Vienen publicándose estos días algunos artículos contra Podemos, generalmente en el mismo periódico (o a servidor le parece el mismo), en los que prima un chocante argumento: el de que Iglesias ha facilitado las cosas al PP impidiendo un gobierno del PSOE.
Quienes defienden semejante argumento, si puede llamarse así a la versión más partidista y pedestre de lo verdaderamente ocurrido, esperaban que Podemos bendijera sin condiciones una sorpresiva alianza PSOE-Ciudadanos que hubiese, de hecho, dado al PP la consideración de leal oposición (y eventual asociado) sin más esfuerzo que el de esconder a don Mariano. Eso, sin embargo, no habría hecho otra cosa que aplazar sine die el cambio (ni tercios ni raspadillos, cambio) que una mayoría esperábamos.
Se habla también (demasiado) de pactos a la europea, pero se omite, naturalmente, decir que dichos pactos se establecen sobre dos ejes, uno programático, sin duda, y otro de reparto de carteras, como es obvio. Aquí llamamos despreciativamente «repartir sillones» a lo que allí es la consecuencia lógica (necesaria) de un verdadero compromiso de colaboración. Ninguna asociación en la que la voluntad de acuerdo se demuestre mediante la rendición de una parte es, exactamente, un pacto. Ni en política, ni en geopolítica, ni en…
Quizás al PSOE se le olvidó que si quiere expulsar a Rajoy de la Moncloa con sus únicas imposiciones tendría que haber conseguido más votos, porcentualmente tantos como ha perdido desde la última vez que lo hizo. Sánchez sabe perfectamente (o debería) a dónde han ido esos votos y por qué seguirá perdiéndolos si se empeña en temer más a sus aliados naturales que al propio PP, un partido, unas siglas, por cierto, inseparables ya de la corrupción, la crisis económica y el sufrimiento de los ciudadanos.
Y quizás a quienes critican, en demasía, la negativa de Podemos –en unas negociaciones en las que defendió algo tan simple como que no basta con echar al PP, que esto no va “sólo” de superar al PP, sino que «esto» debe transformar la idea de lo político como la de país– se les ha olvidado que con semejante actitud no se le estaba entregando a los de Rajoy (asfixiados permanentemente en su propia polvareda) un balón de oxígeno, sino solicitando un nuevo e inevitable esfuerzo a los votantes para que, esta vez, puedan hacer su apuesta viendo las cartas de todos los jugadores, y conociendo sus “tics” (y el ajuste que implica esa ventaja se está dejando notar ya en las encuestas). Otra vez: nada que no ocurra, y a menudo, en la ejemplar Europa.
Si el PP quiere cuatro años más tendrá que narcotizar a la población para que le otorgue la mayoría absoluta o narcotizar al PSOE para que se inhiba ante la investidura de su candidato (sea quien sea) tras un acuerdo con los de Rivera (que parecen estar ahí por algo). Si el PSOE no se deja lastrar excesivamente por su propia trayectoria y se afianza en la voluntad de adaptarse a los tiempos que sus propias bases reclaman, eso no pasará. Entonces, con suerte, el próximo gobierno lo será de todas y de todos y, por fin, tras el 26 de junio, podremos aspirar a algo que la larga y oscura mano del franquismo nos tenía prohibido: jugar limpio, con una baraja nueva y sin marcas, un juego de reglas justas.