Un día cualquiera

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Como llueve a mares había pensado darme una vuelta por la Internet, pero Telefónica me ha vuelto a dejar colgado y me he puesto a leer el periódico de ayer, para no llamarles en caliente. Un ucraniano ha sido detenido en la frontera de Bielorrusia por llevar puestos dieciséis calzoncillos, lo que en Bielorrusia es un delito, y al pobre se le va a caer el pelo con el agravante de tráfico de prendas ya que además llevaba tres chaquetas deportivas y seis pantalones. No es justo porque cualquier juez con dos dedos de frente entiende a la primera que si llevas puestos dieciséis calzoncillos debes llevar por lo menos seis pantalones, otra cosa sería dejadez. El caso es que he leído eso y me he preguntado cuantos calzoncillos poseo exactamente. He mirado en el cajón (uno), en la lavadora (dos) y en la cuerda de tender (seis). Nueve. Menos que un ucraniano medio.

– Porque no ha parado de llover, cielito.
– Y porque no eran de su estilo, cariñín. Eso es lo que hizo sospechar a la policía.
– No hablaba de eso. Y deja el periódico que tenemos hora para el dentista, mi amor.

Como ahora vamos a vivir más juntos que antes (aunque la casa sea más grande) estamos ensayando ser encantadores el uno con el otro todo el tiempo, a ver cómo se nos da.

– Gracias por vaciarme el cenicero, ángel mío.
– No, gracias a ti, mi rey, por ese café tan rico que has hecho.
– Espera, que te retiro un pelo de la carita. ¡Qué guapa!
– Gracias, eres muy amable, mi amor.

Iba a preguntarle por qué los bañadores se secan casi al instante -cosa que da absolutamente igual habida cuenta de que son para mojarse- y los calzoncillos, prenda de sequedad imprescindible donde la haya, tardan muchísimo en hacerlo, pero me ha entrado un horrible dolor de muela. Ha sido decir Raquel que teníamos hora para el dentista y ha empezado a dolerme una barbaridad. Si hubiese dicho «vamos al Aula del burro» hubiese habido una justo a la vuelta de la esquina, dedicada a salvar al noble animal de lo que sea que le compunge. Y servidor habría estado encantado de ir. Pero ha dicho «dentista» y hemos ido al dentista. Pangur, como siempre que llueve, no ha querido saber nada de nada y ni se ha molestado en subir desde la bodeguita a despedirnos.

– ¿Y el gato, mi amor?
– A lo suyo, mi amor.

Ya de camino he aprovechado para comprar en el todoacién un imán para la puertecilla cocinera de abajo a la derecha, algunas velas gruesas y esa regadera que siempre quiero para los bonsáis y que, finalmente, ha resultado instrumento de escarnio, befa y mofa propios para cualquiera que me encontrase; que ha querido la fortuna que fueran todos.

– ¿Qué llevas ahí?, pregunta el jefe de policía, que casualmente tenía una caries.
– Una regadera de plástico.
– Muy apropiado con lo que está cayendo, ha añadido la camarera del Olego, y muy «inglés».
– No, es que…
– Mira Manolo, mira lo que trae este…
– ¡Qué previsor!
– Que no.. que es que yo…
– Déjala ahí y tómate algo.

No quiero cansarles, mis desconocidos y seguramente inexistentes lectores: así toda la tarde y un trecho de la noche dentro y fuera de la consulta hasta que finalmente a salvo en casa me he propuesto poner a Telefónica en su sitio. Para sortear la trapacera grabación previa y conseguir hablar con alguien de carne y hueso, he usado el siguiente truco de mi invención, que les recomiendo:

Telefónica al habla. Explique claramente el objeto de su llamada.
– Sborcintous calzoncilles zabrinskol.
Perdón, no le hemos entendido.
– Regrenflat corngis eximisño pointer.
Por favor, repita el motivo de su reclamación.
– Canellas varas for fanfadiesos cuartet.
Repita el motivo de su reclamación.
– Gosnifendos jutos on the tonarrazo lorrusqui.
Le ponemos al habla con un operador, no cuelgue.
– …

La cosa cuesta un poco de trabajo, pero al final he conseguido hablar con una persona real a la que, sin más preámbulos, he puesto a caldo por ser un fracasado incapaz de conseguir nada mejor en la vida que estar escondiéndose tras una grabación disuasoria, fastidiando, encubriendo y mintiendo por teléfono a su propia madre por cuatro perras. Se ha venido abajo y ha confesado entre lágrimas que tienen problemas en la zona.

De momento voy a probar la regadera mientras arreglan la línea. Ha dejado de llover y la muela ya casi no me molesta.

– Es que te la han quitado, mi amor.
– ¿La regadera? ¡No puedo creerlo! ¿Me han quitado la regadera esos canallas?

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