La idea de los muchos mundos, o del multiverso, o de los universos paralelos, o como quieran llamarle a la conjetura, planteada por Hug Everett III en 1957 (oficialmente, en realidad veinte años antes por Olaf Stapleton), de que cada decisión que tomamos genera tantas realidades como opciones teníamos antes de inclinarnos por una, siempre me pareció más un parche, el producto de una mente perezosa, que una verdadera solución al problema cuántico que pretendidamente resuelve. Si diésemos crédito a semejante propuesta teórica, mi realidad (y, de forma pasiva, la suya de ustedes) se habría dividido más de noventa veces en lo que lleva escribiéndolo su autor y habrá generado más de quinientas realidades distintas, cada una de ellas con su esforzado Suñén incluido, antes de que el que habita la única (de momento) que contiene todas las palabras de este párrafo en el orden en el que aparecerán en este párrafo termine de escribir este endiablado párrafo. Dicha realidad no será, seguramente, una en la que tenga Suñén muchos lectores, sino una de la que ustedes se habrán ido apeando según sus distintos grados de curiosidad y paciencia (lo que, a su vez, generó universos adicionales) hasta dejar a Suñén solo ante su texto desolador.
Lo que no explicó Hug Everett III es porqué algunas personas están siempre en su universo óptimo mientras Suñén está siempre escribiendo para sí mismo. A Suñén le gustaría ver caer a algún rico de vez en cuando, juzgado a algún juez, condenada a alguna multinacional destructora a la irrelevancia en un universo en el que el prestigioso y popular Suñén, el respeto al medioambiente, la justicia social, la democracia plena, la sanidad y educación públicas, la renta básica universal y la energía limpia compartiesen naturalidad y prosapia.
— Sospecho –me interrumpe el gato Pangur– que te conformarías con uno en el que todo siguiese igual de mal pero a Suñén lo leyese alguien.
— Y los gatos no hablaran.
Vale, realmente un universo en el que a uno no lo leyese nadie, como es el caso, pero en el que se cumpliesen el resto de las condiciones señaladas arriba, es demasiado pedir; casi como esperar verse en uno donde Magaz de Abajo tuviera la biblioteca que su alcalde promete (entre otras cosas) cada cuatro años, a Iker Jiménez lo hubiese abducido un ovni y Donald Trump no fuese presidente de los Estados Unidos. Nunca verá eso este Suñén.
— Es que las posibilidades son infinitas y, por tanto, una vida no es suficiente –vuelve a la carga Pangur, con aire autosuficiente.
— O sea, que la mala suerte no es más que falta de tiempo.
— La mala suerte cuántica.
— Eso.
Porque las posibilidades no son infinitas a lo largo de una la vida, como no lo son el número de unidades de Plank que se tarda en vivirla, ni lo son las potenciales soluciones a cada encrucijada (que no bifurcación) como dos, tres, mil, un millón de números nunca van a sumar infinito, como Suñén nunca va a escribir (ni bien ni mal) este artículo en un país donde cada año las inundaciones no condenen a cientos (miles) de personas a una realidad peor.
Si el universo se duplica una y otra y otra vez, aquí y allá, ayer y hoy para que en alguna de sus versiones hayamos podido elegir la opción correcta o beneficiarnos de la elección de otro, esas versiones parecen estar vetadas a nuestra conciencia. No le daré más vueltas: el hecho de que nuestra consciencia (la de los pobres y, en particular, la mía) acabe, tras una infinidad de decisiones, en el mismo sitio (este universo mostrenco donde las tostadas caen inexorablemente del lado de la mantequilla) una y otra vez es suficiente prueba de que, como se ha dicho, la tan cacareada teoría del multiverso es el producto de mentes perezosas, acríticas, oportunistas y aún irresponsables. Una lástima.
— Bueno… es una teoría…
— …que tiene razón en una cosa: solo nuestros actos cambian el mundo.