Catálisis

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Lo bueno de estar con Podemos sin vivir en Podemos, es decir, lo bueno de ser un simple inscrito o sin más pretensión un votante, es que no hace falta escoger entre Iglesias o Errejón y/o tragarse la píldora esa de las dos almas, ni leer un periódico autorreferente en vez de las noticias. Alma no hay más que una, por muy plural que el cuerpo, inevitablemente, se desee. Por suerte para todos Podemos es más que Podemos.

Claro que como el mundo está al revés la sintaxis se acangreja y nos juega constantemente malas pasadas. Así, no contento con robarle a Ciudadanos su «cambio sensato» y a Podemos su transversalidad, Pedro Sánchez -por cuya boca, según parece, hablan los antepasados- dice que su pacto era plural y que Iglesias no representa a los morados. También critica la pretensión de ocupar «sillones», como si las elecciones tratasen de otra cosa.

La verdad es que al PSOE lo pillamos con las manos en la masa disfrutando de envidiables jubilaciones, reescribiendo el artículo 135 de la Constitución, intentando aprobar el TTIP, reformando (a peor) la legislación laboral, rechazando en el congreso una comisión de investigación sobre el accidente de Angrois… y que necesitó que Podemos le recordase que, después de todo, las cosas no son tan opacas si se adopta el punto de vista correcto (que es, ¡oh, sorpresa!, el del sentido común), para empezar a cuestionarse en parte, pero en conciencia, su utilidad pública, su representación. Podemos no desea terminar con el PSOE, aunque quizás una parte del PSOE sí. ¿Y si fuese el PSOE el que tiene dos almas, una cínicamente política, otra socialmente frustrada?

Confundir sociedad y política conlleva, entre muchos, ese equívoco: el de ignorar que la transversalidad es naturalmente epicúrea y alude a una convivencia de placeres legítimos, aspiraciones anímicas, ideas comunes y necesidades básicas; frente a ella la política es corporal (a menudo, por desgracia, obscena) y alude a una ficción de acuerdo, a un envaramiento del compromiso.

Advertimos muy pronto que la austeridad política no era más que una añagaza para que las élites no pagasen por sus errores, para que ganasen con ellos incluso. Pero en lugar de utilizar la jerga al uso, Podemos usó la palabra «estafa». Una estafa de la que el PSOE (narcotizado por la jerga al uso) estaba siendo cómplice. No nos hagamos ahora los tontos. Del PP ni hablamos, nada ha cambiado en sus filas.

Sí hablaremos, y mucho, de la teatral exhibición de estrategias, de la profusión de hábiles fintas y sinuosas e inútiles propuestas que los partidos han desplegado estos días para nada. ¿Para nada? Estos días hemos visto que Ciudadanos no vale a su propio amo más que de perro de refuerzo, que al PSOE le preocupa más no perderse las puertas giratorias que facilitar la unidad consensuada de una España plural, que la Izquierda tiene razones que cada vez más votantes comprenden y que Podemos se crece en el desgaste.

Lo importante, sin embargo, es lo que ocurra ahora que, de nuevo, es la ciudadanía quien tendrá la palabra. Servidor ha repetido demasiadas veces eso de que la estrategia, a veces, es la trampa. La izquierda debe entender que su lugar, a estas horas, no puede estar en otro sitio, no puede parapetarse en la elegancia que demuestran quienes saben que sólo apostando por el caballo perdedor se revalida la buena cuna (idea que seduce a servidor, naturalmente, pero que ahora no sirve). Y Podemos debe entender que esta es una de esas reacciones químicas que sólo se sustancian en presencia del catalizador adecuado.

Servidor tiene, además, la curiosidad (bien sana) de saber cómo solventará un Podemos ganador sus grandes apuestas: la limitación de mandatos, la no acumulación de poder y la consulta abierta sobre cuestiones trascendentes. Ya le ha perdonado algunos olvidos (entre ellos el cuidado de su organización interna) y, por lo mismo, está deseando que la izquierda ponga sobre la mesa sus referencias.

Seguramente tendremos que aguantar estos días las habituales apelaciones a la «razón de estado», a la «voluntad de diálogo», a la «nueva transición» y a la «estabilidad democrática». Frases que para servidor no son más que ecos de un recurrente dejavú no muy distinto al que experimenta cuando le hablan de la muerte de la poesía, del cine en tres dimensiones, del cambio, del cambio del cambio, de Europa o de la defensa del carbón, pero que soportará con más facilidad de la que soporta escuchar a los representantes de cada partido en liza repetir como propias las consignas de Podemos. Que nadie crea, sin embargo, que haber vencido en el lenguaje significa haber vencido en las urnas. En las urnas sólo venceremos si nos centramos en la movilización de los votantes. Si el 26 de junio la participación no inclina la balanza acabaremos arrepintiéndonos de muchas cosas. De no pensar a largo plazo para ganar enseguida, por ejemplo.

Servidor ha soportado mucha autocrítica mientras reunía una sólida experiencia como ciudadano irrelevante. La suficiente (autocrítica, experiencia, irrelevancia) como para saber que la derecha política no defiende ni la verdad ni la vida y que, aunque todo ha cambiado ya, un sólo paso atrás -una matización ociosa, una puntualización irrenunciable, una prevención imperativa, un voto irreflexivo- nos devolverá irremediablemente a un mundo indeseable.

No, la transversalidad política (un cuerpo forzadamente flexible) no es la solución real, sino sólo la ocultación de que es la necesidad social la que (desde que entendemos la democracia) se impone definitivamente transversal (ecologismo, animalismo, educación, cultura, salud, feminismo). Si ahora maniobramos juntos, aún sin estar de acuerdo, el resultado reflejará nuestra alma imparable. Que no nos puedan ni el miedo ni sus oscuras representaciones, ni (lo que sería peor) esa escenificación de la prudencia local, histriónica y taurina, que los poderosos reciben con los brazos abiertos. Todo lo ocurrido hasta llegar a la imposibilidad de formar gobierno pudiendo hacerlo ha transformado nuestras confianzas, ha radicalizado nuestra confianza.

Esperemos que ahora puedan muchos votar con menos miedo para no repetir errores. Léase: las elecciones del 26 de junio serán útiles sólo si no son la repetición de las del pasado diciembre; convendría, por tanto, no anunciarlas (y menos aún encararlas) como una segunda vuelta o un desempate. De nuevo pensar, decidir, avanzar, poder participar. Ese es el orden, ese es el valor.

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