A servidor, eso de que corremos el riesgo real de ser impactados por un asteroide le parece un sacacuartos. Ya sabe, hace tiempo, dónde están la mayoría de los interruptores y enchufes eléctricos de su casa, y aunque así, no hace tres días que se encontró una toma detrás de un armario, así que no duda de que el peligro de toparse con un asteroide díscolo sea real; de lo que duda es de que ochocientos hijos de papá deban vivir a su costa so pretexto de evitarnos semejante amenaza.
Su hallazgo (el del enchufe), en la habitación que hoy sigue siendo el despacho de Raquel, nos llevó a pensar, a Raquel y a un servidor, que quizás era una buena idea poner allí la mesa, el armario en la pared de la estantería y la estantería junto a la ventana.
— Así, si el sol quisiera, te calentaría la espalda. Aunque, si cayera un astroide, no lo verías venir.
Desconfiada siempre, y no menos del astro rey y sus amigos que de un cobrador en la puerta, Raquel respondió:
— Vamos a dejarlo como está.
Les decía que conocía el emplazamiento de «casi» todos los interruptores y enchufes de la casa (y sus alrededores) pero podría haberse limitado a los enchufes, ya que los interruptores desconocidos no aparecen hace tanto tiempo que bien puede servidor darlos por inexistentes. Eso, que todo hay que decirlo, se lo debe a su gato, Pangur, que de cachorro decidió compartir el interés que su compañero de juegos mostraba por los interruptores y encendía los apagados y apagaba los encendidos y, ocasionalmente, ponía en marcha alguna cosa inverosímil, o provocaba un chisporroteo que, lejos de disuadirle, parecía motivarlo. O encontraba un interruptor que no interrumpía nada. Es de justicia reconocer que aquella temporada resultó tan útil como molesto.
¿No corremos un riesgo real de que nos impacte un meteorito, también, o una bala disparada al aire? ¿Tiene que ser un asteroide, nos vamos a jugar el presupuesto por una cuestión de centímetros, de proyección, de concepto? Hay meteoritos muy grandes, y malvados, y balas pequeñitas con muy mala suerte.
— Pero son más raros, y asteroides hay para dar y tomar.
— Es cierto. Y son mostrencos.
— ¡Vaya! Como los enchufes.
Que corremos «un riesgo real» significa, casi, «inminente», y se aplica, ni más ni menos, a que el cielo se desplome sobre nuestras cabezas. Eso nos provoca un miedo evocador pero real. Y hace que otros problemas se desdibujen, al menos, mientras duran la conversación o la introspección. No hacerse cargo solidariamente del inmenso gasto militar que eso supone sería tan irresponsable, antisocial y antisistema como pensar que el agua debería de ser siempre gratis.
Pues eso: que la primera noticia que servidor tuvo de un asteroide fue en en un dibujo para colorear, y aquí sigue un servidor y allí siguen los asteroides. Y que así seguirá siendo afloje o no afloje la mosca servidor. Eso, claro, siempre que Raquel no mande otra cosa o que a Pangur no le dé por encontrar un interruptor prehistórico en el sitio menos pensado y ponga en marcha la máquina definitiva.