Habíamos pasado demasiado tiempo sin venir por aquí y al llegar nos hemos encontrado brotes de chopo hasta dentro de los armarios. Tres días llevamos cortándolos además de reparando, en la medida de lo posible, la zozobra de lo seco que también, por desgracia, nos hemos ido topando, y hemos acabado con los riñones amenazando con quemarse a lo bonzo si no recuperamos pronto nuestra habitual relajación muscular. Pero el campo es así: no puedes vivir con él si no vives para él.
Al que más le ha gustado el arreglo es a Pangur, que ha vuelto a dejar a medias su lectura de Ruiz Zafón (y eso que había tenido que empezar otra vez desde el principo, dada su escasa memoria) y de escuchar a Chenoa en el MP3 que le hemos regalado por su cumpleaños (que, por cierto, ha celebrado a su manera tragándose unos yerbajos que le han tenido vomitando cosas que ni siquiera sabía yo que se comieran), para ponerse a hacer no sé que mediciones y pruebas científicas. Ahora quiere que le lleve a las fiestas de Cubillos a ver a Georgie Dann y a los hermanos Calatrava.
– No pienso perdérmelos, que lo sepas.
Raquel ha visitado su nuevo instituto y, de paso, se ha traído un par de películas que hemos visto como reyes en la bodeguita trasegando Citadelle con Fever-Tree: La Ola y El intercambio. Me quedo con la primera a pesar de Angelina Jolie, que resuelve su parte. La de Dennis Gansel es más que correcta, y merece la pena verla sólo por la expresión de su protagonista (Jürgen Vogel) en el último fotograma. El asunto: la insatisfacción que produce ser diferente nos vuelve vulnerables, y mucho.
La tragedia humana se origina en su impericia para alcanzar la mediocridad; al menos la tragedia moderna: un señor crece al revés, otro tiene poderes, otro bebe sangre. Los mitos modernos nos muestran la desgracia de aquellos que, ya sea por culpa de una araña radioactiva o el descubrimiento de un códice polvoriento se alejan a su pesar de la buena vida. Y si lo pienso dos veces, hasta el arte se rige ya por lo que los científicos llaman el principio de la mediocridad, principio que desea que los sucesos observados sean sucesos genéricos y no excepcionales.
Resistirse y entrar en una de las vías no habitualmente exploradas, significa, en cada caso, estar dispuesto a afrontar el sufrimiento que implica obligar a la sociedad de turno (y sus satélites) a aceptar un cambio de planteamientos, a reexaminar la situación, a preparar nuevas clases, escuchar nuevas preguntas y argumentar nuevas respuestas. ¡Qué pereza!
– Dímelo a mí, suspira Raquel un suspiro de profesora de literatura.
Pangur no quiere perderse a Georgie Dann porque está convencido de que los marcianos están a punto de llegar y llevárselo. Ha insinuado incluso que podría ser hoy mismo y que haríamos bien poniendo luces en la huerta, porque ha estado estudiando exopolítica y comprende los enormes beneficios que su aterrizaje en nuestros predios, y no otros, traería a Magaz de Abajo, sus vecinos y transeúntes.
Pangur asegura limitarse a seguir las directrices de la comisión correspondiente. Porque si vienen los extraterrestres, la comisión tiene un plan, no muy detallado, pero un plan. Ya se han preguntado dónde aterrizarían y de que vendrían a hablar, y también se han asegurado un sueldo por ocuparse del tema mientras nosotros nos dedicamos a nuestras cosas de pobres criaturas solas en el universo. Lo tienen todo resuelto después de deducir de las imágenes de varias sondas, y tras pormenorizados análisis comparativos, que el suelo marciano está lleno de huesos de marisco (lo que la NASA nos oculta) y de que en la luna veranean los Sagleb de Orión (el equivalente a nuestros belgas). No bromeo: ignoro si los ovnis son extraterrestres (aunque viendo la farola voladora esa que sale en todas la fotos y que tiene hasta la anilla de colgar en la parte de arriba, lo dudo: una farola no puede viajar a mayor velocidad que la luz porque sería un sin sentido de lo más frívolo, además de risible) o si verdaderamente hay vida más allá de Magaz de Abajo; pero lo que uno ignora no es nunca un misterio: un misterio es lo que sabe a medias.
– Ya están entre nosotros, que no te enteras…
– Pues me gustaría que alguien me respondiese a un par de preguntas.
– Tú dirás…
Primero convendría cerciorarse de si es cierto que hay varios funcionarios públicos e incluso altos cargos cobrando del erario europeo para garantizar que los marcianos aterrizarán en Torremolinos o en Berlín y no en Washington o en Tokio. Porque si eso es cierto estamos ante uno de los fraudes más escandalosos de la década.
– Es cierto.
– ¿Y?
– ¿Y?
También me pregunto si, en el caso hipotético, improbable y, sin el menor género de duda, divertidísimo, de que un día los extraterrestres aterricen en nuestro planeta, los recibirán esos tipos. ¿Hasta ahí va a llegar nuestra estulticia? ¿De verdad vamos a mandar a recibir a los extraterrestres a un montón de tarados malversadores lo bastante trastornados como para creer que hay vida extraterrestre inteligente?
– Define inteligente.
– Tú primero.
Lo cierto es que, pensándolo fríamente, para ponerse a buscar vida inteligente fuera del planeta tierra hay que tener muchísimo tiempo libre, y posibles. Así que lo de los funcionarios a lo mejor es inevitable. Pero ¿qué les hace pensar que los extraterrestres vayan a venir a vernos? ¿Tan inteligentes son que no se les ha ocurrido nada mejor? ¿A qué vienen? ¿Van a enseñarnos alguna cosa que no sepamos? ¿Se puede sembrar escarola en julio? ¿Y puerros? ¿Por qué nadie se ha planteado la posibilidad de que, en un universo superpoblado, seamos, por una vez y abiertamente los más listos? ¿A lo mejor vienen a preguntarnos algo?
– ¿Se pueden plantar escarolas en julio?
– ¿De qué año?, porque en julio de hace trescientos mil años luz, a lo mejor sí, pero en julio de dentro de trescientos mil años luz no sé si se os van dar bien. ¿Qué tierra tenéis?
– No tenemos.
No creo que vengan exclusivamente a darnos envidia, a presumir de avanzados. A lo mejor vienen a descubrir la agricultura. ¿Por qué no? O la mediocridad. ¿Por qué no?
– Porque no.
– Perdona Pangur pero tú eres un gato y tu opinión no cuenta.
– Los gatos somos extraterrestres, como Chenoa, como Georgie. ¿No lo sabías?, ¿no lo sabías tú que lo sabes todo y que eres el hazmerreír de los marcianos creyéndote el dueño de tu planeta? Pues entérate: tú planeta es mío.
– ¿Qué has dicho?
– Miau…
– No has dicho eso, has dicho que…
– Que tu planeta es guay, guay, eso he dicho. ¿Qué habías entendido?
Finjo no darme cuenta de que Pangur me hace «rabia rabiña» en cuanto me pongo a mirar el teclado. Cuando tienes un gato tonto y exopolítico aprendes a ser muy paciente.