Fu Manchú y la manzana de Newton

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Siempre nos ha fascinado el hombre capaz de hacer flotar una manzana en el aire, ante el público, la posibilidad de un método (el que fuese) que ilustrase el alcance de nuestros deseos. Pero tal magia no era más que el producto de utilizar muchísima más energía de la necesaria para provocar un efecto sólo aparentemente real, algo de lo que quizás no hemos sido del todo conscientes hasta que la crisis económica nos ha mostrado la verdadera catadura de quienes, propietarios del teatro, se embolsaban directamente el dinero de la taquilla en lugar de pagar las facturas. Esa es nuestra versión, la de ellos es que nos vendían las entradas muy por debajo de su valor y que, por tanto, a pesar de que la manzana no era realmente libre de desobedecer a Sir Isaac Newton, de que la exhibición era un fraude, le debemos a Fu Manchú el coste del espectáculo y también el derivado de volver a ponerlo en marcha.

Son cosas de la magia. Nada es lo que parece y todo enmascara otra cosa. La simpatía que ha despertado la iniciativa de los jóvenes, su preocupación leal por la participación ciudadana, su compromiso romántico con la revisión de las instituciones con las que (no se olvide) nos gobernamos a nosotros mismos, enmascara una profunda decepción hacia la política tradicional (de partidos, de sindicatos) que los políticos de izquierdas fingen no ver del mismo modo que los grupúsculos violentos, que se han adueñado de los flecos de las protestas callejeras, es lo único que fingen ver los políticos de derechas. Parece que nuestros representantes, de un lado o del otro, prefieren ignorar las cosas; por ejemplo, que tras la maniobra de distracción consistente en exigir una consulta sobre la secesión de tal o cual porción del pastel territorial, hay un problema verdadero; o que tras la aparente revisión de la obsolescencia de una ley como la de desahucios, hay una férrea voluntad de mantener a salvo el abuso de poder que encubre.

Que los problemas son reales es algo que parece quedar permanente eclipsado por la analítica. La opinión al respecto, el pesado velo del criterio posibilista o los gruesos hilos de la discusión, tan a menudo inútil, justifican la necesidad de un ejército de servidores públicos y de un estado mayor de legisladores en un país donde el verdadero enemigo parece ser el propio ciudadano desengañado (o simplemente engañado), esquilmado y condenado a vivir por debajo de sus posibilidades por unas «élites extractivas» (tomen nota de esta expresión, porque van a oírla mucho) cuya única intención es no dejar de vivir por encima de las suyas. ¿Qué beneficios justifican ciertas comisiones en un banco que termina quebrando?, ¿cuantos despidos hacen falta para que los directivos de tal o cual negocio puedan seguir poniéndole gasolina al yate o pagando su cuota en el club de golf?, ¿cuántos políticos para que nos suban el impuesto de recogida de basuras o las tasas judiciales?, ¿qué cociente intelectual, qué ímproba actividad, qué sabiduría irrepetible o qué magia justifican un sueldo personal con el que podrían salir a flote pueblos enteros?

— Son preguntas ingenuas.
— Ya. Y pagar por ser engañado, no.

Hablando de manzanas, Foxconn, la compañía que ensambla los dispositivos de Apple, y que estos días fue noticia a causa del alto número de suicidios entre sus empleados, vuelve a estar en el ojo de esa balanza que imaginariamente ponemos los ingenuos entre la productividad (o competitividad, o como se quiera llamar a hacer bien las cosas) y la justicia (que por cierto no es ni más ni menos social que la verdad o la vida). La mencionada compañía, que es una de esas industrias chinas a las que le gusta citar como ejemplo de eficacia al señor Juan Roig, dueño y presidente ejecutivo de Mercadona, y de las que, según la patronal, haríamos bien en aprender, evitó la tendencia autodestructiva de su plantilla instalando en sus fachadas, a la altura del primer piso, unas grandes redes circenses que o bien detenían la caída del desesperado o bien lo disuadían de su inoportuna intención. Redes que no debieron de resultar del todo útiles (quizás por que los explotados no decidieron suicidarse en su escaso tiempo de ocio, liberando de responsabilidad a la empresa, sino hacerlo sin más por medios menos «newtonianos») ya que han pensado, argumentado y aprobado recientísimamente, sustituir a toda la plantilla por robots: los llamados Foxbots. Se proponen (ya han comenzado a hacerlo) reemplazar a un millón de humanos en los próximos tres ejercicios. Un robot cuesta lo que un trabajador gana en varios años, pero luego gasta en mantenimiento mucho menos de la centésima parte, no necesita dormir, no necesita días libres y no se deprime. Sin ser economistas, sabemos que en poco tiempo habrán amortizado la medida y estarán multiplicando beneficios por millones. Además se ahorrarán los carteles («Keep calm and carry on») llamando a la sangre fría. Para entonces todos poseeremos varios de esos aparatos que ayudan a fabricar en China; algunos de los cuales, por cierto, servidor ha visto aparecer y desaparecer sin llegar a saber muy bien para qué servían exactamente; para hacer mejor el mundo no, desde luego. De momento (al menos en Foxconn) Fu Manchú ha derrotado a Newton, y que nos desagrade se explicará apelando a nuestra infantil preferencia por la magia frente al maduro espíritu de sacrificio.

Lo que creíamos la garantía de un futuro cuya realidad nos era mostrada de cuando en cuando para que constatásemos su buena salud (y para que la vieran los comunistas) era un mero truco de prestidigitador por el que nos hemos dejado engañar. No es que algunos inversionistas malnacidos hayan abusado del sistema (que lo han hecho), es que han dejado que se les vea la paloma, han dejado al descubierto la fragilidad de la tramoya que sostenía en el aire una manzana de papel maché poniendo en evidencia la complicidad de sus compañeros de armas. Hemos confiado en la buena fe de quienes nos aseguraban que velaban por nosotros mientras deslizaban los dedos en el bolsillo de todos. Y lo malo es que seguiremos haciéndolo, porque ya se va a ocupar Werty de que no aprendamos nada que no sea formación del espíritu de sacrificio. Mantén la calma y sigue adelante.

Las manzanas de un servidor están en la bodega, a salvo de las élites extractivas, junto a las peras de invierno, un par de sacos de castañas y un tonel de avellanas. También hay algunos membrillos; aunque no tantos como en el mundo real. Servidor mantiene la calma, sigue adelante y, si Fu Manchú le dejara la varita un rato, haría volar algún membrillo por la ventana con sumo gusto, y sin red. Porque servidor será todo lo privilegiado y neoludita que ustedes quieran; pero newtoniano, siempre.

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