El carácter del perro Cato es, por norma, el de una bestia hiperactiva, plácida sólo cuando duerme, ludópata, algo tonta y definitivamente buena. En general no se muestra agresivo más que con los extraños, y nadie que esté con nosotros es un extraño para él. Pero no es siempre así: coincidiendo con la luna llena, y bajo determinadas circunstancias, el perro Cato puede ser tan peligroso como un tonto humano.
No sé qué es exactamente lo que la luna llena le hace a los perros, pero algo les hace. Los asilvestrados han estado matando ovejas en Villa de Palos y han tenido que tomar medidas drásticas contra ellos. Eso fue ayer. Y también ayer, Cato decidió atacarme; aunque la culpa fue mía.
– No es verdad. Fue culpa mía, dice Cato avergonzado.
– ¿Me dejas contarlo a mí?
– Perdona, jefe.
Los gatos, que son legión, habían estado tomándole el pelo todo el día, y al caer la noche lo dejamos fuera un buen rato que se pasó ladrándolos y, muy ocasionalmente, persiguiéndolos con saña pero sin éxito. Estaba de espaldas a la puerta, mirando hacia el jardín, obsesionado con los felinos, y yo salí sin avisar. Debí haberle advertido («Que voy»); pero no lo hice y se asustó: de modo que se revolvió decidido a comérseme entero empezando por los pies. Tuve que dejarme caer de rodillas sobre su cabezota, darme la vuelta, agarrarlo de los, afortunadamente generosos, papos y levantarlo en el aire. Grité a Raquel para que me ayudara a cerrar de nuevo la puerta mientras lo lanzaba lo más lejos posible (que fue más o menos a medio metro: el lanzamiento de perro nunca ha sido mi fuerte y Cato pesa lo suyo). Lo dejamos un rato en el jardín, perplejo, preguntándose seguramente cómo podía haber sido tan tonto (servidor conoce perfectamente la sensación, de modo que sabe de lo que habla) y bajamos a la bodeguita a pasar el susto.
– ¿Una copa?
– Por favor.
Raquel saca dos vasos y la botella de Citadelle (la ocasión lo reclama).
– El mío sin tónica, si no te importa.
– ¿Quién ha hablado de tónica?
Citadelle es para mi gusto la mejor ginebra posible, y por muy schweppes que sea la tónica, es un pecado añadírsela a esta francesa vieja y equilibrada. Trigo y agua de manantial, especiados con:
- Enebro de Francia
- Cilantro de Marruecos
- Piel de naranja de México
- Cardamomo de la India
- Regaliz de China
- Pimienta de Cubeba de Java
- Ajedrea de Francia
- Hinojo del Mediterráneo
- Iris de Italia
- Canela de Sri Lanka
- Violeta de Francia
- Almendra de España
- Cassia de Indochina
- Angélica de Alemania
- Granos de paraíso de África Occidental
- Comino de Holanda
- Nuez moscada de la India
- Corteza de limón de España
- Anís estrellado de Francia
- Luna llena de Magaz de Abajo
El último ingrediente es aconsejable, pero no necesario. La ginebra sigue siendo espléndida sin él; aunque pierde algo de luz.
Vemos Plácido, de Luis García-Berlanga, que ha mantenido toda la frescura del día de su estreno gracias a la sabiduría de las buenas metáforas y a la fuerza de un relato descarados, y Raquel, que está visiblemente cansada, se va a dormir con ese buen sabor de boca (el de la película y el de la ginebra). Me quedo escribiendo un poco mientras escucho a mi cantante de jazz favorito (a mi último cantante favorito) que es, a la canción, lo que Citadelle a las ginebras: Kurt Elling: limpio, imaginativo e intenso.
Escribo un libro raro, áspero, moderno a la manera clásica, desquiciante, de esos que uno está siempre a punto de abandonar, y me distraigo, claro, con cualquier cosa. Cato sigue en el jardín, cabizbajo. Bajo a a meterlo en casa.
– ¿Me perdonas?
– Algo así.
– Es que… yo…
– Vale, vale. No lo hagas más y punto.
– Va a ser la Luna.
– Va a ser una paliza como no te controles, animal.
Menos mal que hasta aquí no han llegado los topillos (que, al parecer ya han alcanzado a la ciudad de León, que podría terminar como aquella ciudad sin nombre desaparecida bajo los túneles que Lee Marvin y Clint Eastwood cavaban para recoger el polvo de oro que se perdía entre los tablones del suelo de bancos y prostíbulos) porque, sumando unas cosas y otras, y los cuerpos celestes, a Cato le podría dar un día algo serio. Por cierto, que Secun Santos, un amigo de Cacabelos (en realidad de Toral) al que habíamos visto unas horas antes, nos asegura que lo de los topillos urbanos es cierto. Según él, que es irónico y directo, ya han tomado los parques y el alcantarillado. Lo siguiente será el edificio de correos, la televisión autonómica y el ayuntamiento, imagino… Y después a Madrid: a por los bancos y los prostíbulos. No tengo sueño, pero mañana hay mucho que hacer, así que me abrazaré a Raquel y al rumor de Citadelle contaré tropas de topillos hasta quedarme inconsciente.
– Yo gatos, dice Cato.
– Vale, pero calladito.
Cato se baja a la cocina y yo voy apagando luces, pero la diferencia se nota poco con esta luna que sólo parece llevarse bien con las reinas.