Por motivos que no vale la pena exponer, Pangur se había empeñado en asistir a las jornadas que, bajo el título «El camino del alma», celebraba en Ponferrada estos días la organización de Mujeres Progresistas Bercianas. Y como servidor, por motivos que no hace falta exponer, se ha negado a llevarlo, ahora, en venganza, está sentado sobre el teclado del ordenador en actitud de gato-lapa. A servidor el cuerpo, naturalmente, le ha pedido echar al insurrecto a la calle con la limpieza que su superioridad física le otorga, pero después se lo ha pensado un poco y ha decidido (afuera hace un frío que amenaza con resquebrajar el cielo) intentar la vía diplomática. No recordaba todas las preguntas del cuestionario Proust, pero le pareció que no era del todo una mala idea, sintiéndose vencido de antemano una vez descartada la solución violenta, jugar la misma baza que tan buen resultado le dio el día que se topó con un oso en los altos de Santo Adriano.
— ¿Cuál es tu idea de la felicidad perfecta, Pangur?
— Un grifo abierto.
— ¿Y cuál es tu miedo más grande?
— Que me bañen mientras duermo. A veces me pasa.
— ¿Y el rasgo que más deploras de ti mismo?
— Se me engaña con facilidad.
— ¿Cuál consideras que es actualmente la virtud más sobrevalorada?
— La prudencia.
— ¿Qué es lo que más te disgusta de tu apariencia?
— Por pura vanidad me gustaría estar algo más delgado, pero me da miedo morir de inanición. Quizás me corte un poco el pelo. ¿A ti qué te parece?
— Las preguntas las hago yo, Pangur. ¿Cuáles son las palabras que más usas?
— Comida, puerta, comida, cepillo y comida.
— …
— ¿Qué?
— ¿De qué te arrepientes más?
— No debí comerme aquella flor de pascua que me prohibiste comerme. Casi desperdicio una vida.
— ¿Cuál es ahora tu estado de ánimo?
— Me aburro.
— ¿Cuál es tu posesión más preciada?
— Tu mantita de leer.
— ¿Qué?
— ¿Qué?
— Está bien, olvidemos eso. ¿Cuál te parece que es la peor de las miserias?
— Tú trabajo.
— ¿Con qué personaje histórico te identificas?
— Con William Godwin.
— ¡Vaya! ¿y cuál es la cualidad que más te gusta de una mujer?
— Que deje las puertas abiertas.
— ¿Y de un hombre?
— La misma.
— ¿Quién es tu héroe de ficción?
— Todos somos héroes de ficción, Suñén.
— ¿Cómo te gustaría morir?
— De memoria.
— ¿Qué?
— ¿Qué?
— Vale. ¿Dónde y cuándo has sido feliz?
— Aquí y ahora, por ejemplo, no mucho. Me aburro.
— ¿Y cuál es el rasgo de personalidad que menos te gusta de un hombre?
— Que no escuche.
— ¿Cuál es tu idea de la muerte?
— Seguir jugando. ¿Puedo irme ya?
— ¿Qué te hace reír?
— Los erizos.
— ¿Qué te hace llorar?
— Los erizos. ¿Puedo irme ya?
— Está bien, vete. Ya seguiremos en otro momento.
Al final el truco ha dado resultado. Pangur se ha bajado de la mesa, se ha echado en la cheslón y tras un confiado y largo bostezo ha mirado al vacío y ha cerrado los ojos, como si servidor no fuese sino una proyección más de su mente inestable. Lo que quizás sea cierto. Servidor, que se ha quedado un rato mirándolo antes de encender el ordenador y entrar en Google a ver quién era William Godwin, no puede evitar la sensación de que se le está olvidando algo.