Homenaje

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Ha estado servidor en el homenaje a Carlos Álvarez-Ude, el día ocho, en el Círculo, creyendo que se presentaba su libro de poemas y que lo de agasajarle oficialmente iba a ser una sorpresa. Nadie advirtió a un servidor de que se trataba de todo lo contrario, así que para gran regocijo de algunos de los presentes a punto estuvo de meter la pata. Son divertidos estos actos en los que, con independencia del motivo, nos juntamos los habitantes de esa especie de piscina pública elitista que es la cultura de la tribu.

– Hola José Luis, saluda a servidor una señora de buen ver y juvenil vestimenta.
– Hola Rosa.
– Juana. Me llamo Juana.
– Perdona, Juana, estoy tonto.
– No te preocupes José Luis.

Pero uno se preocupa porque, en el fondo, disfruta disfruta el hecho cada vez más constatable de que la vejez nos ha ido dulcificando a todos por igual hasta el punto de que, realmente, ser reconocidos se nos antoja ya mucho menos importante que ser saludados.

– ¡Cuánto tiempo!, quien quiera que seas…
– Mucho, tú.

El homenajeado no tiene buena cara, pero tiene cara de bueno. Inmediatamente sabemos que estamos ahí por eso (lo primero) pero sobre todo por eso (lo segundo). Han venido algunas celebridades a las que nadie conoce y algunas celebridades a las que nadie conocerá nunca y que somos nosotros, los que hicimos esto y aquello por una poesía permanentemente caída en desgracia. También ha venido muchísimo público si consideramos que se trata de un acto cultural. No había visto servidor tanta gente desde que Alberti volvió del exilio con aquella melena rubia platino. Le toca hablar el primero. Don Víctor García de la Concha será el último ya que los últimos serán los primeros, etc…

Le toca hablar el primero a un servidor porque es el que vive más lejos, quizás, o porque su categoría lo aconseja, y como lo que dice el primero es lo primero que se olvida puede ser sincero: a veces piensa que aquello no pasó, que en realidad nunca estuvimos allí, que éramos (y esto viene a cuento de que el ocho de febrero de 2010 se celebran precisamente los cien años de su fundación) una especie de Boy Scouts algo herejes (y de buena familia) empeñados en ayudar a nuestros maestros mayores a cruzar la peligrosa autopista de la modernidad, con más miedo que vergüenza y sin advertir, ingenuos, que íbamos a ser los primeros atropellados por el inclemente e irreverente tráfico de lo posible.

Seguramente -y piensa ahora servidor en trabajadores como don José Luis Cano, no sólo en Carlos Álvarez-Ude- el prestigio universitario y la cultura en tiempo real nunca estuvieron tan cerca, nunca se mostraron tan amistosamente cómplices como en esa época de juventud democrática y osada praxis. El alma de aquellos trabajadores, por cierto, nunca albergó ni honores ni prelaciones. Lo suyo era responsabilidad y buen gusto. Ya no es tan fácil toparse con esas dos cualidades (y menos aún verlas juntas), pero no importa. En serio, no importa.

No importa porque al final lo que recuerda uno, lo que le sirve aún, es la proximidad de algunos interlocutores sólidamente instalados en su corazón como en los trasiegos de la cultura. Y entre esos interlocutores Carlos (que jugaba de media punta invisible) ocupa un lugar de honor. Eso es: de honor.

Vale. Puede que a estas alturas nuestra memoria parezca un campo de fútbol, pero tontos no somos (a la vista está) y ya teníamos previsto esto de homenajearnos unos a otros en cuanto hubiese la menor oportunidad. Carlos, con su libro, nos ha dado una muy buena, sin duda, pero no quería servidor hablar de su libro (tiempo habrá) como no quería tampoco hacerle un homenaje más allá de comernos un botillo bien regado, y seguramente no fue otra la primera intención, pero las cosas una vez más se nos fueron de las manos y allí estaba servidor, hablando el primero.

No. Lo que servidor quería era hacerle un regalo a Carlos, y así se lo notificó asuis compañeros panelistas que se mostraron encantados. El regalo (de momento puramente mental) consistiría en lo siguiente: La MDLBB (Magaz De Letras Blues Band) de la que servidor es batería, grabaría un disco compacto (CD, que todo hay que aclararlo) con algunos temas clásicos y no tan clásicos, a saber: «Mack the Knife» sería interpretado (obviamente al mejor y más puro estilo Boby Darin) por don Germán Gullón, «Cheek to cheek», dulcemente escobillado por un servidor, sería amorosamente susurrado por doña Ruth Toledano (nuestra particular Ginger Rogers); ambos a dúo (Toledano-Gullón o, si lo prefieren Ginger & Boby) cantarían a continuación el tango titulado «Las Ínsulas extrañas», escrito para la ocasión con gran esmero porteño por doña Noni Benegas. Para evitar el mercado pirata y dignificar el producto alejándolo del Top-Manta, éste se acompañaría de un pliego de cordel conteniendo un no por sesudo menos tierno prólogo de don Miguel Casado.

Y ustedes dirán que una cosa así nos iba a salir muy cara, carísima. Pues se equivocarían, porque el amigo don Víctor García de la Concha, generosísimamente, se ha ofrecido a pagarlo todo, copas incluidas, con una virutilla o esquirla, lasca o bledo (que de tantas formas puede decirse) de su recién estrenado y flamante Toisón de Oro.

– Y todo ello, Carlos, te sería servido en una carlinga de avión rebosante de huevo hilado.

Pero (pero) tardaremos aún un poco en tenerlo listo, así que paciencia. Hasta entonces tendrá servidor que conformarme con asistir a este homenaje, darle un beso de corazón, y transmitirle el agradecimiento de amigo a Carlos. Por todo. Nos conformamos con eso, y él también.

Así fuimos hablando uno tras otro (el último don Víctor, como manda el protocolo) encantados de celebrar al viejo amigo en tan rancia sala y quizás, quizás, faltó preguntarle al público si quería añadir algo. Aunque ahora que lo pienso, a lo mejor Ruth, maestra de ceremonias, lo hizo durante los breves instantes que aprovechó servidor para largarse al servicio a echar un pitillo a hurtadillas. Lo confiesa, pero no fue el único. Allí estaba también su buen amigo el poeta José Carlos Cataño, haciendo lo propio.

– Parece mentira Suñén, me dice. – Tantos años y acabamos como empezamos: fumando a escondidas en los lavabos.

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