mira que hay enfermedades tontas, como esa nueva que consiste en obsesionarse por la comida sana: ortorexia, la llaman. Un ortoréxico es un tipo al que no hay manera de invitar a comer, y que invierte casi todo su tiempo en preparse menús biológicamente puros y sin nada de grasa. Al final, en el mejor de los casos, acaba también con agujeros en los muslos y un grave déficit de vitaminas.
– El eclipse, avisa Raquel.
Aquí en Magaz de Abajo la noche se había preparado para el colosal acontecimiento librándose sin prisa de las pocas nubes que habían estado amenazando la tarde. Y no hacía mucho frío, así que nos hemos instalado en la terraza de arriba con un par de mantas, una botellita de blanco Vallegarcía y un surtido de patés y hemos aguantado seis horitas acompasando nuestros corazones a ese silencio de dioses semiolvidados.
Ausentes y discretos, como bañistas de litoral mediterráneo pero en negativo, hemos sido testigos de cómo la atmósfera se iba volviendo próxima mientras la luna dejaba al descubierto su verdadera soledad de musaraña de piedra fría y vigilante y sabia. Un intermedio inquietante, casi ominoso, para ver desnudarse a la luna llena. Velo tras velo, hasta mostrar la diosa negra que toda diosa blanca contiene. Velo sobre velo después, hasta que el cielo ha vuelto a ser familiar, tan amable, ataviado y lejano; pero nuevo. Aunque también es cierto que servidor ha terminado con un poco de tortícolis, y algo globicéfalo.
— Pobres globicéfalos, dice Raquel. — Están muriendo a mantas, no los metas en esto.
Se refiere a las ballenas calderón (una especie de delfines gigantes) que están apareciendo muertas en las playas entre el Estrecho y Murcia; aunque el motivo se ignora (como no tienen muslos, queda descartada la lipoatrofia), todo apunta a la insalubridad de nuestro viejo y descuidado mar que ya no es capaz de alimentarlas de forma sana. Piensa servidor en los males que le infligimos a este planeta y en cómo se nos van volviendo en contra y aprecia aún más la magia de estas seis horas, la danza grandiosa -muda y repetida desde hace millones de años, idéntica, propia, distinta siempre para las pobres inteligencias que creen comprenderla- del satélite, la estrella y un planeta del que, posiblemente, y antes de que termine tan agujereado como sus habitantes, deberíamos ausentarnos una temporada, a ver si a la vuelta lo apreciábamos más.