Removiendo piedras

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Raquel llegó el viernes (con su hijo Rubén, que se fue a las fiestas de Balboa con los amigos y aún no ha vuelto) y con el perro Cato, que se ha pasado el tiempo cambiando piedras de sitio y durmiendo como un convaleciente anónimo frente a cualquier cosa que se pareciese, aun de lejos, a una chimenea. El tiempo lo repartimos entre las tareas habituales y cuidarnos unos a otros. Ayer nos dimos una vuelta por la huerta, los tres juntos, cambiado impresiones sobre el futuro de algunas cosas como si estuviese en nuestra mano. Siempre hacemos eso: hablamos de esto o de aquello como si pudiésemos defenderlo, costearlo o provocarlo…

– Yo aquí pondría unas piedras, dice Cato.
– Calla, pesado.

Por la noche escuchamos música y charlamos en la bodeguita. Y cuando Cato (que suele acobardarse si la conversación no trata de piedras) se subió a la cocina a dormir pegadito al radiador nos quedamos, Raquel y yo, mirando la tele sin demasiada atención hasta que apareció un programa, en el canal 4 de Castilla y León, que nos atrapó un buen rato. No es más que una sucesión de apariciones de chicos y chicas que buscan pareja y así lo anuncian mediante una breve entrevista en la que la voz en off les interroga, desenfadadamente, por cosas como el sitio más raro en el que han hecho el amor o cuál es el último libro que han leído. No es nada nuevo, ni original, ni interesante; pero esa gente (esos jóvenes y no tan jóvenes) que se animan a solicitar la amistad de otros a través de la caja boba son «nuestros» jóvenes. Resulta algo decepcionante que a la pregunta sobre el lugar más raro en el que han hecho el amor la respuesta mayoritaria sea «en un baño», que la fantasía sexual más extendida sea «una noche en una suite», o que el último libro que han leído sea Los pilares de la tierra (seguido de La sombra del viento), sí; pero son nuestra gente, y el programa demuestra, al menos, que la juventud de este País no es difícil de contentar.

Luego cambiamos de canal para que una señorita ex hirsutista nos informase, en ropa interior, de que lo mejor de la vida es estar con un amigo y sin vello.

– A la cama, que mañana hay que poner un río entre los rosales y los manzanos.
– Espera que se me ha caído una oreja. Ya está.

Esta mañana he sacado los bonsáis de dentro a la terraza y los he dejado al sol todo el día. Ha sido un sol benigno, aireado y elegante: un sol como de baile palaciego, bajo el que Raquel se ha leído La obra de arte desconocida, de Balzac, y Cato y yo hemos sembrado algunos esquejes de yedra en puntos estratégicos y hemos cambiado de sitio algunas piedras. La tarde la he pasado entre libros, escribiendo a ratos. Lo que hayan hecho Raquel y Cato no me lo han dicho. Por la noche me he quedado despierto hojeando Generaciones cuánticas, de Helge Kragh, para hacer tiempo porque en «la dos» ponían The Bad and the Beautiful (título de 1952 que aquí se tradujo, vayan a saber por qué, como Cautivos del mal«), de Vicente Minnelli. Una película que debería ser obligatoria en los institutos. ¿No se acuerdan? Kirk Douglas, Lana Turner, Walter Pidgeon, Dick Powell, Barry Sullivan, Gloria Grahame, Gilbert Roland, Leo G. Carroll… Tres personas que se sienten humilladas y estafadas por el malísimo Jonathan Shield, narran el paso del malísimo Jonathan Shield por sus vidas, vidas de éxito que no hubiesen existido sin el malísimo Jonathan Shield. ¿No se acuerdan? Pues es una de las mejores películas del mundo. Créanme, por favor, sin más; porque está amaneciendo, y tengo que dormir un poco, que mañana me toca azada, y volver a poner un montón de piedras en su sitio, y no es fácil.

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