Nos hemos puesto a ver BrockeBack Mountain. Le quedaban a servidor en su escondite secreto un par de botellitas de Sango de Rejadora (Tinta de Toro), del 2001, mejor que el Pintia para su gusto, y han ido cayendo junto a unas sobras de cecina y un cuartito de queso mientras un tipo que no fuma y que quiere aprender a tocar la armónica se topa con otro que tampoco fuma y se va a casar y terminan yéndose los dos a un coto a cuidar de las ovejas de un gañán de libro que les paga una miseria y ni encender una hoguera les deja.
La verdad es que son dos tipos muy profesionales (y legales), que se pasan un montón de días y de noches al sereno -bajo el viento, la lluvia y el granizo, y topándose con lobos y con osos- cuidando a unas doscientas mil ovejas mullidas y dóciles (pero doscientas mil) y ni se les ocurre comerse una. Eso al principio, que es muy largo y con muchas escenas en plan estampa. Luego se separan y no se ven hasta cuatro años más tarde. Pero ese día que se ven sí se fuman un cigarrillo, en la cama, los muy inconscientes. Luego no vuelven a fumar en toda la película hasta que uno de los dos (el moreno, al que el director atiende menos de lo que debería) muere de resultas de una paliza. Y así termina, sin que salga ni un negro.
– ¿Pero es que ya no se fuma ni en las películas?
– Se ve que no, contesta Raquel sirviéndose un vasito.
– Esta bueno, ¿eh?
– ¿Jake Gyllenhaal? Como este queso.
– Me refería al vino, pero ya lo sabes.
En fin. Que no, que ya no se fuma en las películas. Se supone que para no dar mal ejemplo. Y sin embargo uno de los protagonistas es pobre. O sea: que en las películas no se puede fumar, pero se puede ser pobre a pesar de que, como dicen en «Investigación y Ciencia», las personas con un nivel socioeconómico (NSE) bajo corren un mayor riesgo de padecer enfermedades y tienen una menor esperanza de vida que las de clase alta. O sea, que los pobres le cuestan más dinero a la Seguridad Social que los ricos y tanto o más que los fumadores; a pesar de lo cual servidor no ha visto que el gobierno se plantee luchar contra el NSE bajo ese que es peor que el Celtas. Además, y volviendo a la película, el protagonista pobre vive en un barrio marginal, lo que aumenta la susceptibilidad del individuo, según parece, a la enfermedad cardiovascular, la depresión y la diabetes. Y eso hablando del NSE objetivo, porque también hay un NSE subjetivo que, a más a más, provoca, si bajo, muchísimo estrés asombrosamente lesivo.
– ¿Un cigarrillo?
– No, Gracias; pero tomaré otro vasito…
A servidor la película le dejó un poquitín amargado con su manía de no salirse del lado rosa del espectro y de pasar como sobre ascuas por la historia del linchado, así que echó más leña al fuego (literalmente) y se dispuso a seguir con el Sango viendo otra.
– ¿Nos vemos otra?
Nos vimos «El hombre del tiempo», una castaña (menos en las escenas en las que sale Michael Caine), pero por lo menos no es de amor. Aunque ya no se pudo servidor concentrar más que en mirar si alguien fumaba, y no; aunque sí salían negros, que siempre tranquiliza.