Debe servidor, antes de adentrarse en materias menos agradecidas, responder que sí (que sí) a quienes, aún a pesar de estar viéndolo con sus propios ojos, se preguntan si ha vuelto, y también que agradecer la facilidad para hacerlo a su buen amigo Pableras, que le ha apañado esta honesta posada virtual y gallega (valga el pleonasmo) que tan bien le cuadra y que le recuerda que, en la Internet como en la vida, todos somos peregrinos.
¿Y por qué se había ido un servidor? Pues porque sí. ¿Y por qué ha vuelto? Pues por lo mismo. Y, entre ir y volver, se ha ocupado de sus cosas, que es muchísimo más de lo que ha hecho este país. No importa. Lo importante es saber, una vez metidos en harina, si hay de qué hablar. Ese es el asunto que servidor demoraba: ¿realmente merece la pena hablar de algo?, ¿tiene algún sentido opinar? Servidor se lo pregunta porque ha observado que esta «situación» (por escoger un eufemismo neutro) en la que por la mala cabeza de otros nos vemos ni risa provoca, y echa de menos aquellas ocurrencias sobre Morán, ¡y hasta los chistes de Franco!, y advierte que es signo grave de renuncia de clase la ausencia de sus equivalentes actuales.
– Y va Rajoy y dice…
– ¿Cuánto es 2 + 3?
– Te lo sabes.
– No, en serio, ¿cuánto es?
Si no conocían ustedes al gato Pangur, uno de los pocos interlocutores a los que servidor atiende, ya lo conocen. Acaba de dejar en el suelo un puñado de moscas muertas y se ha tumbado en el sofá de leer, a sestear, despreciando la prohibición porque presume a servidor distraído con la aritmética. No acaba de comprender la facilidad y puntería con la que los humanos lanzamos calzado ligero a gran distancia.
Pangur corre a ponerse a salvo, como el verano que este año ha claudicado enseguida; tan pronto que ni siquiera nos ha dado tiempo a olvidarnos de los bancos, que se disponen ahora a hacer lo mismo que le afearon a sus usuarios pidiendo un rescate por encima de sus posibilidades, ni de Werty que ha conseguido decir (sin que se le muevan los labios al ventrílocuo) que el derecho a la discriminación por sexos es un ejemplo de igualitarismo democrático, ni de Espe, transfigurada en cordera de invierno, ni de los políticos, claro, que improvisan como pueden nuestras futuras preocupaciones (truena la nadería nacionalista y la evolución de la prima de riesgo dibuja la silueta de Gibraltar mientras el señor presidente canta el elogio de los pacíficos); pero nosotros, el pueblo, seguimos a pesar de la buena memoria que nos caracteriza sin organizarnos y, en consecuencia, vapuleados por las esquinas.
Cuando dicen que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades quieren decir que lo justo es que estemos agradecidos por ser vapuleados, y no masacrados, porque un pobre no se merece la más mínima oportunidad de airear sus desgracias ni, desde luego, de dejar de serlo.
– Ya les ayuda Santa Teresita de Lisieux, protesta la amante del Rey.
Tampoco el destino de los ricos, sabiamente previsto por el altísimo (quien quiera que sea) se puede cambiar; pretender eso constituiría un violento y antinatural pecado de orgullo, como mezclar niños y niñas en el mismo aula. Y además ¿para qué? si nosotros, que somos tontos de capirote, seguimos defendiendo su derecho (de ellos) a esquilmar nuestro futuro en unos costes de gestión que llevan años saliendo del crédito que avalamos. Porque se trata de eso: lo que ganan los pocos ricos sale de un crédito avalado por los muchos pobres.
No deja de ser una pena que regrese servidor para decir lo mismo, cuando lo cierto es que se marchó por no repetirse. Lo nuevo es que ya nos han convencido de que 2+3 son cuatro; lo viejo, el final del chiste.