La verdad es que nadie entiende bien estos resultados electorales demasiado alejados de lo previsto y tan sesgados contra Unidos Podemos. Lo declarado hace muy poco por el presidente de Gad3 (consultora de investigación sociológica y de comunicación) defendiendo la profesionalidad tanto de sus métodos como de su personal de campo, y achacando el fallo al análisis, indica que, probablemente, haya alguna variable oculta cuya influencia ha resultado decisiva. Algo que ni exime de responsabilidades, ni permite salir a defenestrar sin más al responsable de campaña más cercano.
La interpretación pormenorizado de las cifras no es materia que agrade a un servidor, por otra parte ignorante al respecto de desviaciones, medianas, agregaciones, desagregaciones o proyecciones de cualquier tipo, pero ni a él ni a nadie se le escapan ahora dos datos cuya similitud debería de significar algo: el de la abstención y el del número de votos «extraviados» por Unidos Podemos.
Se puede aceptar que, por norma general, la abstención ha beneficiado siempre al PP y que, en este caso (con IU y Podemos en coalición) no ha dejado de golpear en el mismo sitio. Pero culpar a la coalición no resuelve el problema, de hecho (cree modestamente un servidor) lo enmascara tanto como llamar mentirosos a los encuestados, hablar de pucherazos o pedir cabezas.
¿Dejaron de votar un millón y pico de personas como forma de protesta ante la gestión de los pactos, molestos con su partido, decepcionados con el sistema, asustados por el Brexit, por el fantasma de Grecia, de Venezuela o del Coco, porque a última hora no encontraron la papeleta deseada o porque se durmieron en los laureles?
En cuanto a los tambores de guerra que algunos quieren oír en las filas de Podemos, su repiqueteo llega desde esferas a las que el común de los mortales no accedemos. Que el secretario de Organización, tan de nuestro agrado, hable de arrancar malas hierbas suena de pronto demasiado estridente. Que además se pregunte por la pretendida abstención de votantes de IU es empezar mal una relación que debe fructificar; la sacrosanta y patria tradición consistente en echarle la culpa de todo a los comunistas no debería desempolvarse ni para encerrarla en una vitrina.
La voluntad y el propósito de los afiliados y electores afines al programa de Podemos siguen siendo las mismas, contra viento y marea. Y sí, claro que los habrá, que los hay con intención de hacer daño para sacar algún tipo de oscura ventaja, pero están ahí desde el minuto uno. Hasta pretendidos Círculos de Podemos ha habido desde los que se desaconsejó votar a la formación, pero cuyas maniobras prefirieron no verse en su día. Ocurrió en las autonómicas y en las generales. ¿Será verdad que los problemas arquitectónicos sólo se perciben cuando agrietan la cúpula? Servidor no se responderá a eso aquí, donde, reconoce que no es esta sino una cuestión doméstica (insignificante al lado de lo que sea que anuncia la percusión lejana) y donde su razonamiento, si lo es, apunta a otro sitio.
Es sensato suponer la existencia de un grupo de votantes que aparecen en momentos críticos, unos que manifiestan su intención, sin dudas, pero que sólo ejercen su voto si éste es estrictamente necesario. Les mueve a ello la solicitud percibida y la posibilidad real de contribuir a un cambio que depende verdaderamente de su gesto. Y si son de izquierdas (como se presupone) sería imprudente no preguntarse si la campaña escenificada por Unidos Podemos no desincentivó a dicho colectivo que, seguro (como todo el mundo) de que «la cosa» estaba «cantada», se quedó en casa. «Total», pensó cada cual, «no me necesitan». Si lo enjuiciamos a posteriori (que es como se enjuician los hechos) quizás quepa aceptar que se hizo una campaña que obvió las llamadas al voto y las peticiones explícitas de apoyo no a los indecisos, sino a esas eventuales fuerzas de emergencia. Anunciar con insistencia la voluntad de pacto, asumir el segundo puesto (por más que se añada de inmediato eso de “pero salimos a ganar”) e incluso abordar la campaña como desempate, y no como carrera por el primer premio, afianzó a muchos y a muchas en la idea de que la suerte estaba echada, de que el resultado no iba a ser muy distinto del anterior (lo que acabó por resultar una profecía autocumplida) y de que, por lo mismo, valía hacerse el muerto ante tanto control de la situación. Quizás no sumen el total, y pequeñas porciones (asimilables) de lo perdido se refugiasen, por causas ajenas a la coalición que habría que buscar en el programa, en otras fuerzas de izquierdas que, aún sin obtener representación, salieron reforzadas. Quizás una parte haya contribuido (estableciendo una circulación difícil de precisar) a minimizar la pérdida de votos del PSOE, ya que era señalado una vez tras otra como la gran fuerza amiga, todo es posible. Pero servidor se inclina a pensar que los mismos cantos de sirenas que encarrilaron el discurso llevaron a la inmovilidad a toda esa gente a la que, ahora, echamos de menos. Es decir: que candidatos, votantes, agencias encargadas de los sondeos y periodistas, se jalearon unos a otros, creyendo cocinar a la carta, para terminar sirviendo el menú clásico: pescadilla que se muerde la cola.
Convendría tomar nota, dejarse de acusaciones oportunistas y de advertencias ambiguas, aceptar que son los más listos los que cometen los errores graves y empezar, lo antes posible, a preguntarse cómo se gestionan inteligentemente más de cinco millones de votos, que no son pelos de gorrino que se cogen a puñaos.