El domingo a primera hora de la tarde dejé lo que estaba haciendo y caminé con Raquel hasta el colegio electoral. La primavera parece haber llegado pensando sólo en cobrar e irse a casa, pero el campo rebosa vida y el verano se promete suave y fértil. Yo, convencido como estaba de que ni unos ni otros sabían exactamente a qué iban a Estrasburgo, quería votar «404», pero Raquel me convenció y acabé votando a los de siempre. Y ahora nos van llegando los análisis, empecinados en que los españoles, a las urnas, vamos siempre por causas ajenas al motivo de la consulta y para expresarnos intuitivamente. La reflexión del PSOE (que culpa a la crisis) resulta especialmente narcisista porque no parece que se hayan dado cuenta de que a sus votantes en Europa les interesaba Europa, mientras que a los votantes del PP, además, les hacía ilusión ganar algo. Pues ya ven cómo es cierto que de ilusión también se vive, porque esa pequeña diferencia ha inclinado la balanza.
Como decía, había interrumpido una investigación sobre el alcance del «Artilugio 404» (un nuevo «widget» de Google) cuyo código copias en tu página web y ofrece a quien no encuentre en ella lo que sea que busque diversas alternativas en un loable (aunque poco exitoso) intento de satisfacerle, que me tenía en ascuas. Así en cuanto volvimos me sumergí de nuevo en mis pesquisas y pronto llegue a la conclusión de que el invento podía resultar ser menos inocuo de lo que me había parecido en principio. De hecho no me extrañaría que acabara por conseguir que (en un futuro cercano) confundamos definitivamente lo encontrado con lo buscado, que en realidad es algo que ya nos pasaba (como solemos comprobar día tras día observando lo que nos pasa); aunque no tenía nombre hasta que Google, tan intuitivamente, encontró uno, además de la forma de extender sus tentáculos al universo todo.
Lo terrorífico es el poco trabajo que me cuesta imaginarme un futuro repleto de artilugios 404. Que quieres hacerte un traje: sale Camps. Qué quieres leer a un buen poeta: sale Benedetti. Que quieres saber hacia dónde va Europa: sale un toro con una gorda encima. Que quieres saber qué van a hacer nuestros políticos en Estrasburgo, sale un escándalo doméstico. Que quieres una imagen ilustrativa del concepto «despedida»: sale una señorita ligera de ropa del interior de una tarta. En resumen y para no cansarles: cualquier cosa que quieran venderle a uno menos la que uno busca (salvo que busque algo que quieran venderle, claro).
Pero, ¿cómo consigue el artilugio influir en nuestra conciencia hasta el punto de ser capaz de colarnos gato por liebre sin que nos percatemos? Ahí es donde entra en juego la sutil agudeza de quien les habla para desentrañas oscuras conspiraciones bajo la forma de un descubrimiento sorprendente: la pieza vaga. Esa pieza del televisor que no sirve para nada documentado por las instrucciones y que el televisor heredó del microondas que a su vez la heredó de la cafetera o de la radio. Los aparatos mecánicos (manuales o eléctricos, digitales o analógicos) poseen siempre una pieza heredada cuya verdadera función ignoramos, pero que bien podría ser la causa provocada del cuatrocientoscuatrismo que nos invade.
No es que piense que la pieza vaga estuvo allí siempre por voluntad y al servicio de inteligencia alguna. Nada de eso. Más bien soy de la opinión de que al ser todo lo que inventamos modificación de otra cosa preexistente, siempre hay algo que se deja ahí por por miedo, por olvido, por comodidad o por si acaso: un retal en el que, por el camino que sea, acaba introduciéndose la desviación intuitiva promovida por el artilugio 404, difuminando y torciendo el resultado de una operación cuyo único y verdadero camino debería haber sido el que marcan la lógica y la física y la decencia. La intuición nos hizo libres y la intuición nos hará esclavos. Ella es la que da y la que quita.
– Amén.
Lo que no acabo de entender es por qué Google se empeña en desarrollar un procedimiento tan complicado para disimular una práctica que otros realizan sin complejo alguno a plena luz del día.