Sobrepeso

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He andado distraído de la actualidad esta semana, con visitas más interesantes que la televisión y hasta que salir de casa, algo (esto último) que de todos modos desaconsejaban la climatología y el barrizal traicionero en el que han convertido nuestra calle o camino o lo que sea las lluvias incontinentes y las obras (necesarias y hasta urgentes, si me lo preguntan) que, en Magaz de Abajo, está ejecutando el ayuntamiento de Camponaraya y que ya habían ocasionado el corte de línea telefónica del que di cumplida cuenta en mi anterior comentario. Hay como pandemias dentro de la pandemia, de modo que cuando puedes salir se abren las fauces del cielo y máquinas enormes remueven la tierra alrededor de tu casa y el teléfono muere y la señal de TV se vuelve azarosa y perdidiza.

Afortunadamente, ya lo he dicho, teníamos visita y no cualquier visita sino una con la que poder conversar de literatura o de música, ver películas anteriores a 1980, jugar al ajedrez o descuerar cruelmente a alcaldes, presidentes y portavoces de la oposición de otra comunidad autónoma, y a Pablo Casado, que daría sin pestañear la orden de votar contra la autonomía de León como si el partido leonesista fuese menos de derechas que el suyo, León quisiese separarse de España o aspirar a arreglar un error manifiesto (o un acierto arbitrario) fuese inconstitucional. Mezclar churras con merinas es respetar el medio ambiente jurídico, español y patriota, vino a decir. Dejó claro, esto sí (y esto solo) quién cree él que manda en su partido.

Una cosa que tienden a hacer las visitas es informarnos de lo que ocurre en el mundo, especialmente si vienen de Madrid; pero esta visita era muy consciente de que al que debe cuidar de una hectárea de campo no conviene darle consejos de jardinero de terraza ni suponerlo ajeno al devenir de la historia.

Lo de Casado lo hablamos porque el último día, ayer, sí conseguimos salir, a cenar, y en los obligados aperitivos previos llegamos a ver televisores suficientes para enterarnos de eso y de que España había marcado cinco a Eslovaquia, lo cual nos alegró a pesar de no tener nada contra Eslovaquia (probablemente por desinterés) y de mostrarnos vagamente deseosos de visitar, como mucho, Eslovenia.

Alguien menciona la Piedra del Príncipe. Y también una central nuclear que, al parecer, tenemos a medias con Eslovenia en algún lugar de nombre impronunciable.

Después de la cena, en las copitas de rigor, apareció en algún televisor Oriol Junqueras, junto a otros presos favorecidos por el indulto más famoso del mundo después del de Barrabás, discutiendo sobre si debían salir de la prisión sonrientes o mal encarados, si debían mostrar a los periodistas (o sea a su electorado, pues un gobierno serio solo atiende a lo objetivo) un gesto de victoria o uno de tensa tregua. Nos habíamos pasado la tarde poniéndonos y quitándonos la mascarilla, así que me extrañó sobremanera que a ninguno se le ocurriese la sencilla solución de abandonar la cárcel con mascarilla.

Presentarse ante la prensa con mascarilla, tras recuperar la libertad merced a una medida de gracia gubernamental y (dicen) unilateral, no sólo habría demostrado su capacidad para salir airosos de situaciones difíciles, sino que hubiese frustrado a los expertos comentaristas de la gestualidad (a los que generalmente aborrezco) al tiempo que hubiese permitido que el debate, por fin, se saliese del terreno de los sentimientos devolviéndolos a la imaginación del espectador, lugar del que, en este asunto como en otros, nunca deberían de haber salido. Lo que me lleva a pensar que la representación fue esa discusión previa, que esa discusión previa era lo que querían transmitir.

Sé de los nacionalistas catalanes que están juntos, pero no de acuerdo. Y sé que eso es lo que quieren que quede claro; que no se mezclan churras con merinas cuando se habla de las reivindicaciones del rebaño.

Tampoco podía olvidarme de algo que vi durante la cena (y no sólo yo, sino que acaparó la atención de todos durante un momento): un hombre gordo, muy gordo, solo en su mesa, era atendido casi amorosamente por varios camareros a la vez. Uno le cambiaba la botella de tinto de la tierra (seguramente) por otra de alguna variedad más dulce mientras otro le proveía del servicio necesario para dar cuenta de una porción de tarta de queso que un tercero esperaba a servir. Lo que me llamó la atención es que no se separaron de él hasta que no probó el primer bocado y dio un sorbo a la copa, asintiendo. Como a ustedes, me vino a la cabeza, de inmediato, aquella escena de Monty Python’s The Meaning of Life (Terry Jones y Terry Gilliam, 1983) en la que un orondo comensal termina explotando tras dar un bocado a la chocolatina de menta con la que coronar una opípara cena.

Creo que Oriol Junqueras pensaba que al mostrarse adusto, seco y sin mascarilla en su primer aparición como indultado, esperaba representar que, ofreciéndosele esa chocolatina, declinaba comerse esa chocolatina, y no me pareció tan mal pues firmemente creo que es quien mejor sabría sacarnos de este lío y que, en consecuencia, debe agradar a tirios y troyanos y procurar estar más delgado, que es sinónimo de disciplina y autocontrol, algo que se consigue mejor al aire libre que entre rejas. Pero esto ya son cosas mías.

Alguien menciona la Piedra del Príncipe por segunda vez.

Por cierto: la escena de marras, la de Monty Python, está calcada de una película de 1929 llamada Piccadilly, de Ewald André Dupont, en la que, accidental en una trama centrada en la oferta del espectáculo gratificador y hedonista, el mismísimo Charles Laughton hacía de Oriol Junqueras, digo de gordo a punto de explotar, vale: ya me entienden.

Hay opciones políticas cuyo sobrepeso se está volviendo evidente, con el consiguiente acuse de recibo por parte de un cuerpo social que empieza a sentirse incómodo entre tanta grasa; como nosotros, incómodos desde hace quince días entre un barro que es tierra húmeda, sí, y en apariencia de nadie, pero al final una muestra de la lentitud que la adiposidad política imprime a nuestra vida cotidiana.

Naturalmente la vimos nada más llegar a casa (la película). Sacamos una conclusión: el protagonismo depende del foco, no de la duración ni del volumen de la imagen, vale. No triunfa el que construye el camino, sino el que sabe dónde acaba, vale, vale. La previsión es mejor guía que el deseo, al menos en el mundo grande, ya, vale, vale. En el mundo grande la previsión se preocupa cuando el deseo sonríe…

— ¡Que sí!

Un mensaje de texto (que exigí recibir al despedirme, por puro paternalismo) me informa de que la visita ha llegado bien a su casa, tan fácil de encontrar, en el centro de Barcelona.

— Madrid.
— Eso, Oviedo, que siempre me lío.

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