Dos manzanas más lejos

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Salí de La Mayor, de tomar una copa con algunos compañeros de curso, y dos manzanas más lejos me encontré entre, hacia, hasta, contra cerradas filas de policías antidisturbios, contenedores en llamas, carreras, gritos, humo. La noche parecía interesada en ganar algún premio cuya importancia pertenece al pasado, no sé, a la mejor película de ciencia ficción, por ejemplo. ¿Grupos neonazis? «No, antifascistas». ¿Y hay quien le ha autorizado una manifestación a un grupo neonazi o a un grupo antifascista en plena campaña electoral? «No, tienen las sedes por aquí cerca y se han echado a la calle». ¿Y hay quien ha decidido oponerse con furia barriobajera a la provocación atrabiliaria del otro? «Eso parece. Le vendo un Rolex auténtico». Apreté el paso.

Llamé a mi hijo Lucas, por si se le había pasado por la cabeza mezclarse en el fregado, pero los representantes de la joven izquierda llevaban toda la tarde en casa de sus madres.

– Se está tomando un Cola-Cao, me informa Valeria.
– No sé nada, me desinforma Lucas.

¿Quién monta estas payasadas, además peligrosas, estas imitaciones de enfrentamientos que ya tuvimos y que deberían, por cierto, estar más que zanjados? ¿No saben ya que esta escenografía no representa aquel drama? ¿Será verdad que las elecciones sacan lo peor que llevamos dentro? La política necesita una inyección de sentido que la aleje de estos días que se dirían hurtados al oscuro pasado de los abuelos de Pocholo. Mi amigo Ernesto, el desilusionista (no confundir con Bottini, que también es Ernesto pero toca la trompeta, lo cual lo incapacita para la desilusión y garantiza su buen humor), me llama desde su casa, que no está muy lejos del campo de batalla, ni de la mía:

– ¿No pensarás irte al pueblo?
– Ahora mismo.
– Yo no saldría…
– Necesito ver campo.
– Hazte una réplica en el salón, como un nacimiento…

Llegamos a Magaz de Abajo anteayer (no, ayer), tarde. Nos quedamos un rato en la bodeguilla charlando de todo un poco. Le conté a Raquel mi preocupación por el hecho, cada vez más habitual, de que las cosas se repitan. Los antidisturbios enseñando músculo, el rostro de una antigua novia en Miss Asturias o lo de Leopoldo, que parece el represaliado de guardia de las elecciones. A Leopoldo Alas le han «extrañado» de su propio programa de radio por decirle al colectivo homosexual que está amenazado: algo así como si Raquel me echase de casa por decir que Miss Asturias está buena, menos justificado incluso; pero es que en las anteriores elecciones ya le echaron (los otros) de su despachito recién estrenado por defender a Almodóvar. Y me dicen que en el último montaje definitivo de Blade Runner hasta Harrison Ford es un replicante, como nuestros políticos estrella.

– Estoy viendo brillar rayos C en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser, dice Rajoy.
– Y yo naves en llamas más allá de Orión, responde Zapatero mirando así.
-Raquel. Si empiezo a repetirme… ¿me avisarás, verdad?
– Depende.

Todo me suena, todo me parece repetido. Incluso estas frases condenadas a desaparecer como lágrimas en la lluvia. Me dan ganas de gritar bajito, como hace la sobrina Martina cuando se desespera, y lo hago, y me siento mucho mejor.

– Mira tú qué fácil.

Las flores no son las mismas, la temperatura se vuelve irregularmente amable, la hierba es más verde alrededor de Pangur, que se ha venido con nosotros. Retoza con Raquel entre alegre y asustado de tanta libertad, de tanto espacio. Intento ver el mundo como lo ve él (paraíso cerrado, jardín abierto). No es cierto que la realidad se repitan, es que está dos manzanas más allá de la policía, de los políticos o de los periodistas (replicantes condenados a ilustrar sentimientos que no entenderán hasta más tarde) que se interponen, y a veces se contagia.

Nuestra memoria es vaga, por otra parte, y servidor ha debido de estar a punto de dejar de ser curioso y no mirar a ambos lados para diferenciar el original de la copia. Si no eres curioso te mueres para siempre atropellado por el pasado, o por su sombra, que puede caer en cualquier dirección. Enciendo un cigarrillo. Me río de buena gana leyendo en el Diario de León que han arrestado a tres individuos verdaderamente originales que estaban vendiendo en la puerta del castillo de Ponferrada unos cuadros que habían robado en una casa diez minutos antes, dos manzanas más lejos, como quien dice. Escucho a Gian Francesco Malipiero (a mí me gusta, ya ven) y apuro mi chupito de Lagavulin (que me susurra al oído la pereza perfecta) pensando que no todo se repite. Todo no.

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