Mayte Carrasco, reportera de guerra free lance dice que todos llevamos dentro un asesino. Imagina servidor que tendrá sus motivos la premiada cronista para hacer semejante afirmación, y no va a discutírselos, pero si va a rogar a periodistas, autores literarios, sacerdotes, filósofos, científicos, profesores y en general a aquellos que podrían verse obligados a declarar públicamente alguna cosa, la que sea, relativa a la mente humana, que se abstengan de meter más gente en la huronera de uno.
Todos llevamos dentro un niño y todos llevamos dentro un poeta y, por supuesto, todos llevamos dentro a nuestro sexo contrario y también un patético payaso triste, un politólogo endocrino, un paleto y un músico; incluso tiene servidor oído que todos llevamos en el buche un actor protagonista y varios de reparto y no sabe cuanta figuración además del consabido tramoyista envilecido, el apuntador impaciente y el crítico eunuco. Ya.
Pues no y no: servidor no piensa cargar con ningún asesino, y aún menos con niños degenerados o poetas suicidas o asesinos poetas; quizás lleve (pero por fuera y ocasionalmente) un bufón necesario. No dice a ésto servidor que no, pero nada de cosas raras. Y es que hay que ponerse serio con la ocupación intránea o uno acaba cargando con 70.000 personas (30.000 según el ministerio del interior de uno) sin comerlo ni beberlo; y servidor no está para atender a semejante multitud, aunque se trate de la mismísima mayoría moral endógena.
Es verdad que a algunos indeseables si que debe albergar un servidor sin saberlo porque el otro día estaba recordando aquella frase de Ramón Gómez de la Serna que dice que «intentar ahorrar a toda costa es una de las cosas que más envejece» cuando pudo percibir con toda claridad como desde el fondo de sus pensamientos, agazapado tras unos cascotes, un grupo de embozados le lanzaba quiméricos y chispeantes botes de Coca-Cola Light (que servidor no entiende cómo llegaron a su bien vigilada imaginación).
— Raquel, ¿tú no estarás poniéndole Coca-Cola Light al botillo, verdad?
— Tú eres tonto, responde Raquel.
— Yo y ¿cuántos más?
Pero últimamente se nota servidor furtivamente en obras. ¿Llevaremos todos un obrero dentro? ¿Habráse despertado el de un servidor poniéndose inmediata y diligentemente a la chapuza? Servidor podría achacar a eso las ruidosas reformas anímicas que viene advirtiendo de un tiempo a esta parte y que no ha autorizado.
— ¿No andarás otra vez con eso de que te están alicatando la conciencia?
Quizás servidor no debería de ser tan sincero con su señora y limitar sus confidencias a sus silenciosos lectores; pero es un marido romántico y prefiere la ironía a la desconfianza. De todos modos, teniendo en cuenta que ya había desarrollado por sí mismo un fino enfoscado, tales reformas no estorban excesivamente a un servidor, que se siente ahora un poco más a salvo de sus otros habitantes. Además, del azulejo saldrán mejor las manchas de Coca-Cola Light.
Una vez que ha comprendido la inutilidad de mordisquearle las faldas de la camisa, el perro Fiel no ha dejado de observar a un servidor mientras plantaba algunas verduras nobles aquí y allá ni mientras garabateaba estas líneas al frescor de la mesa de piedra, entre sol y sombra, con esa mirada de quien no se guarda sino a sí mismo, que es una mirada débilmente curiosa y condescendiente tras la que no caben las suposiciones. No, servidor no transporta un regimiento; el perro se daría cuenta. Lo más probable es que servidor se autoalicate inconscientemente, como todo el mundo.