El tiempo perdido

Tiempo estimado de letura: 3 Minutos

Aunque la resaca es una poderosa cura de humildad y así la he disfrutado durante muchos años, no echo de menos el alcohol; sí el tabaco, que era buen compañero. Podría (realmente podría, si quisiera) salir ahora como en otros tiempos a la terraza a fumar un pitillo tras otro como si me sobrase el tiempo; no, no como si me sobrase, sino como si se lo hubiese robado a persona ejemplar, responsable y ocupada en el bien común, pero no para usarlo o cambiarlo o venderlo sino para perderlo fumando en la terraza.

De hecho aún queda algo del tiempo de entonces arrinconado en la terraza, de cuando salía a fumar y me sentía como el joven Marcel frente al vecino que, hallándolo leyendo en el portal, le envidiaba la juventud que se lo permitía; pero no sé bien como podría perderlo ahora que no fumo (no vale ya para otra cosa que no sea pasarlo, no es tiempo que se pueda vender o comprar sino que es, por decirlo de alguna manera, tiempo perdido). Se lo he querido regalar a los pájaros, pero no entienden la idea, no saben para qué querrían ellos –vecinitos de Proust, cursis capitalistas del cuarto día– tiempo que perder, algunos incluso se han ofendido, como si los estuviese tomando por desequilibrados. Y la verdad es que algunos lo parecen.

Pero bueno, resumo: que estoy pensando que a lo mejor no fumaba por el vicio de fumar, sino por el placer de ensimismarme (y que el buen compañero, entonces, era yo) y que eso podría (realmente podría, si quisiera) seguir haciéndolo tranquilamente sin sentirme culpable y sin alterar el inestable humor de mi médico. Eso sería ya rizar el rizo.

— Si de verdad quieres perder el tiempo podrías meterte en política, me recuerda el gato Pangur.
— Te entiendo. En mi caso sería como presentarme a un premio literario o a míster universo; pero no deja de ser un trabajo. No se puede perder el tiempo profesionalmente, no es eso y por eso no hay concursos de perdedores de tiempo.
— Porque todos perderían –remata Pangur.
— O ganaría el que no se presentase. Recuerda «Los perezosos», esa deliciosa novelita escrita al alimón por Wilkie Collins y Charles Dickens.
— No me gustan esas novelas. Me dan sueños.
— …

Así que voy a empezar usando (de momento y a modo de placebo) ese tiempo que queda en la terraza para ir haciendo músculo; luego tendré que pensar muy seriamente en de dónde saco tiempo de mayor mérito, tiempo verdaderamente valioso y formal que pueda perder abundante y provechosamente; quizás de las metas que aún alimento a sabiendas de que no viviré para alcanzarlas, o de los ratos que empleo rememorando antiguas satisfacciones personales (puro onanismo si lo pienso bien) o de mis caducas sesiones de compunción (puro onanismo, si lo pienso bien), o quizás, quizás, quizás se lo robe a los pájaros. O quizás, no lo descarto, decida en honor a aquellas esclarecedoras resacas hacer una pequeña y desinteresada donación de libros al ayuntamiento de mi pueblo, a ver si, después de todo, va a ser posible rizar el rizo.