No a la guerra

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Casi se agradece que el PP esté demasiado ocupado como para andar malmetiendo en esta cacicada imperialista de Putin. Tampoco he oído a Vox solicitar la inmediata organización de una División Azul que parta a defender los valores de Occidente representados por el gobierno ucraniano (o el ruso, cualquiera sabe), al alba de mañana mismo; aunque puede que lo hayan hecho, las verdad es que no presto mucha atención a sus disparates. Lo que sé es que a la derecha le gusta la guerra, y a la ultra derecha más. Solo desde esas posiciones se escuchan frases como «la guerra saca lo peor de nosotros mismos», o «en la guerra, ya se sabe», como si la guerra fuese un ente básicamente puro, imparcial y deportivo estropeado por la maldad humana.

Ninguna persona decente tiene nada que ganar en una guerra, independientemente de en que bando esté.

Pero si bien oponerse a la política militarista del señor Putin (sin duda el dictador más peligroso del mundo) es de bien nacidos, mostrarle cualquier forma de resistencia militar organizada es de suicidas. En cuanto a la práctica de diversos y diferentes tipos de sanciones económicas… sospecho que serán menos reales que retóricas y, si reales, punitivas tan solo para un segmento de la población, ese, sí, que paga habitual y patrióticamente los excesos de sus primates, el más pobre. La situación hará ganar dinero a los de siempre y sufrir a los de siempre. Menos que una guerra con el segundo bloque más poderoso del planeta, desde luego, pero si llegásemos a eso no habría otras acciones al alza que las de la muerte. Que las pague quien las quiera.

Ya sé, ya sé: está demasiado cerca de Magaz de Abajo y esa gente se parece mucho a la nuestra. Pero la verdad es que todo está cerca y toda la gente se parece. Pobre Ucrania.

La lógica dice (y la quiero creer) que la invasión de Ucrania no será ni de lejos como la guerra de Afganistán, la de Yemen, la de Siria, la de… que se completará con pocas bajas (lo sé, es terrible relativizar así) y que la mayoría serán militares, salvo que el gobierno ucraniano decida oponer una resistencia numantina en espera de alguna ayuda que no llegará. Porque nadie va a ayudar a Ucrania en su trance, a pesar de esas imágenes escasas y recurrentes y de la abundancia y solemnidad de las condenas, incluso si la lógica falla.

Conociendo como conocemos el lenguaje político, bien podríamos hacernos a la idea de que asistimos al resultado de una negociación previa (ni siquiera secreta, simplemente implícita) según la cual Rusia se queda con parte de Ucrania contra nuestra voluntad a cambio de una justificada reprimenda y otras pequeñas gabelas cuyo perjuicio reparará a su manera la medicina china. Al fin y al cabo esto es el producto de lo que llevamos haciendo mal durante años: vivir de la reconstrucción.

Podemos indignarnos, no extrañarnos. Ponernos serios como el presidente Sánchez, porque es muy serio el asunto y hay que expresar la indignación (porque nos hemos despertando, de pronto, comprendiendo que cualquier día podemos ser las victimas, impotentes, de la mala política ajena). Podemos meter durante unos segundos la cabeza en las fauces del león que bosteza. Pero no extrañarnos.

Podemos manifestarnos contra la guerra, en defensa de una población que ha estado siendo gobernada por un régimen democráticamente frágil (pero a la que no defendimos de eso) y viviendo una paz más bien exigua antes de hoy (algo que, al parecer, no sabíamos) y podríamos hacerlo sin incurrir en contradicción alguna siempre que no nos extrañemos. Podemos alentar y solidarizarnos con los movimientos populares anti belicistas que surgirán en el corazón de la bestia. Podemos y debemos. Lo que no podemos es exigir atolondradamente sanciones viscerales que sólo perjudicarán a los inocentes, ni intervenciones militares que nos conducirían, de cabeza, al verdadero infierno. Naturalmente también podemos opinar y explicarle la situación mil veces a los zoquetes que, con el único objeto de provocarnos dolor de cabeza, quieren ver bajo esta obscena aparición de la guerra en las afueras de nuestro vecindario algo más complicado que un asunto de buenos y malos, incluso podemos perder la paciencia con ellos, insultarlos, llamarlos amigos de Putin, borrarlos de nuestras listas sociales por insinuar que, a lo mejor, no estábamos escuchando cuando sonaron las primeras lluvias, y firmar manifiestos contra la guerra justificando la venta de armas humanitarias al agredido en el hecho (incuestionable bajo pena de muerte social) de que esta es una guerra contra la democracia. Pero no podemos extrañarnos.

Por culpa de Putin sube el pan, por culpa de Putin sube la factura de la luz, por culpa de Putin… No utilizamos su gas (en este país) y ya compramos harina para seis meses en día anterior a la guerra. Sin embargo… ¿Perdón, perdón! No he dicho nada.

Sancionemos a Putin y a la oligarquía que lo sostiene, dejémonos de discursitos para justificar nuestra impotencia y practiquemos una buena cirugía de precisión: persigamos sus redes mafiosas como si fuesen nuestras… ¡Perdón, perdón! No he dicho nada.

Porque esta guerra, que no es solo lo que parece aunque se parezca mucho a lo que parece ser, no la podemos ganar. No nosotros, ni Europa, ni las bravatas de Vox. La podría ganar el pueblo ruso contra Putin. O Estados Unidos a costa de borrarnos del mapa. La podrían ganar el ecumenismo, la revolución humanista, la justicia, la desmilitarización, la igualdad, la fraternidad, la transparencia, la cultura. Así de seria es la cosa, así de difícil es. La podría ganar la democracia, eso seguro, incluso la podría haber ganado la democracia hace tiempo ya. Pobre Ucrania.