En alguna parte he leído que los tontos ignoran la complejidad mientras los pragmáticos la sufren, pero que, si bien algunos hombres y mujeres de a pie consiguen evitarla, sólo los genios la eliminan. Como si la complejidad fuese algo semejante a la dificultad o al desorden. No parecen complicadas las flores que los gladiolos de la parte trasera de la casa comienzan a mostrar con su habitual fortaleza, pero su proceso de formación es tan complejo que realmente no hemos llegado aún a comprenderlo del todo.
Aplicando la sentencia de marras debo concluir que los gladiolos son tontos (salvo que su sencillez sea pura hipotiposis de su complejidad, en cuyo caso son además unos pedantes) y que los genios adornan sus jardines con margaritas de plástico no demasiado realistas. Sin embargo la frase pertenece a ese género de comunicaciones que tendemos a admitir, e incluso a hacer nuestras, sin mayor reflexión.
– Esta ola de frío que nos azota es un producto del calentamiento global.
– Y te puedes dar de baja de Telefónica con sólo una llamada gratuita.
La verdad es que los tontos sufren la complejidad mientras los pragmáticos la ignoran, que el común de los mortales la obvia por obligación y los genios, que la veneran secretamente bajo sus techos de pura pizarra, la coleccionan en espera de tiempos mejores. Pero no quería hablar de eso, sino de lugares comunes, de frases hechas, de tópicos disfrazados de actitud coherente: Vivimos en el mejor de los mundos posibles, el gasto generas riqueza, un kilo de paja pesa lo mismo que un kilo de hierro, no todos los políticos son deshonestos…
Son frases que se escuchan a menudo en este mundo en que la Banca vela por nuestro bienestar económico y el Estado por nuestros intereses sociales, o al revés.
– O al contrario, puntualiza Pangur. – ¿Pero cómo se soluciona la crisis económica?
– Pues mediante una política económica coherente, ¡gato ignorante!
– ¿Y el paro?
– Mediante el equilibrio coherente entre precios y salarios.
– Pero un kilo de paja pesa…
– En cualquier báscula aproximadamente un gramo menos que uno de hierro.
Así que la coherencia es la incógnita que hay que despejar una vez restado el empuje de los lugares comunes, lo cual no parece haber intentado nunca nadie a quien algún político haya leído. Lo que sí podemos afirmar sin temor a equivocarnos y en ausencia de una definición directa es que una persona coherente es la que no nos toca las narices. Por ejemplo mi gato Pangur no es un ser humano, pero lee a Ruiz Zafón (y últimamente a Jodorowsky): es coherente. Servidor no es un gato, pero saca las uñas si los monopolistas le meten la mano en el bolsillo: es incoherente.
– Y además te has casado con una mujer que ni siquiera es de tu familia.
– Lo sé. Me lo recuerdan todos los días. Pero la quiero.
¿Sabían ustedes que hay plantas vivíparas?, ¿que nadie ha demostrado que el universo no sea infinito?, ¿que es imposible chuparse un codo?, ¿que las probabilidades de sobrevivir son las mismas si nos caemos desde un piso 50 que si nos caemos desde un avión a 3000 m?, ¿que Walt Disney no fue criogenizado?, ¿que los biorritmos son un timo matemático pertrechado por un amigo de Freud?, ¿que Hipatía no era astrónoma?, ¿que las probabilidades de que les caiga un rayo son de 1 entre 3.000.000, y que las de que ganen el euromillón son 1 entre 76.275.360?
– Déjalo Suñén, no te estamos escuchando.
– ¿No?
– No. Llevamos ya un rato intentando… chuparnos un codo…