Servidor le ha estado contando a Raquel ha comido con su hijo Lucas. Parece que fue ayer cuando su abuela (doña Mari) y él descubrieron que ambos estaban (por defecto uno y por exceso otra) fuera de la edad penal y que podían a atracar un banco. Como ninguno de los dos corría el riesgo de ir a la cárcel, y les daba pereza cargar con las sacas de billetes, les pareció que no necesitaban ir muy lejos y que, perfectamente, podían bajar y atracar la sucursal de Cajamadrid de la esquina (en realidad Lucas era partidario de huir en autobús, ya que disponía de abono, pero doña Mari se negó en redondo y finalmente decidieron subirse tranquilamente a casa amparados en sus respectivos huecos legales). Ahora es un adolescente hecho y derecho.
— ¿Qué es la percolación cuántica?, pregunta sin más preámbulo mientras termina su ensalada de pasta.
— Kurt Beck.
— ¿Qué?
Kurt Beck, líder del partido Socialdemócrata alemán podía haber dicho: «Haga lo que mejor sepa hacer». Pero dijo: «Dése un baño y córtese el pelo» y la vida de Henrico Frank, el hombre de aspecto desaseado que acababa de reclamarle, en plena calle, su derecho a un empleo al conocido y prestigioso hombre público, inició su resistible ascensión al perturbado cielo de lo mundano.
— ¿Es una historia que acaba bien?, sonríe.
— Pues… en cierto modo, sí y no.
Henrico Frank se dio ese baño, se afeitó y también se cortó el pelo. Y fue entrevistado por el diario Bild y luego reclamado y perseguido por la radio y la televisión. No aceptó ningún empleo, pero cobró por su nueva imagen y contrató un abogado listo como cualquier otro. Ahora está haciendo lo que sabía hacer: es crítico de punk-rock en no sé qué cadena de respetable audiencia. Se ha vuelto a dejar el pelo largo, y la barba. Obviamente se baña tanto o más que la media de los alemanes, cosa que seguramente siempre hizo, pero lleva su ropa a la lavandería, y bebe por placer en lugar de hacerlo por vicio, como cuando era pobre.
— ¿Y la percolación cuántica?
— Me informaré y te lo explico el próximo día. Debe ser algo sobre redes de partículas entrelazadas, y eso.
Servidor se quedó pensando si no habrá también percolación social. Lo hemos visto muchas veces. La última aquel día que los teléfonos móviles transmitieron una consigna convincente («pásalo») y la multitud se volvió voz de la tribu, incontestable. Lo poroso amenaza constantemente con volverse sólido, desde el motín de Esquilache al café molido pasando por la red de redes o los incendios forestales. Los políticos lo saben bien: la percolación facilita la comunicación, pero tiende a volverse ingobernable y dura. Puede llevarnos a la Revolución Francesa, pero también se agazapa tras esa frase atribuida a Asimov que dice que cuanto más estúpida sea una idea más gente estará dispuesta a morir por ella. Se podría llamar percolación sectaria a esta útima, y seguramente el futuro la sufrirá en grandes cantidades disfrazada de nacionalismo o de integrismo o de… Al menos Lucas demuestra tener una mentalidad científica, incluso práctica.
— ¿Pero al final robaron el banco?
— No, mujer, se quedaron viendo Sin Chan y cuando quisieron ponerse en marcha ya estaba cerrado. Luego se dieron cuenta de que, en realidad, no necesitaban el dinero para nada. Aún así les hacía ilusión delinquir aprovechando sus respectivos privilegios y, como odian la violencia, se pasaron la tarde llamando a los periódicos y reivindicando accidentes domésticos.