No necesitamos sentirnos malas personas para hacer daño, sólo un buen pretexto para pensar que la víctima se lo merece, saber que ésta no podrá devolvernos el golpe y obtener algún beneficio, preferiblemente tangible, a cambio de nuestro desinteresado esfuerzo.
Así, si un grupo de jóvenes acampa en la calle y protesta por el hecho real de que los grandes capitales financieros hayan secuestrado a los estados, esperaremos a que alguno de ellos, el más inmaduro o el más desesperado, lance un bote de coca cola contra un tanque. Entonces consideraremos la carga policial una respuesta proporcionada al imperdonable acto de vandalismo orquestado contra nuestras cosas y volveremos a nuestras cosas con la satisfacción de haber disfrutado de un poco de sano ejercido de poder.
Si nos dedicamos a la política, no nos será difícil comprender que nuestros sueldos son incluso moderados habida cuenta del gran trabajo que realizamos en pro de la justicia social imprimiendo las papeletas de voto por las dos caras para impedir que los malvados profesores se las lleven a puñados de los colegios electorales para enseñar a escribir a los niños en los colegios públicos, o dejando de invertir en sanidad y recortando derechos a los trabajadores, o impidiendo votar a los griegos, ¡qué se habían creído! Sin contar, claro, con la seguridad que le transmitimos al actuar así a las proverbiales fortunas sin cuya presencia nuestro pequeño país volvería a tener que ver la televisión desnudo desde debajo del sofá.
Servidor no sólo comprende este procedimiento de autodefensa, sino que está empezando a pensar (donde las dan las toman) que gravar los grandes patrimonios y embargar a los bancos estaría plenamente justificado dada la insolidaridad que están demostrando no ya con sus grandes amigos los pobres, sino con el equilibrio de todo un sistema que podrían hacer funcionar por otros medios si realmente quisieran. ¿No viven de sus inversiones?, pues podrían invertir en Occidente, cuna de libertades e ideas que han llevado al mundo a las puertas de un sueño de justicia posible, en vez de obligarnos a pagarles una recapitalización que invertirán enseguida en la próxima guerra en algún lugar donde necesiten una manita de libertades e ideas más realistas. Tampoco vería servidor con malos ojos devolverle la soberanía al pueblo, puestos a pedir.
— Si supiésemos a quién reclamársela.
— ¿Cómo que «a quién»? Pues a Spectra, respondo tras un largo sorbo a mi gin tónic old school.
Aunque no extraiga de ello beneficio alguno según la forma de entender el beneficio de políticos y banqueros, servidor está pensando seriamente en pasar a la acción ahora que, como ha advertido Pedro Santos Guerreiro, un portugués director del Jornal de Negócios cuyo nombre lo dice todo, «Europa entera se aproxima al abismo» y nuestros peores temores de la época de la Cold War se han cumplido pero al revés.
— ¿Y qué piensas hacer?, quiere saber Pangur.
— Lo contrario de lo que esperan: jugar al despiste.
— Por ejemplo…
— Voy a votar en negro, susurro mirando a un lado y a otro por encima de las solapas de mi batín Narasilk de auténtica seda de gusanos de primavera.
— ¿Eso es un voto nulo?
— Eso es una advetencia, mi candoroso felino.
Servidor ha empezado ya a recortar cartulinas de dicho color (35×25) con sus tijeras Softgrip para bonsáis. Y las distribuirá entre sus cada vez más escasas amistades del panorama político muy pronto, en cuanto Raquel tenga un ratito para acercarlo a correos. Es la guerra.