Me escribe mi amigo Pableras para regañarme porque tengo olvidados estos textos desde finales del año pasado. No hay excusa: la verdad es que una bitácora debe ser una especie de milicia y no está bien desatenderla sin más explicaciones. Pero es que una serie de acontecimientos han venido demorando el momento de acudir a esta cita entre Narciso y Masoch, hasta hoy. Primero que a Raquel, finalmente, le han dado su traslado a Ponferrada y ahora parece que la cosa va en serio, y segundo que me puse a escribir como un loco ese poema con el que vivo desde hace años (La habitación amarilla se llama definitivamente), y empieza a ser más fuerte que yo, y tercero que tenía que aprenderme el acompañamiento de Chic Too Chic; bueno, y que me estaba haciendo el muerto.
Ahora escribo desde mi despacho en Magaz de Abajo, rodeado de fotografías de Raquel y de libros por ordenar o por leer, y esperando a que regrese Pangur, que salió bien temprano esta mañana y aún no ha vuelto. El mundo me queda algo lejos y, aunque desde aquí puedo pensarlo casi como me de la gana, supongo que la única forma de retomar un diálogo interrumpido con la información es echarle un vistazo desde dentro del ojo, hacer recuento. Pero sólo se me ocurre anotar que, reunido Obama con los países más poderosos del mundo (de ninguna manera sus iguales) y no habiéndose hablado de tirarlo todo y empezar de nuevo, de reescribirlo todo, desde la A a la Z (que es la única solución posible), huelo a agitación y propaganda más que a verdadera determinación. Lo anoto.
Pangur acaba de volver con las orejas gachas y cara de susto grande.
– A los americanos la Z se le dio siempre mal, desde Zapata hasta Zapatero, pasando por Zaid y su zapato, Zuñén.
– Bueno, pues de la A a la Y. ¿Dónde andabas?
– Me he perdido…
– Ya.
No es exactamente un presentimiento. Los Incas lo llamaban «musiay» y los poetas lo llamamos prolepsis y nos amarga la vida hasta el punto de volvernos insoportablemente mesiánicos, y es algo distinto, algo que ves venir como un recuerdo futuro, algo que parece proyectarse sobre la escena desde el patio de butacas. Sólo que al público ya no le preocupa si el espectáculo vale lo que pagó por su entrada, sino lo que le van a cobrar a la salida.
En cuanto a España y sus cuitas, me encanta que Solbes pueda por fin quedarse en casa jugando a ser la abuelita Paz; pero me preocupa que se haya prescindido del Ministro de Cultura y que ahora, como ya ha amenazado, le vaya a quedar tiempo para dedicarse a escribir. Hacía menos daño haciendo daño del que hará haciendo literatura. Ya está dicho. Y, por cierto: ¿Por qué siempre ponen de ministro de cultura a alguien culto? ¿Es que no hay buenos gestores?
(¿Y no han oído los rumores de moción de censura? Servidor lo advirtió hace unos meses y ahora no sabe si acertó la intención o provocó el rumor. Así es la política. A veces uno se pone a repetir algo con argumentos a penas hilvanados y al final algún asesor tiene una idea. Servidor siempre ha dicho que se compromete a hacer ganar las elecciones a cualquier candidato que le de cien mil euros para taxis.)
De la Semana Santa aquí, en el Bierzo y su Comunidad envolvente, repruebo la limonada pero confieso mi debilidad por los felices rituales de la cofradía del Sacro Potaje:
Llénalo más que está por la mitad.
Reparte orujo al albor, como la del Fraile Cubín. Son herederas ambas de la devoción genarina (que preocupó y preocupa muy seriamente al clero comunitario), por aquí la verdadera y no se hable más. San Genarín, un borrachín que apareció muerto en un contenedor de basura junto al cementerio de León a comienzos del siglo XX, fue elevado a los altares por sus cuatro evangelistas (el Árbitro, el Gafas, el Taxista y el Poeta) y sacado en procesión por primera vez el Jueves Santo de 1930. Estos son los milagros que justifican su culto:
- La redención. Según la tradición, la prostituta que encontró su cadáver dejó arrepentida el oficio y regresó a Lugo., volviendo al buen camino.
- El gol. La Cultural Leonesa llevaba muy mala racha y los evangelistas decidieron bendecir el terreno de juego con orujo la noche anterior al encuentro y encomendarse a Genarín. Al día siguiente, al sacar el guardameta del equipo contrario tras un lance del juego, el balón hace un extraño y acaba entre los tres palos. La Cultural ganó el partido.
- La curación. Un enfermo de riñón sufrió una urgente necesidad mientras pasaba cerca de las murallas, junto al mismo contenedor donde años atrás había muerto Genarín. Tras aliviarse con gran dolor, vio que había expulsado una piedra del tamaño de una nuez. Quedó curado.
- El castigo. Un individuo se dedicaba a robar las ofrendas (orujo, queso, pan y una naranja) que los devotos dejan cada año, a través del hermano colgador, en la hornacina de la muralla, hasta que Genarín le hizo resbalar y se rompió la cadera. Justo castigo.
¿Qué quieren que les diga? ¿No les parece que vivo algo alejado de ese universo global que mira a Obama con carita de perro? Tal vez también sea ambición por dentro como prudencia por fuera el corazón de estas gentes a las que estoy aprendiendo a querer, pero si llaman a fiesta van más juntos que al paro.
Y para terminar (y quedamos al día): Lucas ha estado aquí (se va por la mañana) y hemos visto con Raquel El árbol de los zuecos, de Ermano Olmi (y van seis, en mi caso), una de las mejores películas del mundo, y En construcción, de Guerín (tres), una joya doméstica. Y lectura, mucha lectura, que ha sido el mejor ungüento para afianzar este injerto temprano, incipiente, no me pregunten por qué. Citaré sólo una: Poesía y verdad, de Goethe.
Ya sé que no les he contado nada del otro mundo, pero aquí acabo bajo promesa de más generosa regularidad. Voy a ver si le enseño a Pangur a traerme el periódico