En Inglaterra el veneno de moda es el Polonio 210, aquí era el ácido bórico pero ya no, ahora el veneno de moda es el Andratx. Son venenos muy diferentes: uno es ruso y ataca a los espías y los mata, otro a los políticos y los perdona porque es español y España sigue siendo diferente.
– No tanto, dice Raquel. – En algunas cosas somos tan modernos como cualquiera.
– Por ejemplo…
– Por ejemplo tenemos más o menos el mismo porcentaje de miopes que el resto de los países europeos.
– ¿Muchos?
– Más de un cuarenta por ciento.
A servidor le parece bastante lógico: aquí no hay manera de ejercer la vista. Mire uno donde mire se topa con una urbanización. Por eso tenemos tantos miopes. En Papúa-Nueva Guinea, por ejemplo, no tienen más de un uno por ciento de miopes porque están acostumbrados a verse de lejos. Nosotros somos unos ochenta habitantes por kilómetro cuadrado, y ellos once. Y encima nuestros kilómetros cuadrados están llenos de chalés adosados. Allí para encontrar novia hay que aguzar la vista, mientras que aquí te metes en un bar y esperas…
– ¿Se puede saber en qué piensas?
– En Papúa-Nueva Guinea.
Raquel conduce hacia el Bierzo. Nos quedan un par de horas de viaje entre advertencias de limitación de velocidad, recordatorios del número de muertos y radares chivatos. Que los automóviles alcancen los doscientos cincuenta kilómetros por hora y que la ley prohíba pasar de ciento veinte es una invitación directa a la delincuencia. Me pregunto cual será la limitación de velocidad en Papúa-Nueva Guinea.
– En las autopistas alemanas se recomienda conducir a 130 kilómetros por hora o más, dice servidor antes de que Raquel vuelva a preguntar por sus pensamientos.
– Serán más anchas y estarán mejor señalizadas… Porque de miopes andan igual que nosotros, responde. – Por cierto, que menudo viaje te has hecho, de Papúa-Nueva Guinea a Alemania en cinco minutos.
A la derecha se va elevando Orión y a la izquierda Raquel sonríe sin apartar la vista de la carretera. En el radiocasete sigue sonando Bob Dylan. Pronto va a amanecer. De vez en cuando aparece la torre iluminada de alguna iglesia. Aún no se ven las grúas que, desde hace años, señalan con más autoridad la presencia de pueblos y ciudades, aún no las iluminan. La religión del ladrillo no ha llegado a tanto como la del libro, aunque ambas sepan levantar muros, y volvernos miopes. Todo se andará. Hay venenos que matan cosas, no hombres. Todo se andará.