Corto Maltés

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Lee servidor que en La Valetta (Malta), cuna del tan enigmático como íntegro Corto Maltés, con quien servidor comparte la cualidad de personaje de ficción, cierta inclinación a desaparecer y el desamor por los héroes de carrera, un grupo de españoles indignados le ha espetado en la cara al señor Rajoy que, mientras él medita y madura, madura y medita, su pueblo pasa hambre. A estas cosas le dicen la mala imagen de España en el exterior y de ellas quieren culpar ahora, como antaño, a algún contubernio difuso; aunque no dando aún con ninguno que cumpla tan diligente y convincentemente su papel de malvado como aquel judeomasónico que entreveraba de sustos el sueño de los vencedores en tiempos de la patria una, grande y libre, ha habido que poner a don Felipe -que trastabillaría menos si se leyese sus discursos- a trabajar en labores de limpieza y relaciones públicas. Pero ¿cómo se puede luchar contra la mala imagen cuando es tan obvio que aquí nadie que no sea un cabrito privilegiado tiene motivos para la esperanza?

Pero Rajoy no es de los que se arrugan y declara como quien contraataca que anunciará cuando sea la decisión que mejor le parezca para los intereses generales de los españoles sin desechar ninguna posibilidad. Servidor quiere saber por qué eso de tomar las medidas apropiadas cuando resulte más oportuno parece estar funcionando muy según se mire, y también cómo es posible que el «buen camino» se nos está haciendo tan largo.

– No te asotiles tanto, que te despuntarás.
– ¿Y a ti quién te ha dado vela en este entierro?
– Soy tu conciencia.
– Eres mi gato, y punto. Y por cierto, ¿dónde está el tuyo?
– Duerme.

Obstante su impertinencia, debe reconocerle sevidor a su a ratos estimado Pangur lo bien traído de la cita, además de un sorprendente conocimiento de nuestros clásicos. Tiene razón: en determinadas cuestiones un exceso de sutileza conduce a la inutilidad de la estocada. Por ejemplo, los manifestantes de Malta podrían haberle gritado al señor Rajoy: «Observe que un enfoque meramente legislativista de la crisis podría interpretarse como sinapismo parcial y selectivamente lenitivo y en efecto exhibir a medio plazo un perspicuo sesgo aporofóbico difícil de corregir; dicho sea a modo de crítica constructiva, claro». Servidor propone que la multitud envíe bolsas de la compra vacías al Congreso.

– Otra vez demasiado sutil, casi minimalista.

A todo hay quien gane: José Manuel Castelao, desde el pasado lunes presidente del Consejo General de la Ciudadanía Exterior (mire usted por donde) ha necesitado menos de tres días y una docena de palabras para sintetizar, en forma de epitafio político, el grueso de su doctrina. «Las leyes, como las mujeres, están para violarlas» es una frase que no tiene arreglo, podemos quitarle alguna palabra o cambiar otras de orden o intentar interpretarla en tal o cual contexto atenuante: nunca será sólo una formulación de mal gusto, ni sólo una ocurrencia desafortunada porque es sintácticamente fascista; desnuda (sin sutileza) la catadura del individuo y pone en evidencia a quienes nombraron servidor público a alguien tan brutal, si no enfermo. Se ha disculpado; pero -y esto lo dice servidor a coro con Corto Maltés- excusarse ante un colectivo, o ante una causa, o ante un proyecto político cuyo bote sifónico está ya lo suficientemente atascado (a pesar de los denodados esfuerzos de nuestro principesco fontanero) no es más que una mueca obligada. Debería pedirse perdón a sí mismo; y no sólo por esa frase con la que (suponemos, esperamos) termina su carrera, sino por todo el camino.

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