Parece, si hemos de creer lo que dicen quienes dominan el difícil arte de leer en los posos de la estadística, que el 70% de los españoles hemos perdonado al Rey su resbalón botsuanés. Lo cual zanja el tema. ¿Y si perdonáramos a Baltasar Garzón, que también goza del cariño del pueblo?
Pero lo que la estadística demuestra es que un 70% de españoles han creído tener la potestad de otorgar a su revoltoso rey el perdón de quien pasa por alto alguna párvula chiquillada o algún desliz contra el sexto, cuando lo que se le pidió al Jefe del Estado fueron explicaciones; y éstas las seguimos esperando los españoles, todos, no sólo el 30%. Otra cosa es que no tengamos la más mínima intención (ni unos ni otros) de indignarnos con el asunto más de lo que ya nos han indignado una serie de reformas, ajustes, medidas, cacicadas, recortes, iniciativas e iluminaciones que, de habernos sido impuestas en un solo paquete, en un solo día, hubiésemos calificado de Golpe de Estado.
No son pocas las voces que advierten de que la política de austeridad impulsada por Merkel acabará por llevarnos a una crisis aún más duradera y profunda que la que atravesamos. Pero a pesar de ello nuestros políticos siguen remando contra un destino que acabará negándoles la mayor, actuando como simples y fríos contables, incluso, si le apuran ustedes a un servidor, como liquidadores. Así es: sufrimos una política de liquidación que, consciente del malestar que provoca, incluye naturalmente legalizar la aplicación pretoriana del monopolio de la violencia.
Lo que sí sabemos es que el Consejo de Ministros presidido por Rajoy antes de su última reunión con el Rey, la primera tras el accidente del elefante, decidió que la llamada ley de Transparencia no afectará a la Casa Real porque ésta no forma parte de la Administración pública. Otro asunto zanjado.
Y lo que no sabemos es si estará Rajoy pensando en poner sus barbas a remojo tras la derrota de Sarkozy en primera vuelta de las elecciones francesas. Servidor, que también gasta barbas, entiende la lógica de ese desvirar tras la falta de reacción protagonizada (hasta la traición) por los gobiernos europeos ante la crisis. Pasó aquí, pasa allí. No es cuestión de siglas o de definiciones, así que es algo que no debería alegrar ni a Rajoy ni a Rubalcaba (otro barbudo), sino advertirles de la necesidad de una nueva propuesta. Y en el caso de Rubalcaba deberá de ser una propuesta más vigilante con las tentaciones del capitalismo, más independiente de los intereses del gran casino, más respetuosa con el ciudadano, menos chiscarra; una nueva izquierda que, seguramente, no está llamado a liderar, pero que bien podría contribuir a crear. Es cuestión de dejar a un lado y de una vez ese posibilismo con el que su partido se ha movido tan cerca del cinismo practicable y empezar a exigir una democracia más ambiciosa, de advertir que menos realismo y más realidad no son aspiraciones incompatibles.
Ah! sí: es el día del libro.