Izquierda

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Leo en la prensa que Municipalistas por el Cambio está reclamando una confluencia de la Izquierda que obligaría a los grupos comprometidos con un verdadero empoderamiento popular a ceder una parte de su escalafón a la opinión ciudadana. No digo que no lo supiese, lo sabía, digo que lo leo en la prensa; porque cuando lo supe desconfié de las verdaderas intenciones de los promotores de la idea (a estas alturas, uno desconfía por inercia) y leerlo en la prensa, que es una forma de exteriorizar lo que sea, disparate o genialidad, me ha permitido fantasear sobre la viabilidad de tamaña osadía.

En principio, si un grupo de ciudadanos se junta para pedirle a la izquierda un compromiso real con el segmento social al que representa, la izquierda les responderá (sin pestañear) que no son representativos. La verdad, sin embargo, es que en este momento cualquier grupo de ciudadanos preocupados por el auge de la derecha, por un futuro racionalmente sostenible y por la unidad de los explotados será siempre superior al que cualquier partido de izquierdas pueda juntar.

La izquierda, no nos engañemos, tiene más gente (en el Bierzo) fuera de sus censos que dentro. Y su problema es que no se fía de nadie que no haya firmado un pacto de sangre en un mundo en el que lo primero que hace alguien de izquierdas es no firmar pactos de sangre. Confundir votantes con inversores es una mala política que solo conduce a confundir porcentajes con acciones. La gente que se afilia a un partido, y más cuanto menor es el tamaño del censo electoral, es la menos fiable, la que simplemente es de izquierdas sabe que el triunfo pasa por los votos que podrían aportar otras fuerzas (como PACMA, por ejemplo) a una propuesta de cambio duradero.

Eso por una parte. Por otra parte: la respuesta de los partidos es siempre la misma. Los partidos se deben a sus directrices. Sus directrices, naturalmente, vienen de León, o de Valladolid o de Madrid. Cualquier pensamiento de izquierdas generado en el Bierzo en función de las necesidades (y deseos) del Bierzo es simplemente minusvalorado, porque los partidos de izquierdas se niegan a abandonar una organización no solo vertical, sino heredera del imaginario geográfico tradicional, o sea: franquista.

Naturalmente no ven esta contradicción, porque no están dispuestos a admitir que si su propuesta fuese verosímil deberían de estar preparados para asumir lo que el pueblo mande. La militancia (siempre sobrevalorada, siempre ignorada) puede llegar a convertirse en una rémora para la izquierda, sin quererlo. Si eres de izquierdas, de verdad, debes de estar dispuesto a perder incluso la defensa de tus propias propuestas. Eso es lo que te diferencia.

Alguien ha dicho que la izquierda debería de superar de una vez su complejo de defensa, de clandestinidad; pero para aportar esa luz es preciso aportar pruebas luminosas e iluminadoras. ¿Cómo? Negándose a participar en ciertos juegos, desde una simple denuncia hasta un nombramiento de jueces, y (lo más importante) demostrando que la palabra unidad no es un arma arrojadiza contra el enemigo interior, sino una voluntad a salvo de personalismos.

La única forma de ser de izquierdas es sabiendo que tu comunidad no ha sido condenada a ser el último bastión del capitalismo, el lugar donde tira la basura la izquierda a la que la derecha deja ejercer de barrendero. Desengáñense: no podemos ser de izquierdas y también bercianos porque nuestra identidad es subsidiaria de estrategias de poder que nuestros mayores manejan mejor que nosotros. Pobres pobrines.

Simpatizo con lo que plantean Municipalistas por el Cambio y pienso, como muchos, que es una ficción sin futuro; pero si atienden sugerencias, si hay alguien escuchando, les propondría que convoquen una asamblea que sirva para lo que sirven las asambleas, para entender lo que la gente quiere y comprometerse con ello. Y que lo hagan pronto, porque el juego se está jugando en un tablero que no es el nuestro, en un tablero que, de hecho, es lo primero que hemos perdido después de tenerlo casi ganado. Lo siguiente, por turno, por lógica, por ética, por conciencia, bien podría ser el pueblo.

«Dentro de la familia humana hay antiautoritarios, personas que se sienten cómodas resistiendo la autoridad ilegítima, pero en la actualidad (…) no hay suficientes», ha escrito Bruce E. Levine hace muy pocos días. ¿Es una cuestión de valor? Es una cuestión de no dejarse gobernar verticalmente. Es una cuestión de entender que tu futuro no le pertenece a nadie, ni a los especialistas ni a los poderosos ni al aparato. Y si necesitas uno (especialista, poderoso, aparato) le pagas y le despides, no le dejas que te gobierne. Servidor defiende posiciones muy extremas, pero la verdad está lejos, muy lejos del realismo. Y el futuro, seamos serios, es lo que pasa.

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